Verdades

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En vez de eso, me encuentro con una tienda de antigüedades. Le digo a Lucía que ahí estaba la casa. Pero que ahora está la tienda de antigüedades. Me dice que entre, entonces cruzo la calle y veo entre los escaparates de cristal el retrato de la mujer con pómulos prominentes que estaba en la casa colgado en la pared derecha. Entro y me encuentro dentro de una casa con muebles, y otros objetos en venta. Hay viejos sillones de madera labrada y retratos de paisajes o de animales tirados por doquier. Los muebles carcomidos por las polillas, o con la pintura desgastada por el sol. La madera en algunos estaba podrida por la humedad y el paso del tiempo. Es un lugar muy pacífico, completamente diferente a la ciudad por fuera. Se respira tranquilidad aparte del polvo. Es bastante reconfortante y acogedor. Como si las mismas paredes cafés, y el techo de granito blanco quisieran que estuvieras dentro. El polvo de los objetos viejos llegó a mi nariz y repentinamente sentí venir un estornudo por mi nariz.

—Salud —me dice una voz ronca que viene de la trastienda.
—Gracias

Un hombre viejo -el dependiente de la tienda- sale y se coloca detrás del mostrador. Es calvo y con un poco de pelo a los costados, sus orejas son bastante amplias. Tiene un bigote canoso, sin barba. Su piel arrugada por la flacidez se ve de un tono cenizo, apagado. Casi muerto, y a través de sus lentes hay unos ojos de un negro profundo.

—¿Te interesa algo? —pregunta amablemente.
—No, gracias. Sólo estaba viendo.
—Los jóvenes de tu edad ya no aprecian las cosas viejas. Para mi son como mi vida. Me han hecho compañía desde mi juventud. —dice con decepción.
—¿Usted es el dueño?
—Si, vivo en la parte de atrás. Solía ser coleccionista cuando joven, pero ahora todas mis reliquias no son más que baratijas. —sus ojos se ven tristes, cansados.
—¿Todo esto es suyo?
—Lo era, ahora es del tiempo. Cada objeto tiene su historia. — suelta un suspiro.
—¿Qué me puede decir de ese retrato? ¿Conoció usted a la mujer? —pregunto, señalando lo que me atrajo hasta aquí.

Lo pensó por un momento y finalmente respondió

—No. Estaba aquí mismo cuando llegué. Compré este lugar cuando aún era un departamento, e instalamos el local tiempo después. La vendedora dijo que no había forma de sacar la pintura sin romperla, y ella no quiso hacerlo. A mi me pareció hermosa y la conservé. Como dije, cada objeto nos cuenta una historia.
—Oh, vaya. —Seguí recorriendo el local— ¿Usted sabe mucho sobre las antigüedades?
—Claro. Yo estudié historia, y daba clases en una universidad.

Saqué el corazón de cristal y se lo enseñé.

—Mire, encontré esto hace unos días y estoy intentando averiguar de dónde viene.

Lo toma entre sus manos y lo observa. Lo gira, lo toquetea y finalmente me lo devuelve, se gira y empieza a caminar el dirección a la trastienda de nuevo. Al cabo de unos minutos y de un poco de ruido, regresa con un bulto café en la mano. Mientras se acerca, veo que el bulto es una caja. Está asegurada con un pequeño candado de latón, lo sé porque tiene un olor muy peculiar que casi puedo percibir en la lengua. Saca de dentro de su camisa azul, un collar con una llave. La abre y del interior sale un olor avejentado y dulce. Hay dos armazones de metal dorado, uno está vacío y el otro contiene un corazón idéntico a este. Ambos armazones están unidos a una cuerda de cuero ajustable para colgarse en el cuello. Volteo a ver al viejo y me dice "Adelante" con un gesto de cabeza. Meto la mano a la caja y tomo el armazón vacío, tiene un seguro en en costado derecho, lo abro y muevo la mitad del armazón sobre el eje de una bisagra colocada del lado izquierdo, frente al broche. Pongo dentro el corazón de cristal. Encaja a la perfección. Giro de la bisagra de nuevo y lo cierro a presión soltando un ruido parecido a un clic.

Es idéntico al otro. El dependiente cierra la caja, coloca el candado, y me la ofrece. La tomo y acto seguido arranca de su cuello con un movimiento fuerte la cadena unida a la llave y la pone encima de la caja. Veo que tiene un pirograbado de espirales, como runas celtas o algo por el estilo.

—Creo que ahora es tuyo. No sé si te ayude en tu búsqueda. Realmente la caja no es mía. Es de la casa. —me toma del brazo y hace un gesto para que lo siga.

Vamos a la trastienda y se detiene en un pasillo muy poco iluminado. Enciende una vela colgada de una herrería empotrada en la pared. La luz del fuego hace sombras inestables que parecen tenebrosas. Levanta el papel tapiz floreado de una parte donde estaba roto y abre una especie de puerta secreta mostrando un compartimento apenas un poco más grande que la caja.

—Esta casa tiene sus propios secretos. Todas las construcciones los tienen, pero sólo aparecen a quien sabe encontrarlos.
—¿Qué quiere decir?
—Que prosigas, tal vez, si sabes buscar, encontrarás respuestas.

La puerta de la tienda suena, y salimos de la trastienda. Lucía esta parada, contemplando los objetos. Paso el mostrador y levanta la mirada hacia nosotros.

—¿Qué hacías ahí? —dice.
—Nada, ya podemos irnos. —le digo y me giro hacia el dependiente— Adiós, señ...

Ya no está. El hombre viejo que me dio esto, ya no está.

—¿Con quién hablas? —me regaña Lucía
—Con nadie. O eso creo.
—¿Qué traes ahí?
—Te explico en el coche.

Ambos salimos de la tienda por la puerta principal. El ruido del tránsito en en exterior es completamente diferente a la tranquilidad de adentro. Me perturba los confusos pensamientos, pero me alegra al menos avanzar en la búsqueda. Atando algunos cabos, creo que la casa a la que entré aquella tarde pertenece al pasado. Antes de que el hombre la comprara. Cuando aún vivía la mujer del retrato. Y creo que este par de corazones pertenecen a Tara y su madre, pero ¿Que relación hay entre la chica y ellas dos? ¿La chica es Tara? Me parece imposible, ha pasado demasiado tiempo desde el recuerdo que vi, hasta que el señor compró la tienda y el momento actual. No luciría tan joven.

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⏰ Última actualización: Jun 17, 2016 ⏰

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Osculum: El Beso PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora