No era apropiado traer flores marchitas a un funeral. Todos esperaban que la hija de la difunta trajera lilas, siendo sus flores favoritas. Pero nadie se esperaba el ocre marchito de la flor. Podría haber sido un descuido pero Illintia Illteram había procurado esas flores especialmente, para mostrar al mundo lo podrida que realmente era su madre.
No había mucha gente, algunos lores que se tapaban la cara para no ser reconocidos, una manga de prostitutas e Illintia. Sabía que los padres marcaban un camino. Ese era su rol e Inad Illteram, la madre de Illintia, se aseguró que su hija siguiera en el suyo hasta el último momento.
Illintia se preguntaba constantemente como sería su vida si hubiese tenido una buena madre. Ella había tenido la oportunidad de un nuevo comienzo cuando quedo embarazada de uno de sus clientes pero el día del parto, Illintia se desmayó y despertó para escuchar de que su bebe había muerto.
Había tenido 13 años. No había todavía razón para desconfiar de su madre. Pero 15 años después, la noche en que Inad estaba muriéndose, hizo que la llamaran a Illintia.
Illintia acababa de terminar con un cliente. El hombre había pagado por toda la noche pero se había quedado dormido a la hora.
- ¿Qué puedo hacer para que te sientas más cómoda?
Había una tensión en el ambiente. Era su madre y tenía que mostrarle respeto pero la relación nunca había sido muy afectuosa.
- No voy a pasar la noche. Ya lo sé. Pero si muero ahora, vos nunca vas a saber la verdad. Y creo que mereces saber la verdad, porque no hay amor más grande que el de una madre a su bebe.
Inad empezó a tener un espasmo y escupió sangre. Su cuerpo se puso rígido y sus parpados dejaron de parpadear. Illintia predijo lo peor. El secreto que su madre le había ocultado, se iría con ella a la tumba.
Estaba enojada. Con ella, con su madre, con el mundo. Habían pasado 15 años y en ningún solo momento había dejado de pensar en su bebe. Para todos los demás, era algo del pasado, un accidente. Tenía razón, no había amor más grande que el de una madre a su bebe.
Examino el cuerpo de su madre, como buscando por una pista. Sus ojos se iluminaron al ver un papel arrugado en su puño cerrado. Inad había estado determinada a que supiera la verdad. Con o sin ella para entregársela.
Antes de que el puño se endureciera más, abrió la mano y leyó el pedazo de papel. Dos palabras. Solo tenía dos palabras y solo dos palabras cambiaron su vida
Está viva.
Lo leyó 8 veces, como para asegurarse de que fueran esas letras las correctas. Su bebe, su hija, su niña, estaba viva. No sabía dónde ni como pero tenía que encontrarla. Ya no había nada que la atara al reino tierra. No tenía muchos amigos, ni otra familia.
De la alegría vino el resentimiento. ¿Cómo podría habérselo ocultado tanto tiempo? Era SU bebe. Inad había sido madre, y vio lo devastada que había quedado Illintia cuando tuvo que entregarla.
Pasó el resto de la noche fantaseando sobre cómo sería su hija. ¿Quién la había dado el amor que le arrancaron? ¿Viviría con una buena familia? ¿Sería feliz? ¿Sospecharía que pertenecía a otro lugar? Eran demasiadas preguntas para su cerebro y solo había una manera de responderlas. Tenía que conocerla.
Antes de volver al prostíbulo, pasó por El Marino a tomar una pinta y despejar sus pensamientos. Harlette siempre había sido amable con ella, y cada vez que iba al bar se sentía bienvenida.
- ¿Tenes dos gotas de otoño?
- ¿Día largo?
- Década larga.
Harlette fue a buscar la botella de otoño y le sirvió dos gotas. No había mucha gente a esa hora, por lo cual se permitió sentarse un segundo.
- ¿Es mi padre?
- No, no me volvió a pegar.
- Lo lamento.
- No tenes porque, es mi trabajo.
- Igual. Ninguna mujer debería ser tratada así. Sin importar su profesión.
Tomaron en silencio. Illintia había empezado a escuchar los rumores sobre Harlette y Wanderlyn. No debía ser algo fácil amar a alguien ya tomado. Nunca había pensado en eso. Su trabajo eran los amores pasajeros. No intimaban más allá del nombre y la realidad quedaba afuera. Illintia pensaba que Harlette era muy valiente
- Está viva. Mi hija, mi bebe. Inad me mintió, sobrevivió el parto.
- ¿Qué estás esperando? Anda a buscarla.
Esa era la idea pero demasiadas sombras ocupaban su cabeza. ¿Y si no la quería? ¿Y si arruinaba su vida? ¿Qué clase de vida le podría dar, siendo solo una prostituta?
- No es tan fácil. Tengo que analizar qué tan bueno sería para ella conocerme. ¿Qué clase de vida podría darle?
- ¿La amas?
- Es mi hija. Por supuesto que la amo. No dejé de amarla ni un solo día. Nunca voy a dejar de hacerlo.
- Entonces ya sabes que es lo que tenes que hacer. Tenes que dejar los miedos atrás. No hay nada más. Solo ella y vos.
Harlette tenía razón. Tenía que conocerla, tenía que saber quién era. Los dioses le habían dado este conocimiento por una razón. Tenía que hacer algo al respecto.
Terminó sus gotas y le dio unas monedas a Harlette. Ambas se fundieron en un amistoso abrazo. No sabía cuándo sería la próxima vez que la vería, pero lo volvería a hacer junto con su hija y eso le daba esperanzas.
Corrió hacia el prostíbulo más rápido que nunca. No quería perder ni un solo minuto, cada segundo contaba. No sabía ni por dónde empezar; tenía muchas ideas pero no las había agrupado.
La casa estaba ocupada. Habían nombrado una nueva madame pero Illintia ya no era parte de esa vida. Iba a dejar todo atrás. Su pasado no iba a condicionar el resto de su vida.
- Ella. La quiero a ella.
Estaban hablando sobre Illintia. Un soldado fortachón de cabellos oscuros y entre 40 años la miraba fijamente. Estaba con la nueva madame.
- Ya no estoy a la vente. Estoy pronta a marcharme.
La madame río para evitar la incomodidad y le tiro una cara amenazante. Un instinto le decía a Illintia que tenía que correr pero no lo siguió. Iba a marcar su posición.
- Vendida.
- No me escuchaste. No estoy a la venta.
La madame la agarró del brazo bastante fuerte y se acercó a su oído.
- Sos una prostituta. Nunca te olvides de eso.
Illintia gritó y pataleó pero no había remedio, nunca nadie escuchaba a una prostituta.
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Hijos del Sol y la Luna
FantasyAntes del principio de la humanidad solo existían los dioses del sol y la luna, los primeros amantes del universo. Centurias después de su primer encuentro amoroso, procrearon cuatro hijos: agua, tierra, aire y fuego. Los hermanos eran posesivos e...