Tres años, tres años llevaba en esta prisión inmunda, con este uniforme naranja espantoso y soportando muchas más cosas de las que creí nunca vivir. Tres años insoportables, insufribles e inaguantables pero habían sido solo eso, tres años. Por delante todavía me quedan otros diecisiete. Diecisiete años que esperaba realmente poder aguantar. O en realidad diecisiete que esperaba no tener que hacerlo.
Llevaba soportando tanto solo por la idea de no dejar solo a mi hermano que creía imposible. Los primeros meses en la prisión habían sido lo peor. No solo era la carne joven y fresca del resto de las mujeres aquí sino que estaba deprimida por todo lo que había pasado- mi vida había cobrado un giro de 180 grados y no había sido para mejor-. Creí que moriría más de una vez en ese tiempo.
Y ahora estaba aquí, después de tanto tiempo, mirando el techo de mi celda a la espera de que apagaran las luces para irnos a dormir. Siempre la misma rutina, día tras día. Nos levantábamos a las siete, desayunábamos, se paraba alguna que otra pelea, trabajábamos- en cualquiera fuera nuestra tarea asignada-, compartíamos las zonas comunes como el patio o los baños, comíamos, íbamos a nuestras celdas o las de alguna otra compañera, se trabajaba un poco más, cenábamos, nos encerraban en nuestras respectivas celdas, y apagaban las luces siempre a las diez de la noche. El único cambio ocurría los Sábados que era el día de visita.
Pensar en eso me hacía sonreír, en dos días vería de vuelta a mi precioso hermano. Él era mi única visita y lo bueno es que no había semana que faltara. Podía llover, nevar, podía haber vuelto hace segundos de un viaje de negocios, podía estar enfermo... lo que fuera, no importaba. Cada Sábado él estaba ahí para mí. Era mi soporte esencial en todo esto que me tocaba vivir.
_ Luces fuera- se escuchó segundos antes de que nos quedáramos a oscuras.
Cerré los ojos y esperé dormirme rápido.
Hacía calor, mucho calor, y estábamos en casa de campo de los padres de Aria por el fin de semana largo.
_ ¡Vamos! Se supone que veníamos a pasar el rato en la pileta- se quejó Ethan
_ Y eso es justo lo que hacemos- replicó Aria sin moverse
_ No, lo que hacen es tomar sol
_ Yo estoy leyendo- lo corregí- y no me pongas los ojos en blanco
_ Como...
_ Te conozco desde los seis, no me hace falta verte- le interrumpí
_ Entonces creo que ya es hora de cambiarte
_ Genial, así podré seguir leyendo
No contesto así que supuse que se había resignado a que lo acompañáramos a nadar, o al menos eso creí hasta que sentí unas gotitas sobre mi espalda.
_ ¿Qué crees que haces?- le pregunté cuando me arrebató el libro de las manos
_ Te hago un favor, con este sol va a darte un golpe de calor- dijo mientras me levantaba en sus brazos
_ Ni se te ocurra.- lo fulminé con la mirada
_ ¿Qué cosa?
_ Me tiras a la pileta y te mato- le contesté muy seria aunque por dentro me reía. Me era imposible enojarme con él
_ Pues tendrás que matarme- comentó y sin más me tiró a la pileta.
El agua salió salpicando por todos lados y Aria nos insultó por mojarla pero nosotros no le hicimos caso. No podíamos parar de reinos.
_ Eres idiota- le dije cuando logramos reponernos un poco
_ Por eso es que me quieres.- dijo, al tiempo que me guiñaba el ojo.
Y era cierto. Desde el día que nos conocimos en primaria había sido un idiota, pero al mismo tiempo protector, y al mismo tiempo dulce... Enmascaraba todo eso bajo una fachada de chico malo pero seguía siendo ese mocoso que cuando nos conocimos me abrazó y me regaló un chocolate porque me vio llorar.
Nos miramos y sonreímos; sabíamos que habíamos estado pensando en lo mismo.
Por supuesto Ethan tenía que cortar el momento tierno con una guerra de agua. En ese instante, todo empezó a moverse, a temblar, a desmoronarse.
Me desperté.
