La enseñanza de la medialuna especial

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Un golpe seco en sus costillas lo hizo reaccionar, una niña pálida, rubia y con la boca abierta había chocado con él, llevaba puesto un guardapolvo rosa, con bolados amarillos, propio de la escuela de la esquina de su casa. Lo miró unos segundos a los ojos y continuó su camino corriendo como si las calles fueran de ella –¡¡Fíjate por donde vas imbécil!- Gritó tomas sacudiendo su guardapolvo, pero la niña ya estaba demasiado lejos, y si acaso lo había oído o no la niña eligió no responder, porque, como bien dice el abuelo "a palabras necias oídos sordos". Tomás la siguió con la mirada, y luego con los pies, pues la curiosidad formaba parte de su descripción, hasta llegar a la plaza del Morino La plaza del Morino, era básicamente, un suburbio, para perros de la ciudad. Contaba únicamente con cuatro árboles viejos y torcidos, poco pasto y mucho pis, muchos perros y pocas personas. El padre de Tomás siempre había considerado a la plaza Morino parte del sector necesitado, porque según él la gente allí era "desagradable" pero Tomás nunca entendió por qué su padre decía eso, pues la gente le parecía solo gente, y la plaza era solo una plaza. Y entonces la vio, estaba acariciando un gran perro de ojos negros, y orejas marrones, que movía su cola de izquierda a derecha, de izquierda a derecha, Tomás nunca había visto una cola que se moviese tan rápido. La cola de ese perro le llamó mucho la atención, y sacó a la luz su curiosidad, así que Tomás se acercó un poquito más, se escondió, y a la lejanía divisó un grupo de adolescentes, dos mujeres y cuatro hombres que se dirigían a la niña, o... ¿Al perro? Tomás no estaba seguro. Pero todo le quedó más que claro cuando una patada poco contenida se estrelló contra el abdomen del perro con orejas marrones, seguida de otra patada dirigida a la niña pálida-¡¡Así aprenderás a no ser tan fea!!- Los adolescentes estallaron en risas y burlas, hacia la niña,  su color de piel, y su pelo dorado. La mandíbula de Tomás calló, para él esa niña no era fea, y si acaso lo fuese, lo que estaban haciendo esos niños no le agradaba, y el abuelo le había enseñado, que tenía que luchar por su forma de pensar – ¡Para ya!- Gritó la niña, pero ellos no pararon, y Tomás tampoco. Quizá la niña no fuera tan imbécil después de todo, quizá Tomás estaba en lo cierto cuando recibió una patada en el abdomen por defender lo que él creía correcto, pero esos eran simples "Quizás" y no "certezas". La gran certeza es que se había ganado una amiga, y su nombre era Catalina, la niña de la plaza del Morino.

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