Un café para el abuelo

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Y ya llegaban las velas, por el horizonte oscuro, y él se despertaba como cualquier otro muto, zarandeando sus remos en busca de las escobas. Se choca con las medias de plástico, o las lupas pegajosas, y si tenemos suerte al perro no lo pisa. Y al fin la encuentra, donde la dejo ayer al lado de las puertas, del hermoso cartonar envejecido, que le regaló alguna tía moribunda, muerta y por morir. Baja las alpargatas, pisando el esperado suelo de madera de pino, que crujiendo reacciona como cualquier otro día. A la luz se dirige, pero primero, tiene que encontrarla, y la pared se liga dos cachetadas, y una es bien aprendida. Rengueando se encamina al pasillo conector, entre las tinieblas y las cafeteras, la nariz del payaso es apretada, y empieza a vaporear, a las medialunas se dirige, pero el muy sepultado y cascarrabias, los dientes dejo en las sabanas, se olvida de abrir las ventanas, en un sauna se encuentra, pero con olor a café. El chillido de la cafetera me despierta, las calcetas me encajo, y empiezo la escalada en inversa por el tobogán escalonado, puntero le hago al piso, y ahí lo encuentro en las nubes de café, dormido cual tronco, ahí está, otra vez, aquel viejo al cual amo tanto.

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