Una breve historia de amor

45 2 0
                                    


Éramos solo niños, extraños y únicos, pero niños.

En medio de un pueblo pequeño, los jardines de nuestras casas se unían por la parte trasera, y eso nos hizo tan inseparables como el alma del cuerpo.

Tuve que ahorrar, haciendo recados para mis vecinos, y comprarme una bonita linterna de baterías con la que comunicarnos en las noches, ya que tu ventana y la mía daban de frente, a dos jardines de distancia. Y también tuve que anotar en mi cuaderno el lenguaje en morse.

A mitad de la noche, veía tu linterna en mis cortinas y entablábamos la conversación más lenta y confusa del mundo. Pero nos entendíamos a la perfección, gracias a ese bello conjuro que nos había encadenado desde el día de nuestro nacimiento.

Porque habíamos nacido el mismo día de Abril, teníamos la misma edad y desde que aprendí a caminar, lo único que recuerdo bajo mis pies es la suave y fresca hierba del jardín mientras me dirigía a la puerta de madera.

En las noches, atado a ti, cierro los ojos y trato de hacer retroceder a mi mente, hasta el primer recuerdo que tengo, y lo único que puedo ver es tu rostro redondo surcado de juguetonas pecas y esos ojos azules tan grandes como canicas.

Eras la niña más hermosa. Me recordabas a los girasoles con ese cabello rubio como el trigo, despeinado alrededor de tu cara cubierta de semillas.

Sonrío y aspiro el aroma de tu piel, un aroma de miel y agua fresca, igual que tu risa de fuente y la hilera de perlas blancas que se curveaba bajo tus labios al verme cada día.

No existía día que no nos encontráramos en la barda del jardín. Y ese par de espacios cuadrados de césped y árboles, eran todo el mundo que necesitábamos, incluso nos quedaba demasiado grande.

De pequeño me asustabas un poco, eras más alta y tenías mucha más energía. No me gustaba estar contigo porque los otros chicos se burlaban de mi.

El amor tiene una forma muy particular de convencer a las almas.

Conforme pasaban los días y los meses, fui acumulando centímetros en mis huesos, y tus sonrisas en mi mente. Hasta que ya no pensaba en otra cosa. Y las burlas de los otros muchachos que jugaban fútbol en el barro y montaban bicicleta se volvieron la cosa más insignificante de mi vida. Eran lo último que pensaba. ¿Por qué gastar mi energía pensando en ellos cuando podía pensar en ti?

Teníamos siete u ocho años, cuando se nos metió una idea en la cabeza, tan obvia que nos daba vergüenza decirla en voz alta.

El cine se había vuelto parte de nuestras más sagradas adicciones, y fue en medio de una película de princesas, amor y besos, que esa extraña idea se formó en mi mente poco a poco, creciendo como una oruga y asentándose en mi cráneo en forma de crisálida, esperando madurar.

Pero, así de rápido como había aparecido, así también desapareció. Abandonada con las cosas que no comprendería hasta que fuera mayor.

En cambio tú, tú siempre fuiste más rápida, no solo en las carreras, también en los pensamientos. Tu lógica audaz y tu rápida percepción, capturaron el nuevo concepto e impresión que esa película había dejado en nosotros. Fuiste la única que se dio cuenta de ello, fuiste la única que notó como se formaba la idea en mi mente. Pero no dijiste nada, consciente de lo poco que comprendía el mundo, esperando con la paciencia de un pescador, a que yo picara la idea en algún momento.

Pequeña bailarina de piel de crema.

Aún danzas de vez en cuando por las habitaciones, y yo no puedo hacer más que admirarte como a una imagen religiosa. Da tristeza tener que interrumpirte, por eso nunca me atrevo a hacerlo. Porque siempre quisiste ser bailarina, reemplazando ese sueño por mí. Es algo que me conmueve tanto, que duele de culpa.

Tu cabello rubio sigue igual de rebelde y tus pecas, ahora más claras, siguen siempre en mis pupilas, combinando con tus ojos de fuego azul.

A pesar de nuestra edad, la imaginación nunca nos faltó. Y nos inventamos una historia sobre una Luna de plata que vivía en el bosque durante el día, cruzando el río.

Lo cruzamos dando saltos sobre las resbalosas rocas, como unas ranas.

No encontramos nada más que a nosotros mismos, nos encontramos y nunca nos dejamos ir.

Aún seguimos sin dejarnos ir. Te aferras a mí, me aferro a ti. Nunca hemos necesitado nada más, porque el amor solo se necesita a si mismo para existir.

El tiempo se detuvo ese día, en que nos sonreímos y lo supimos. No he podido hacer que el tiempo vuelve a transcurrir a pesar de que la Tierra sigue girando conmigo anclado a ella, obedeciendo una gravedad que no me gusta, girando alrededor de ti por siempre. No es sano, pero no me importa.

No ha podido transcurrir el tiempo a pesar de todos los años que han pasado desde el día que fuimos ranas, cuando te vi resbalar. Y la prueba de ello es que continuo aquí, contándome esta mentira delante de tu tumba.

14 Días de San ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora