Capitulo 5 (primera parte)

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Al día siguiente, cuando llego a casa después del trabajo, sudorosa tras la caminata bajo el sol del verano, mis ojos vuelan al hogar de los Garrett. La casa está inmersa en un extraño silencio.

Me quedo allí parada, observando, hasta que diviso a Jase en el camino de entrada, tumbado de espaldas
mientras repara una enorme moto plateada y negra.
Os aviso desde ya que no soy el tipo de adolescente que se deja deslumbrar por las motos y las
cazadoras de cuero. Ni mucho menos. Michael Kristoff, con sus oscuros jerséis de cuello vuelto y
taciturna poesía, ha sido lo más lejos que ha llegado a gustarme un «chico malo» y tuve suficiente
para el resto de mi vida. Estuvimos saliendo casi toda la primavera, hasta que me di cuenta de que más que un artista torturado era una tortura en sí mismo.

Aclarado este punto, y sin pensarlo siquiera, voy hacia el final de nuestro jardín delantero, rodeo la valla que separa a «dos buenos vecinos» que mi madre instaló meses después de que se mudaran los Garrett -mide más de metro ochenta- y me
dirijo al camino de entrada.

-Eh, hola -digo.

«Un saludo memorable, Samantha.»

Jase se apoya sobre un codo y me mira durante un minuto sin decir nada. Tiene una expresión
indescifrable en el rostro, lo que hace que me entren ganas de volver por donde he venido.
Entonces comenta:

-Supongo que eso que llevas puesto es un uniforme.

Maldita sea. Se me había olvidado que no me lo había quitado. Me echo un vistazo: falda corta azul marino, camisa blanca acampanada estilo marinero y pañuelo de color rojo vivo atado al cuello.

-Bingo. -No puedo sentir más vergüenza. Jase asiente. A continuación esboza una enorme sonrisa.

-Ya decía yo que no me parecía muy del estilo Samantha Reed. ¿Dónde narices trabajas? -Se
aclara la garganta-. ¿Y por qué allí?

-En el Breakfast Ahoy. Cerca del muelle. Me gusta mantenerme ocupada.

-¿Y el uniforme?

-Lo diseñó mi jefe.

Jase me estudia en silencio durante un minuto o dos y termina diciendo:

-Debe de tener muchísima imaginación.

No sé cómo responder a eso, así que hago uno de los típicos gestos de despreocupación de Tracy y me encojo de hombros.

-¿Pagan bien? -pregunta él mientras intenta alcanzar una llave inglesa.

-Dan las mejores propinas de la ciudad.

-Seguro que sí.

No tengo ni idea de por qué estoy manteniendo esta conversación, ni tampoco sé cómo seguirla.


Veo que está concentrado en desatornillar o soltar algo, así que le pregunto.

-¿Es tu moto?

-De mi hermano Joel. -Deja de trabajar y se sienta, como si pensara que es de mala educación

seguir con sus cosas mientras habla conmigo-. Le gusta cultivar la imagen de «rebelde sin causa».

La prefiere a la de deportista, lo que en realidad es. Dice que así consigue a las estudiantes más

listas.

Asiento con la cabeza, como si supiera algo del asunto.

-¿Y de verdad lo consigue?

-No lo sé. -Frunce el ceño-. Eso de dar una imagen distinta de lo que eres en realidad


siempre me ha parecido algo falso, una especie de manipulación.

-Entonces, ¿tú no representas ningún papel? -Me siento en el césped que hay al lado del


camino de entrada.

-No. Lo que ves es lo que hay. -Vuelve a sonreír.

Si soy sincera, lo que veo, ahora que lo tengo tan cerca y a la luz del día, me gusta bastante.


Además del pelo castaño ondulado con mechas rubias y los dientes blancos, Jase Garrett tiene los

ojos verdes y una de esas bocas exuberantes que parecen estar a punto de ponerse a reír en cualquier

momento. Y por si eso fuera poco, tiene esa magnética forma de mirarte siempre a los ojos cuando


habla contigo. ¡Por Dios!


Echó un vistazo a mi alrededor, pensando en algo que decir.

-Parece que esto está muy tranquilo hoy -comento finalmente.

-Estoy de canguro.

Vuelvo a mirar a mi alrededor.

-¿Dónde está el bebé? ¿En la caja de herramientas?

Jase ladea la cabeza, reconociendo la broma.

-Durmiendo la siesta -explica-. George y Patsy. Mi madre ha salido a hacer la compra y tarda

lo suyo.

-Me imagino. -Dejo de mirarle la cara y me doy cuenta de que tiene el cuello de la camiseta y


las sisas empapadas de sudor-. ¿Tienes sed? -pregunto.

Otra enorme sonrisa.

-Sí. Pero no pienso arriesgar la vida y pedir que me traigas algo. Sé que al nuevo novio de tu


madre le pusiste en la lista negra solo por pedirte que le hicieras un café.

-Yo también estoy sedienta. Y tengo mucho calor. Mi madre prepara una limonada estupenda. -Me levanto y empiezo a dirigirme a mi casa.

-Samantha.

-¿Sí?

-Vuelve, ¿de acuerdo?

En la puerta de al ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora