Capítulo 25

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—¿¡CÓMO!?

—Lo que oyes, Amanda. Nos vamos mañana —Curtis agarró una naranja de la fuente y salió de la cocina. Lo seguí con el pavor de un futuro incierto en mi mirada.

—¡NO PODEMOS IRNOS!

—Habla con tu jefe y pregúntale si te volvería a contratar cuando volvamos —se tiró en el sofá y peló la naranja.

—¿¡POR CUÁNTO TIEMPO NOS VAMOS A IR!? —me tiré de los pelos al borde de un ataque.

—No lo sé.

—¡CURTIS, POR FAVOR!

—¿Qué?

—¡NO PUEDES DECIRME ESTO Y ESTAR TAN TRANQUILO!

—Ya me he resignado. También estoy en un aprieto con mi trabajo.

—¿PERO POR QUÉ? ¿POR QUÉ AHORA?

—¿Te acuerdas de que estuvimos viviendo en la casa de Dublín y cuando nos vinimos a Londres papá se quedó allí? —asentí desquiciada—. Me ha llegado un fax atrasado de octubre. Están en Tailandia desde entonces.

—En Tailandia... ¿¡OTRA VEZ!? —di vueltas por el salón.

-Tenemos que ir a la casa a arreglar papeleo porque al parecer las facturas no han sido pagadas, y hay tanta basura que los vecinos se han quejado mil veces por el horrible hedor.

Se me iban a salir los ojos de las órbitas— Espera, ¿¡TAMBIÉN TENEMOS QUE PAGAR LAS FACTURAS!?

—¿Con qué dinero? Tienen que pagarlas ellos, pero hasta que vuelvan habrá que hablar con el banco y eso.

Murmuré una barbaridad de insultos mientras mi hermano se comía la naranja con una tranquilidad pasmosa.

—¿¡Y POR QUÉ TENEMOS QUE AYUDARLES CON SUS PROBLEMAS!? ¡ELLOS SON LOS QUE SE LO HAN BUSCADO, QUE SE LAS APAÑEN!

—Siguen siendo nuestros padres —por primera vez mostró alguna emoción, me miró con severidad.

Gruñí y me rasqué el cuello con ansiedad. Todo era demasiado frustrante. Me marché a mi habitación, me senté en la cama y pasé cinco minutos seguidos mirando a un punto fijo en el suelo.

Volví a entrar al salón un poco más calmada, probablemente sin haberlo asimilado lo suficiente— ¿Y Evelyne?

—¿Qué le pasa? —Curtis hojeaba un periódico.

—¿Va a venir con nosotros? —me agarré un mechón de pelo y empecé a girarlo sin parar.

—Ella se va a Bath, la hermana de su tía se casa... o algo así.

—Ya... —no tenía ni idea de eso, ella no me había dicho nada.

—Amanda —mi hermano me llamó y me instó a sentarme a su lado—. Mira, sé que esto es una mierda. Yo tampoco quiero irme. Pero estamos juntos en esto, ¿no?

Fruncí el ceño con crispamiento. Resoplé y asentí— Estamos juntos en esto.

—Intentaremos terminar con todo lo antes posible.

Ambos compartimos una mirada de engorro.

—Sí...

<...>



23 / 04 / 74

Hemos cruzado cerca de 600 kilómetros. Estoy agotada. Curtis se ha pasado todo el viaje durmiendo y yo murmurando quejas. No pasé muy buenos momentos en Dublín, por lo tanto volver no me hace feliz... Además la razón por la que vamos no lo mejora.

Desde marzo los chicos están de gira. Pasé mi cumpleaños con Suzzi, Mary, Ev y Curtis. Fue agradable, pero se notaba el vacío que habían dejado los cuatro. Volverán a Londres en mayo. No creo que hayamos vuelto nosotros para entonces... Si al menos tuviera a Evelyne aquí conmigo no me aburriría tanto. Mi hermano es demasiado dormilón y así es como va a sobrevivir a esta experiencia fatídica. A mí me va a tocar estar amargada todos los días hasta que nos larguemos. Maldita sea.

Aprovecharé para contar la historia de la mágica casa familiar mientras llegamos allí... Básicamente y para resumir, mis padres se enamoraron locamente cuando eran adolescentes, viviendo en Londres. Acabaron teniendo a Curtis. A mi padre, Simon, le habían ofrecido un puesto de trabajo en Dublín, así que todo iba bien. Con la herencia de mis abuelos difuntos, mi padre diseñó los planos de una casa y cuando consiguió terminarla, la familia feliz se mudó allí. Entonces nací yo. No lo digo como si yo fuera la desencadenante de las desdichas. Aunque así lo creí durante muchos años... y a veces me lo sigo preguntando. Antes de darse cuenta, Simon y mi madre, Sadie, ya no se querían tanto como al principio y tenían más números rojos que felicidad en sus vidas. Las deudas se derramaban por las resquebrajadas ventanas. Discutían cada día, cada hora, cada segundo... Sadie se marchó a Edimburgo y Simon decidió dedicarse a la venta de boletos de lotería. Curtis y yo, cuando tuvimos suficiente edad y dinero, nos marchamos a Londres. Evelyne vino con nosotros, claro.

Años después, Simon y Sadie se volvieron a encontrar para arreglar los papeles del divorcio y... se fugaron a Portugal. Desde entonces así ha sido todo el tiempo. Un suplicio. Y una vez más había ocurrido. No puedo cuantificar cuando me irrita esta situación.



El conductor avisó de la siguiente y última parada, y sucesivamente bajamos del autobús. Caminamos unas cuantas calles y llegamos hasta la fatídica casa de mi padre.

—De vuelta al hogar... —murmuró Curtis tapándose la nariz y abriendo la puerta principal.

—Preferiría llamar hogar a un cubo de basura —dije, también de la misma forma—... Aunque esto es casi lo mismo.

Sin ánimo ni ganas, ambos entramos en la vieja casa. La puerta chirrió y el pestilente olor, que ya alcanzaban nuestras fosas nasales a percibir desde fuera, incrementó considerablemente. Íbamos con el equipaje a cuestas. Curtis dio un paso y algo bajo su zapato sonó un tanto gelatinoso.

—Cuidado, podrían ser restos nucleares —advertí con voz de pito por tener mi nariz bien tapada entre mis dedos. Mi hermano alzó la pierna y encontró algo viscoso pegado en la planta de su zapatilla. Hizo ruidos como respuesta a tal suceso espeluznante.

Cerré la puerta de salida, aún arriesgándome a que el oxígeno fuera consumido por las paredes vivas y malolientes de la casa. Eché un vistazo a toda la porquería que había acumulada en cordilleras.

—¿Te imaginas que esta mugre ha creado vida propia y tiene su propio ecosistema? —comentó mi hermano, observando alrededor.

Abrió la puerta del baño y un ser peludo, negro y pequeño salió de allí.

—... No creí que iba a ser verdad —miró pensativo al ser que se marchaba hacia el sofá lleno de periódicos y suciedad.

—Un gato. ¿Qué te apuestas a que es mutante? —me acerqué al animal con cautela. Era blanco, o al menos lo fue alguna vez que estuvo limpio, con manchas anaranjadas y los ojos verdes.

—Si lo es, yo me encargo de esas sospechosas cajas de por allí —Curtis soltó sus cosas y las mías en una esquina algo menos rodeada de porquería.

—No sé cómo lo vamos a comprobar. Me da repelús tocarlo por si me pega algo. Pero también me da penita, debe de tener hambre.

—Déjalo ahí —me tiró unos guantes y una mascarilla—, nosotros tenemos asuntos mucho más importantes.

—¡Espera, no! ¿Qué hay del almuerzo? No he comido nada, me muero de hambre.

—Calla y limpia —se puso manos a la obra con unas bolsas de basura.

—¡No puedo limpiar sin antes zampar! ¿Y si me da un colapso por no alimentarme correctamente?

Me amenazó con una plasta mohosa recogida del suelo con un recogedor, y comprendí el aviso inmediatamente.

KEEP YOURSELF ALIVE #2: Let Me In Your Heart ♕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora