Primero una gota, luego dos; luego todo un tintero. La escritura lo llevó a eso. Nuestro personaje, un ser consumido por los libros y las historias, se recluye en sus palabras para crear un espacio sagrado de privacidad vital en el que nada ni nadie lo molesta. Escribe mucho y sin ningún orden ni objetivo. Pasa días enteros planificando obras maestras que terminan en la basura por uno o dos errores de ortografía.
Habiendo gastado fortunas enteras en tinta para su pluma y cigarrillos para sus nervios no duda en seguir invirtiendo en si mismo; en su causa perdida. Ya no se baña, tampoco come, no lo considera necesario. Dice que las palabras alimentan la mente, que eso es todo lo que necesita para vivir. Nuestro personaje es un ser extraño en verdad.
Jamás publicó un libro, tampoco leyó ninguno; pero eso no lo detiene sino que, al contrario, lo impulsa a escribir por algo que va más allá. Defiende con uñas y dientes su noble ideal sin saber siquiera cuál es éste. El escribe, per no siente; es incapaz de conectar su alma con lo que plasma en el papel. Tal es por eso que pasa las horas observando el tintero.
Con una mirada desamparada ataca las cuatro paredes vidriadas y opacas del pequeño utensilio, intentando obtener alguna respuesta. Y como por un acuerdo tácito, el personaje se sienta a la mesa todos los días, vuelve a llenar el tintero y comienza a garabatear las palabras sobre el papel; susurrando, implorando y deseando que su pluma cobre vida y dibuje en una sucesión de correctísimas oraciones aquella obra excelsa que lleva tanto tiempo gestándose en su mente y que aún no tiene forma alguna.
Nunca consigue lo que quiere. Pero nuestro personaje no es de los que se rinden. El lo sigue intentando. Tal vez algún día alguien como vos lea algo de lo que él escribió; eso sí que lo haría feliz. O tal vez vos mismo sos nuestro personaje en busca de aquello sobre lo que escribir. De cualquier modo, no pierdas el tiempo mirando sólo el papel; salí allá afuera y encontrar aquello sobre lo que vale la pena escribir.
