Es la primera noche de calor bochornoso de junio y estoy sola en casa. Aunque intento disfrutar de la tranquilidad de mi hogar, no paro de moverme de un lado a otro inquieta.
Tracy ha salido con Flip, otro jugador de tenis rubio que añadir a su interminable lista de novios. Tampoco consigo contactar con Nan, mi mejor amiga, que parece haber sido abducida por Daniel, su novio, desde que este se graduó en el instituto la semana pasada. No hay nada que me apetezca ver en la televisión ni ningún lugar al que quiera ir. He intentando sentarme un rato en el porche, pero la marea baja ha dejado una sofocante humedad en el ambiente y la brisa que viene del río huele a lodo. Así que al final me quedo en nuestro salón de techos abovedados, masticando los hielos que quedan en el vaso de agua que acabo de beber y leyendo las revistas In Touch de Tracy. De pronto oigo un zumbido alto y continuo. Miro a mi alrededor alarmada, intentando localizar la fuente. ¿Se trata de la secadora? ¿El detector de humo? Tras unos segundos me doy cuenta de que es el timbre, sonando una y otra vez. Corro a abrir la puerta. Seguro que se trata de alguno de los ex de mi hermana que está intentando recuperarla tras tomarse unos cuantos daiquiris de fresa en el club de campo.
En su lugar veo a mi madre, con la espalda apoyada sobre el timbre y besándose con un hombre. Cuando abro la puerta ambos tropiezan, pero él se sujeta a la jamba y continúa besándola. Así que me quedo allí parada, con los brazos cruzados y sintiéndome como una estúpida mientras la calurosa brisa mece mi fino camisón. Oigo los típicos sonidos del verano: el murmullo de las olas a lo lejos, el ulular del viento contra los cerezos silvestres, una moto transitando por la calle. Ninguno de ellos, y mucho menos mi presencia, consiguen detener a mi madre y a este hombre. Ni siquiera cuando el rugido de la moto se hace insoportable y se para en el camino de entrada de los Garrett, lo que normalmente pone de los nervios a mamá. Después de un rato, se separan unos centímetros para tomar aire y mi madre se vuelve hacía mí soltando una risa incómoda.
—¡Samantha, por Dios! ¡Qué susto me has dado!
Se nota que está nerviosa. Ha hablado con voz aguda, como la de una niña, no de la forma autoritaria de «esto se hace así» que suele usar en casa o la mezcla de tono dulce y acerado que utiliza en el trabajo.
Hace cinco años, mamá entró en política. Al principio, Tracy y yo no nos lo tomamos muy en serio; ni siquiera estábamos seguras de que votara. Pero un día vino emocionada de un mitin y dispuesta a convertirse en senadora. Se presentó a las elecciones y ganó... y nuestras vidas cambiaron por completo. Por supuesto que estábamos orgullosas de ella. Pero a partir de ese momento, en vez de hacernos el desayuno y escudriñar en nuestras mochilas para asegurarse de que habíamos hecho los deberes, empezó a salir de casa a las cinco de la mañana para dirigirse a la capital del estado, Hartford, «antes de que el tráfico se pusiera imposible». Por las noches llegaba tarde por haber estado en alguna comisión o sesión especial y los fines de semana ya no acudía a las exhibiciones de gimnasia de Tracy o a mis competiciones de natación, sino que se dedicaba a preparar las próximas elecciones, asistir a alguna sesión extraordinaria o atender eventos locales. Mi hermana intentó llamar su atención haciendo uso de todos los trucos de «adolescente rebelde»: coqueteó con el alcohol y las drogas, robó en los centros comerciales y se acostó con demasiados chicos. Yo leí montones de libros, me afilié (mentalmente) al partido demócrata (mamá es republicana) y pasé mucho más tiempo observando a los Garrett.
Así que aquí estoy, de pie y todavía petrificada por este inesperado y prolongado despliegue de afecto en público, hasta que mi madre se despega finalmente de ese hombre. En cuanto le veo la cara suelto un jadeo.
Cuando un hombre te abandona embarazada y con una niña pequeña no tienes fotografías de él encima de la chimenea. Tenemos muy pocas fotos de mi padre, todas ellas en la habitación de Tracy. Aún así, le reconozco de inmediato; la curva de la mandíbula, los hoyuelos, el brillante cabello rubio, los hombros anchos... Este hombre tiene todas esas características.
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En la puerta de al lado
Подростковая литератураLos Garrett son todo lo que no son los Reed: ruidosos, desordenados y cariñosos. Y cada día, desde el desván, Samantha Reed sueña con ser una de ellos... hasta que una tarde de verano, Jase Garret se cuela por la ventana de su habitación y eso lo ca...