En la oscuridad

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En la oscuridad uno piensa mejor. Pero en la oscuridad, a veces, el miedo lo puede todo. No siempre puede uno enfrentarse a lo preciso del pensamiento como es debido. Y aquel repiqueteo que nunca cesa, lentamente se va transformando en el cuentagotas de mis desgracias. Repartidas a granel por entre todos mis vínculos y afectos más preciados. Pero de entre esa espesa oscuridad, cargada de amargura, puede salir luz; y a veces lo hace. Y mis ojos se alegran al verlo, se reencuentran con la paz. Me recuerdan aquellas noches en el campo, lejos de las luces de la ciudad, en las que por mero instinto sobrellevado por la inocencia, solía mirar hacia arriba y encontraba sobre mi cabeza un cielo plagado de estrellas que iluminaban mis esperanzas. Esa es una metáfora que prefiero guardarme para mi, porque hay cosas que uno nunca olvida.
Desafortunadamente, esta oscuridad no tuvo luz. Me miro, y no reconozco en mi rastro alguno de quien solía ser. Observo con detenimiento cada marca, cada arruga, cada pliegue y vuelta que realiza mi esencia; tanto física como voluble. Esta oscuridad me dejó ciego a un mundo de estrellas, como esas del campo que ahora ya no puedo ver. La presión de una masa compacta de desilusiones y anhelos incompletos me fue aprisionando, achicándome hasta no poder más. Y yo me dejé llevar, no quise ver mi prisión. En parte, porque hubiera sido mostrarme débil; en parte, porque yo mismo había ayudado a construirla. Pero, aún no se si para beneficio o desgracia de mi alma, una parte de mi quería escapar. Y sin que yo lo supiera, lo hizo; encontró la manera. Era una medida desesperada, tan despersonalizada que ni siquiera permitió que yo tomase conciencia de sus actos. Pero a esa parte de mi no le importó, porque sólo se preocupaba por si misma.
Cuando está oscuro suelo pensar. Uso la vastedad del inmenso infinito que me rodea para verme reflejado en ella, tal vez así como una pequeña chispa de ese fenómeno que nosotros vulgarmente llamamos amor y que, a mi entender, es aquello que mueve al universo y lo hace funcionar en su totalidad.  Cuando pienso, pienso en todo, excepto en mi. Esa es la transición que más disfruto, la de verme desde fuera, como parte de algo más grande. Ahora pienso, y estoy fuera de la oscuridad. Escapo a todo aquello que me atormenta, para dar trascendencia a aquello que me cautiva, la vida misma. Ahora ese cielo estrellado vuelve a brillar ante los ojos que utilizo, de aquellos que me he apropiado. Y es tan curioso, porque al no estar en mi, mi metáfora ya no es mía, por consecuente puedo compartirla y a ello procedo.
La gran ciudad, nuestro tan curioso eje, nuestro adorado centro. Aquello supuestamente poseedor de todas las luces, de todo lo que nos aleja de la oscuridad del pensamiento. Aquel lugar cálido, donde yace nuestro hogar; y aferrado a el, nuestra seguridad. Y de pronto, crisis. ¿No es que acaso esas luces que nos alejaban de la oscuridad del pensamiento también hoy nos alejan del pensamiento mismo, de nuestro poder de decisión? Hete aquí que el recibir tanta luz de la ciudad no nos permite visualizar las estrellas. Por ende, para poder vernos y pensar. Es necesaria la luz, pero también es necesaria la oscuridad. Miedo y amor,  alegría y odio, tanto un bando como el otro son necesarios. Y deben coexistir dentro nuestro, en armonía.

A veces, en la oscuridad, uno piensa mejor...

Memorias De Un Tiempo Que Esta Por Llegar O Acaba De PasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora