Serafina I

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Estaba rodeado por fuego. Podía respirar, así es como se dio cuenta que no estaba realmente ahí. Podía pensar que era solo otro sueño, pero cada detalle era demasiado real como para ser mentira. No, esto no era un sueño, era algo más. El fuego era una distracción, tenía que cavar más profundo, más atrás.

Movió las olas de humo y encontró la casa limpia. Reconocía el cuarto, era el comedor de los padres de Ailas. Había estado ahí muchas veces; la última había sido hace 4 días para el cumpleaños de Ailas, pero nada había cambiado. Como siempre.

De repente, sintió una sombra. No podía verla, pero la sentía y le daba miedo. El piso fue cubierto por sangre. Serafina giró para ver los ojos de sus tíos, los padres de Ailas. Estaban demasiado abiertos y ahí fue cuando vio la sangre que salía de sus vientres. Atadas al extraño cuchillo que chupaba las vidas de sus tíos, estaba el rostro borroneado de un hombre con cicatrices. Intentó concentrarse en divisarlo pero era inútil

- ¿Por qué no nos salvaste?

Despertó gritando. No era la primera vez que lo hacía; las pesadillas eran algo de todos los días. Por unos segundos, pudo ver la sangre todavía en sus manos. Segundos después, la realidad aclaro las sensaciones, y la sangre volvió a ser sueño.

El sol todavía no había salido pero tenía que empezar a moverse. Tenía que deshacerse de esos malos sueños que la venían atormentando desde que cumplió 16 hace unas semanas. Antes de eso, rara vez recordaba sus sueños.

La aldea estaba en silencio. Un instinto sombrío le recorrió el cuerpo y tuvo la necesidad de ir a la casa de sus tíos para chequear que estaban bien. A pesar de sus urgencias, no caminó demasiado rápido, cuidándose de no molestar a nadie.

Mientras se asomaba a mirar por la ventana, sintió un aire de movimiento. Escondiéndose como pudo, vio como Ailas salía por su ventana, dirigiéndose al bosque. Sabía que a Ailas le gustaba meditar para despertarse, pero la manera en que se comportaba (con sigilo pero emoción) le dio la sensación que estaba mintiendo.

Siguió a Ailas por los bosques. Cada tanto la chica giraba para ver si alguien la seguía, pero Serafina se escondía bastante bien. Caminaron por 15 minutos hasta que el bosque se convirtió en el final de la montaña.

Serafina empezó a pensar que tal vez se había equivocado, cuando escuchó un galope desde la profundidad del bosque. Por primera vez fuera de la leyenda que había leído en sus libros, Serafina vio a un unicornio acercarse a Ailas.

La bestia estaba exaltada, y Serafina temió que la haya visto.

- Estás rara hoy. No te preocupes, sabes que nadie nos va a ver a esta hora.

Serafina se sintió ultrajada porque su mejor amiga le estaba guardando un secreto demasiado importante. Ailas no era ninguna tonta, sabía los usos que tenían los unicornios y el peligro que representaban. Tenía que intervenir, tenía que ser la adulta en la situación.

- Ailas.

Los ojos atónitos de Ailas se abrieron cuando la voz detrás del arbusto resultó ser su mejor amiga. Instantáneamente Tily se agitó al ver un extraño pero Ailas, dándose cuenta de lo que podía pasar, la tomó del cuello buscando tranquilizarla con caricias.

- Está bien. Es mi amiga. No pasa nada.

Estaba intentando entender. Sabía que no se había dado los permisos a lo largo de su adolescencia, para actuar como uno: irresponsablemente y con un amorío a los secretos. Pero esta situación cruzaba todos los límites de entendimiento. No podía entender como su amiga jugaría con un secreto de tanta magnitud dado que los unicornios eran criaturas cazadas por su pueblo y que sus cualidades ayudarían a muchos. No entendía como no había pensado en el bienestar de las personas con las que convivía por sobre el "vínculo" que tenía con esta bestia.

Hijos del Sol y la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora