Capítulo 6

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Flip y Tracy llegan a casa quemados por el sol, despeinados y con almejas fritas, cerveza y unos

enormes perritos calientes del Clam Shack. Lo dejan todo encima de la isla de la cocina, se agarran

por la cintura y empiezan a pellizcarse el trasero y hacerse arrumacos.

Ojalá me hubiera quedado más tiempo en casa de los Garrett. «¿Por qué no lo habré hecho?»

Tim debe de seguir teniendo en su poder el teléfono móvil de Nan porque esto es lo que me dice

cuando la llamo:

-Mira, Heidi, no es una buena idea que volvamos a salir juntos.

-Soy Samantha. ¿Dónde está Nan?

-Oh, por el amor de Dios. Sabes que no somos siameses, ¿verdad? ¿Por qué sigues

preguntándome dónde está?

-Oh, déjame que piense, ¿quizá porque sigues respondiendo a su teléfono? ¿Está en casa?

-Lo más seguro. O no. Quién sabe -dice Tim.

Cuelgo. La línea fija está ocupada y los Mason no tienen llamada en espera («No es más que una

forma moderna de ser grosero», suele decir la señora Mason), así que decido ir a casa de Nan en

bicicleta.

Tracy y Flip ahora están sentados en el sofá del salón desde donde me llegan un montón de risitas

y susurros. Al llegar al vestíbulo oigo a Flip murmurar:

-Oh, nena, no te imaginas lo que siento estando contigo.

«Creo que voy a vomitar.»

-Oh, nena, cómo me pones-canturreo yo a modo de burla.

-¡Lárgate! -grita Tracy.

* * *

Hay marea alta y hace mucho calor, lo que implica que el olor salado del estrecho es particularmente

intenso, superando casi al olor pantanoso del río. Mar y río. Las dos caras de mi ciudad. Ambas me

encantan, sobre todo la sensación de poder decir, con solo cerrar los ojos y aspirar, en qué estación

del año estás y a qué hora del día. Cierro los ojos, inhalando el cargado y cálido aire, disfrutando del

momento... hasta que oigo un grito ahogado y abro los ojos justo a tiempo de esquivar a una mujer

con una visera de color rosa que lleva sandalias con calcetines. Stony Bay está situada en una pequeña península en la desembocadura del río Connecticut. Al disponer de un puerto de tamaño

considerable, a los turistas les gusta mucho la zona; tanto que en verano llegamos a triplicar la

población, así que supongo que eso de ir en bicicleta con los ojos cerrados no es la mejor de las

ideas.

Cuando llamo a la puerta de los Mason, Nan abre con el teléfono pegado a la oreja. En cuanto me

ve sonríe, se lleva un dedo a los labios para que no diga nada y señala con la barbilla en dirección al

salón mientras responde a su interlocutor:

-Bueno, ustedes son mi primera opción, de modo que me gustaría adelantar todo lo que pueda la

solicitud.

En la puerta de al ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora