Capítulo 10

6.3K 674 77
                                    

Capitulo 10

A la mañana siguiente Harry despertó en el suelo de su departamento. Al recordar todo lo que había pasado el día anterior, volvió a llorar.

Sus padres habían arruinado su vida nuevamente y Severus lo había abandonado. No tenía a nadie, volvía a estar solo.

Sacando fuerzas de donde no tenía, Harry se levantó y fue hasta el baño para ducharse.

Al verse en el espejo, se asustó por la imagen que este le devolvía. Un ser pálido, con los ojos hundidos y sin brillo le devolvía la mirada. No podía ser él. Esa imagen es tan distinta a la que vio ayer por la mañana.

Bajando la mirada se duchó y después de vestirse fue hasta su trabajo.

Empezó a trabajar como cada día, pero sin la alegría que le proporcionaba estar rodeado por las pociones que tanto le gustaban.

Cada pocos minutos miraba en dirección a la puerta y a la ventana, aun con la esperanza de ver a Severus entrar a buscarlo. Pero eso nunca pasó.

Al terminar su trabajo, intentó reunir todo el valor del que disponía y se dirigió a San Mungo. Tal vez así pudiera ver a su marido.

Con cuidado fue hasta la planta donde las pociones eran preparadas y buscó a Severus, pero no lo encontró.

-Perdone -dijo deteniendo a una mujer que salía de uno de los despacho.

-Dígame joven.

-Siento molestarla, pero ¿podría decirme donde se encuentra Severus Snape?

-Él no está aquí.

-Gracias -dijo con un suspiro de derrota-. Lo intentaré mañana.

-Mañana tampoco lo encontrará aquí.

-¿Qué quiere decir?

-El pocionista Severus Snape, ha pedido una excedencia indefinida del trabajo. No sabemos cuando volverá.

Con el alma en los pies, Harry le agradeció su ayuda a la mujer y salió de San Mungo.

Lentamente volvió a su piso y una vez ahí se arrastró hasta su cama y otra vez sin fuerzas volvió a desmayarse.

De este modo pasaron las semanas.

Harry se levantaba por las mañanas agotado de tanto llorar por la noche, se duchaba, con pocas ganas desayunaba algo y salía a trabajar.

Durante el trabajo, no dejaba de vigilar por si Severus venía a por él. Luego decepcionado, por no verlo, volvía derrotado a su piso.

Su rutina era cada día la misma y poco a poco iba marchitándose más y más.

Lo único que rompía su rutina eran las visitas de su madre. Lily iba a verlo cada pocos días, desde que un día lo vio caminar como muerto por el Callejón Diagón.

Harry no entendía porque su madre iba a verlo, si nunca le había importado; pero a él no podía importarle menos si ella iba o no. La única persona a la que esperaba no venía.

Un día, Harry ya no pudo levantarse más de la cama. No podía volver a pasar por esta rutina interminable. No podía volver a ver las esperanzas de ver a su marido, rotas de nuevo. Ya no podía más.

Con sus pensamientos y sus sentimientos luchando fuertemente en su interior, Harry cogió su varita y murmuró un hechizo cortante en una de sus muñecas.

Sin emoción alguna, Harry vio como su sangre escapaba de su cuerpo. Y así se quedó hasta que las fuerzas le fallaron y se desmayó sobre la cama.

Dependiendo del punto de vista, ese día por suerte o por mala suerte, Lily decidió ir a ver a su hijo. Encontró la puerta abierta y entró dentro. Buscando a Harry, llegó hasta su habitación y gritó por la imagen que vio. Harry estaba rodeado de sangre.

Sin poder detener el sangrado, se apareció con su hijo hasta San Mungo.

Ahí los medimagos lo atendieron con presteza y lograron detener el sangrado. Después indujeron a Harry en un sueño profundo, para que este descansara sin interrupciones.

A la mañana siguiente Harry despertó del sueño profundo. Estaba desorientado, pues no conocía la habitación en la que estaba.

-Buenos días señor Potter -lo saludó un medimago.

-¿Donde estoy?

-Esta usted en San Mungo. Su madre lo trajo ayer. Según hemos deducido usted intentó suicidarse.

-Si -dijo sin emoción alguna.

-La buena noticia es que hemos logrado detener el sangrado y curado sus heridas. Las malas son que no hemos podido salvar a su bebé.

Ante esas palabras, Harry abrió mucho los ojos.

-¿Bebé? -preguntó asustado.

-¿No lo sabía? -preguntó el medimago con pena-. Usted tenía dos meses de embarazo.

Ante esa declaración Harry gritó de dolor y al final se desmayó sin fuerzas.

-----------------------------------------------------------------
Vale, lo siento; no me metéis.
Estoy haciendo sufrir mucho a Harry y siento decir, que esto no ha acabado.
Pero la historia salió así.
La única explicación, para que escribiera este drama, es que debía estar deprimida y no me di cuenta.
A pesar de todo, espero que os guste mi historia

Todo por un accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora