Pequeña e inocente.
El calor y los gritos le hicieron despertar. Cogió su unicornio rosa de peluche y lo abrazó contra su pecho, tenía miedo.
Los gritos de sus padres la estremecían. La morena se sentó en el suelo, quedando apoyada contra la pared del pasillo. Sus padres no la veían, esa era su intención.
Todas las noches los escuchaba gritar, todas las noches se sentaba en el pasillo para escucharlos pelear. Giró su cabeza y vio a su melliza gatear, cada día se veía más desgastada. Sus uñas estaban ensangrentadas, su piel pálida, su cabello enmarañado.
Muchos podían decir que la temían, la morena pensaba que la salvarían.
Y su cara... llena de arañazos y con ojos inyectados de sangre. Todo oculto por su pelo, su pelo moreno enmarañado. Su melliza tenía graves problemas, ella pensaba que un ser sabio la ayudaría a escapar.
Que ingenua.
La morena escuchaba susurros, no sabía lo que decía, ¿le estaba hablando su hermana? ¿O aquellas voces que hablaban por su melliza?
—Ve al sótano—la melliza miró los ojos grises de la morena.
La morena se levantó del suelo y fue a buscar a sus padres. Comenzó a llorar y abrazó la pierna de su padre. Les rogaba que fueran al sótano, que tenía miedo, pero que la acompañaran al sótano. Aquellos dos adultos aceptaron, sabía que la morena hablaba con su melliza y que debían hacer todo lo que se les ordenara.
Bajaron al sótano, los minutos corrían y la morena sentía más calor. El ruido de cientos de cosas caer al suelo los ahuyentó de sus pensamientos.
Y sin saberlo, la melliza había estado todo el rato con ellos.
Los padres de aquellas dos chicas salieron corriendo escaleras arriba para intentar escapar. Las llamas era lo único que se podía ver por la puerta, muebles incendiados y en pocos minutos ellos también arderían.
La melliza sonrió tras sus pelos enmarañados y las llamas llegaron al suelo.
—Corre, no mires atrás —le dijo su madre a la ojigris.
—Siempre te amaremos —añadió su padre.
Aquél hombre ayudó a la morena a salir por la pequeña ventana. Ella sentía miedo, necesitaba llorar. Aquella pequeña de ocho años corrió por el bosque, por un bosque ardiendo. Unos acantilados se encontraron con sus pies descubiertos y dejó de correr.
Las llamas no le alcanzarían.
Abrazó su unicornio rosa y sus pequeños ojos se inundaron de lágrimas.
Sólo ocho años, y ya vio a su familia morir. Pobre huerfanita sin alma, pobre de aquél que la intenté ayudar.
Entonces salió el sol, y la realidad se impuso. Había estado durmiendo. El recuerdo se plasmaba en sus sueños.
Se prometió a sí misma no volver a soñar, lastima. Poco a poco su cuerpo se destruye al recordar aquél entonces.
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sweet baby
Short Story《f i n a l i z a d a》 "Somos polvo de estrellas" - Carl Sagan. Ganadora de plata en los premios #WOWAwards2016 04 - 01 - 2017: #36 Poesía 06 - 01 - 2017: #41 Poesía