Verte. Así nada más. Mirarte, y saber que esta pasando por tu cabeza... o adivinar. Observarte de la manera en que lo hago es todo un arte. Mejor dicho, es como observar el arte mismo. Te veo, tan pura y natural, tan transparente y tan abierta, tan vos. Te veo y veo lo que sos, lo que te gusta, lo que anhelas. Me gusta verte, me gustas. Sos todo lo que sos y eso me vuelve loco. Complicado, ¿no? Bueno solamente a veces. Pero estoy dispuesto; es un desafío y, para ser honesto, los desafíos me encantan. A veces me gusta verlo como una aventura, a veces como una pelicula; no idealizándolo, si no mas bien acompásandolo a una serie de eventos que se desarrollan dentro de mi vida y que me acercan a la felicidad, a la plenitud.
Como observador me encuentro en una posición privilegiada, excento de toda responsabilidad, como quien mira una obra de arte que otro ya pintó y otro más valuó. Ahora si, como protagonista, soy participe de toda acción conjunta que nos lleva a la conexión. Sobre cada decisión tomada, cada palabra, cada lágrima y cada sonrisa compartida tengo (por lo menos) un cincuenta por ciento de la responsabilidad asumida. Más allá de todo, es una tarea que llevo con gran alegría. La de ser compañero, ayuda, soporte, amigo y amante; en toda circunstancia y mas allá de todo riesgo.
A pesar de todo yo sigo observando esta magnifica obra de arte, porque eso es lo que veo. Belleza pura y definida, solo comparable a las creaciones de los más grandes dioses de cualesquieran sean las religiones inventadas por el hombre o sus ulteriores. Honorable magnificencia, llena de un misticismo energético, casi ancestral; que ilumina mi mirada con esa chispa del amor cada vez que se me permite apreciarla.
Porque eso es lo que observo. Amor, desinteresado y desprendido, cariñoso y compasivo.
Es arte, es felicidad. Mi lienzo inabatible e inabarcable. Es vida. Es mi musa.