Freduard Irebirab se despertó con su cara oscura cubierta en sudor. El sol manchado de sangre se asomaba tímidamente por el horizonte, haciéndole reverencia al mundo de sueños que moría. Aún no podía leer el mensaje que ese sol manchado le transmitía pero sus instintos le decían que debía alertar a Gaela Eliav. Algo muy malo amenazaba al reino.
Gaela seguía durmiendo en su cuarto. Todavía soñaba con príncipes que le besaran la mano y bailes con la bendición de la luna. No era un buen día para tener una premonición. Hoy se casaba con otro príncipe del reino agua, con el objetivo de generar una alianza político-económica más fuerte entre el distrito sur (donde vivía) y el distrito este. Por eso había que tratar el tema bajo las sombras del secreto. Si se corrían rumores de hechicería, la ley intervendría y Freduard y muchos jóvenes dotados serían colgados. Si se descuidaban, muchos brujos no llegaban a las dos décadas.
La idea de casarse no le gustaba a Gaela. Se sentía un peón en un juego de hombres. A ellos no les importaban que su hogar estuviera en Anacqua, pero ella podía entender la razón de su matrimonio. Le gustaba analizar las cosas. Quería ser inteligente, enorgullecer a su familia, mantener el honor real. No querían que la vieran como una nena de 17 años. Podía probar que era mucho más que eso.
Su hermano, Fenilli Eliav, no tendría que pensar jamás en las responsabilidades que cargaba una mujer. Podía convencer a cualquiera de que tenía la razón por más loca que la verdad pareciera. Gaela envidiaba la libertad que tenía. Era verdad que no podía ser un hombre completamente libre; pero definitivamente tenía más libertad que ella. La princesa era valiente y enérgica en un mundo que exigía su disciplina. El mismo mundo que indultaba las indiscreciones de Fenilli por ser heredero al trono.
Ella sabía cómo comportarse. Era un saber común que por su amabilidad y razonabilidad, el reino la preferiría como gobernante del distrito. Había aprendido a mostrar un buen frente hacia su pueblo. Eso no la frenaba de tener fe en Fenilli. Por más que fuera inmaduro e irresponsable, él entendía como jugar el juego de políticos al igual que su hermana, y se ocupaba de que sus súbditos vivieran con comodidad.
Había muy pocas personas despiertas en el castillo. Más que nada sirvientes, corriendo de un lado al otro porque el desayuno estaba tardando. Gaela iba a ser despertada por Ersimia Ocsob, su dama. Ella le era fiel de la misma manera que un perro le era fiel a su dueño. Era la única que la trataba como una amiga y la valoraba por lo que era, no por lo que podía darle. No había secreto entre las dos.
Gaela se movió entre las sabanas intentando escapar de los intentos de levantarla de Ersimia. Podía ser cortés y correcta en la corte, pero en su cuarto, era una adolescente más que quería seguir durmiendo. La cama era la más cómoda en todo el castillo, y no tenía intención alguna de dejarla.
Había veces en que el cuarto le parecía demasiado grande, así que se aferraba a la idea de que a partir de mañana ya no dormiría sola como aspecto positivo de sus nupcias.
Finalmente Ersimia le sacó la última sabana y empezó a peinarle el pelo. Gaela no se veía a sí misma como alguien lindo a las mañanas. Su pelo castaño cobraba vida cada noche y peleaba contra una fuerza misteriosa que terminaba llevándose el buen estado de su pelo.
Gaela añoraba la vida que llevaba Ersimia. Si bien distaba de ser perfecta, la sirvienta podía encontrar la belleza en las simplezas de la vida. Hacía tiempo que ella lidiaba solo con cosas complicadas como la realeza, las políticas y el lugar de la mujer en un mundo gobernado por hombres.
Podía recordar los años en que ella y Fenilli jugaban por los jardines, volviendo locos a los sirvientes que corrían detrás de ellos. Todo eso quedó en el pasado. Ya nunca volvería a esos jardines de Anacqua. Esos recuerdos fueron forzados a vivir en el hoy y hoy era el día de su boda. Hoy se comprometía a pasar el resto de su vida con un extraño. "Es por el bien del reino" se repetía cada noche antes de dormir.
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Hijos del Sol y la Luna
FantasyAntes del principio de la humanidad solo existían los dioses del sol y la luna, los primeros amantes del universo. Centurias después de su primer encuentro amoroso, procrearon cuatro hijos: agua, tierra, aire y fuego. Los hermanos eran posesivos e...