Parte 1

309 12 2
                                    

Piero intentaba concentrarse en las partituras que tenía sobre la mesa, pero cada dos por tres notaba la mirada furtiva de Ignazio que desde el sofá fingía ojear una revista de coches. Se estaba poniendo nervioso.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó con un suspiro mientras apartaba los papeles y se quitaba los auriculares.

- Me aburro. ¿A qué hora ha dicho Barbara que bajemos a cenar?

- A las seis.

- Joder, eso es hora de merendar, no de cenar – refunfuñó Ignazio. Era evidente que no estaba de buen humor.

- Vale, repito: ¿qué te pasa? ¿Me lo vas contar?

- Nada, cosas mías – Ignazio se desperezó dejando ver su ombligo al levantar los brazos. Bostezó ruidosamente. Piero sonrió: las ilvolovers tenían razón, Ignazio era como un gran oso. Se lo imaginó rascándose la espalda contra un tronco.

- ¿De qué te ríes? – preguntó Ignazio sin hacer ningún esfuerzo por recomponerse: seguía con la camiseta levantada, los pantalones torcidos y el pelo revuelto.

- Nada, cosas mías también – contestó Piero todavía sonriendo.

Ignazio le devolvió la sonrisa y Piero tuvo la sensación de que la habitación se iluminaba. Nadie sonreía como él. Era lo primero en lo que se había fijado el primer día que lo vio. Los hoyuelos, el brillo de sus ojos, la transformación total que se obraba en la cara de ese niño gordito cada vez que sonreía. Sintió un pellizco en el corazón al recordar aquel Ignazio, pero intentó no pensar en ello. Le dolía demasiado. Se levantó de la silla y fue hacia la cama, donde había dejado la maleta. No hacía falta deshacerla, pasado mañana volvían a coger otro avión.

- Creo que me estoy haciendo viejo, cada vez llevo peor el jet lag. – dijo Ignazio.

- ¿No has dormido en el avión?

- Muy poco, un cuarto de hora o así. He estado jugando al Fifa todo el rato, me pican los ojos.

- Yo sí que he dormido.

- Ya lo sé, te he oído roncar.

- Yo no ronco.

- Sí que roncas, don perfecto. Créeme, he dormido muchas veces a tu lado. Roncas.

Ignazio se levantó del sofá y fue hacia el cuarto de baño. En vez de entrar se apoyó en el quicio. Se metió las manos en los bolsillos y bajó la cabeza. Piero reconoció las señales: la tormenta se avecinaba.

- ¿Quieres que te cuente lo que me pasa? – preguntó Ignazio mirando concentrado la punta de su zapato derecho.

- Si tú quieres contármelo, sí.

- He dormido poco en el avión, pero he soñado.- Ignazio hizo una pausa – Contigo – añadió en voz baja.

Piero dejó el neceser sobre la cama y se giró, dándole la espalda a Ignazio. Intentaba buscar otro tema de conversación. Hacía meses que evitaban hablar de nada que no fuera el trabajo, pero ambos eran conscientes de que el muro que se había levantado entre ellos meses atrás, se estaba agrietando a marchas forzadas. Piero ardía en deseos de saber qué había soñado Ignazio, pero no estaba seguro de que fuera buena idea.

- ¿No quieres saber lo que pasaba en el sueño?

- No. – mintió Piero.

- Estábamos otra vez en el funicular. En Rusia.

- Te he dicho que no quería saberlo. Y era un teleférico, no un funicular. Me equivoqué en el vídeo que publicaste en Instagram.

- En serio, no entiendo cómo te puedo querer tanto con lo gilipollas que eres a veces.

THIS TIMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora