Especiales

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El abuelo plantó su vista en una medialuna con las puntas torcidas, y lentamente la agarró –Mira Tomás, ¿Qué ves aquí?- Preguntó el abuelo sonriendo de oreja a oreja.

-Una medialuna que tuvo problemas en el horno, yo que vos ni la muerdo - Contestó Tomás divertido, la expresión facial de su abuelo le hizo entender que estaba en lo correcto, pero al cabo de unos segundos se dio cuenta que no era así.

-Ciego estas mi querido Tomás- El abuelo apoyó un codo en la mesa y reposó su cachete derecho sobre su mano, mientras con la otra alzaba la medialuna- ¿Es que acaso no ves lo especial que es esta medialuna?- Rodolfo frunció el ceño, y lo miró detenidamente.

Tomás observaba atónito, nunca entendía al abuelo, pues sus palabras eran confusas, pero sabía muy bien, que al cabo de un rato el abuelo le explicaría que trataba de decir. Eso sí, antes de la explicación, vendrían vaya a saber cuántas palabras más, que Tomás, nunca entendería. Pero esta vez no fue así, esta vez el abuelo no le explicó que trataba de decir, si no que dejó la medialuna en la mesa, y volvió a agarrar el diario. Levantó las cejas y dijo – Pues cuando abras los ojos, quizá ya sea tarde- y se enfocó en el diario nuevamente. Tomás nunca entendía que tanto veía en ese diario, él lo consideraba algo completamente aburrido, mientras que el abuelo lo consideraba parte de su rutina diaria, por lo cual, lo consideraba parte de su vida. Sin más se levantó, le besó la pelada al abuelo y se encaminó hacia el colegio, la medialuna con las puntas torcidas revoloteaba en su cabeza, alejándolo del mundo real y acercándolo a entender la enseñanza del abuelo.

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