Las luces se habían encendido como parte del procedimiento para intentar que todos se pusieran a salvo. Se escuchaba algún que otro grito en el recinto pero dentro de todo aún se mantenía la calma, no era la primera vez que nos enfrentábamos a un sismo. Salté de la cama y me pegué a los barrotes.
El suelo se movía, las cosas se caían, toda la prisión temblaba. Las luces empezaron a prenderse y a apagarse sin control y el reinado del caos comenzó. Ya no parecía uno de los habituales sismos a los que estábamos acostumbradas.
Un estruendo gigantesco hizo saltar las alarmas de todo el penal y nos puso alerta. Fue ahí que todas las luces se apagaron definitivamente, los gritos surgieron con más fervor, y la prisión tembló con mucha más violencia de lo que nunca lo había hecho.
Alaridos, estruendos y alarmas envolvían todo, y el pánico llenaba cada rincón. Se sentía como si todo fuera a desmoronarse y dejarnos allí sepultados para siempre. Bajo mis pies la tierra se sacudía impetuosamente. De repente algo se deslizó en mi dirección con tal fuerza y rapidez que no tuve tiempo para reaccionar. Y de un momento a otro estaba atrapada. La cama se presionaba contra mi pecho y me pegaba a los barrotes. No podía respirar, el peso y el polvillo me impedían tomar aire y sentía como poco a poco se me cerraban los ojos por la falta de oxígeno.
Pensé en todas las personas que amaba y me daban fuerzas para seguir. Recordé sus miradas, sus sonrisas, sus palabras dulces hacía mí y supe que no podía darme por vencida tan fácil. No lo había hecho en tres años y no empezaría ahora.
Intente relajarme y esperar. No tuve que hacerlo por mucho tiempo, la primera réplica vino casi al instante y con la ayuda de ese movimiento violento logré liberarme. Me dolía la cabeza, el brazo casi no lo sentía, por el impacto de la cama contra mi pecho pensé que se me habían quebrado algunas costillas, y podía predecir donde pronto me aparecerían un montón de cardenales. Pero estaba viva y haría todo lo necesario para que eso siguiera así.
Me agarré con fuerza a los barrotes y recé, con la esperanza de que alguien apareciera para liberarme. A lo largo de toda la prisión se escuchaban gritos de horror, lamentos y estructuras que caían. Parecía la boca del infierno.
Otra réplica. Más ruido y dolor.
Sentí cómo parte de la pared de mi celda caía y pensé que toda la estructura iba a desplomarse encima de mí. Intenté gritar pero no logré hacerlo, estaba completamente aterrada. Quise moverme y no pude. No había nada que me lo impidiera pero el shock no me permitía reaccionar. No sé cuánto tiempo estuve así, quizás fueron segundos, o minutos o incluso más, pero finalmente algo llamó mi atención y logró devolverme al presente. No sabía muy bien si era suerte o una obra del destino pero me di cuenta que por arriba de donde solía encontrarse mi cama había una grieta. No era muy grande pero algo me decía que era perfecta para mí.
Esperé. Cuando empecé a sentir el temblor en el suelo empujé la cama con todas mis fuerzas a su lugar original con el fin de utilizarla como trampolín y, oculta por el polvo y la oscuridad, me deslice por la grieta.
Me volví una última vez y contemplé el lugar que, mayormente y por los últimos años, había sido algo así como mi hogar. Ya no lucía como lo había hecho antes debido a toda la destrucción del terremoto pero sabía cómo había sido. Triste, frio y lúgubre. Recordaba los barrotes, el suelo sucio, las cucarachas, arañas y ratas que se paseaban por allí. Recordaba todas las noches que había llorado sin parar y todas las veces que apenas había podido levantarme de aquella cama destartalada.
"No extrañaré absolutamente nada de aquí" pensé y con eso, di media vuelta y salí por aquella grieta que prometía mi libertad.
D
ESTÁS LEYENDO
Fugitiva
Teen FictionTras la muerte de su padre, Alexa Koslov es acusada de su asesinato y puesta tras las rejas durante 20 años. Aunque nunca cumplirá la totalidad de su condena pues luego de tres años encerrada en Zergat- una prisión de máxima seguridad entre San Fran...