Humildad

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Tomás estaba frustrado, pues Catalina le había ganado en los dardos otra vez. El abuelo prendió la cafetera y se dispuso a hacer café. Era sábado en la tarde, lo que significaba que no había colegio hoy, lo que significaba unas pequeñas vacaciones para Tomás. Apoyó su cara en una mano y dijo- No lo entiendo abuelo, yo tengo muchísima mejor puntería que ella, y soy mejor en casi todas las cosas- Tomás miraba su té con leche fijamente, mientras revolvía, con lentitud, las tres cucharadas de azúcar, que había vertido en él.

El abuelo alzó la vista sorprendido, miró a Tomás detenidamente, y se sentó en la silla del frente -Cuando te creas mejor que alguien, Tomás, caerás más bajo que nadie. Por qué no hay peor defecto que creerse un ser perfecto- Dijo el abuelo mordiendo una medialuna, y cerrando los ojos. Su sonrisa pícara se esparció por su cachete izquierdo. Esa era, la sonrisa a la que el abuelo llamaba "sonrisa medialuna", o "La sonrisa de Tomás".


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