Harlie:
Conseguí un trabajo en las minas de Anacqua. Espero volver pronto para casa y ayudarte con mi hermano. Ansío tus noticias. Espero que Junhu no te esté dando muchos problemas, y que Wallace este bien. Los extraño mucho y pienso en ustedes todos los días.
Con mucho amor.
-Nuno Ralfoud.
Nuno escribió esa carta bajo la luz de la vela en la posada "Sirenas". Quería volver a casa pero ya no tenía el dinero para hacerlo y tenía que buscar un trabajo. Las sombras del pasado venían a atormentarlo en formas de pesadilla. Hacía días que no dormía bien.
Contaba los minutos para que se hiciera la hora de trabajar, o por lo menos, hora en que pudiera ir al correo a enviar su carta. Todavía estaba perseguido de que alguna fatalidad iba a pasar que retrasara su regreso aún más.
Resolvió que tenía que salir del cuarto; las cuatro paredes le estaban dando claustrofobia y le daban pensamientos oscuros.
La recepción estaba vacía. Todavía no había nadie despierto y era entendible. Nuno tenía que haber estado durmiendo también, considerando que el trabajo en las minas era uno de los trabajos más arduos. Pero le daba curiosidad la idea de ver como empezaba el día este nuevo pueblo.
Seguramente nada muy sofisticado, demasiado rutinario. Pero esa era la clave que buscaba: rutina. Cada día había sido diferente en su vida, y en ese momento el añoro de lo simple que nunca había sentido lo estaba devorando.
Haría un juramento. Trabajaría todos los días, manteniendo la cabeza gacha y sin causar muchos problemas. Y cuando tuviera el dinero suficiente, volvería a su hogar en Tithmendel para pasar el resto de los días sin preocupación alguna. Sabía que el juramento era solo un sueño irrealista, un canto al vacío, pero Nuno siempre había sido de esos soñadores.
Se hizo el día pero todavía tenía tiempo. Ya estaba vestido, con una ropa que nadie iba a extrañar y se había armado un almuerzo a eso de las 3 de la mañana. Volvió a su cuarto y se miró en el único espejo que había.
Su reflejo le generaba cansancio. Algunas canas habían empezado a salir en su pelo negro. Desentonaban bastante su figura. Nuno las había atribuido al estrés. Sabía que nada de esto era justo. A esa edad, uno debería ir analizando retirarse en algún lugar tranquilo. Tenía la edad justa, recién rozando mediados de los 40, pero había tenido una vida agitada y ya no era el joven que habría con los esfuerzos de una mina.
Volvió a bajar, esta vez para ir al trabajo. El albergue había empezado a funcionar y todo parecía en orden. Se despidió fugazmente de la recepcionista y encaró al mundo.
Tenía 6 cuadras por el pueblo hasta las minas, y 7 si tomaba la ruta del muelle. Como no tenía tiempo de sobra, fue por el pueblo, prometiéndose que iría por el muelle a la vuelta. La visión del mar siempre le había dado mucha calma. Era cierto que nació y se crío en el Reino Tierra, pero de todos los viajes que hizo desde entonces, no había uno que le haya inspirado más que el de ese reino.
Después de unos minutos, podía sentir que estaba llegando a las minas. El aire se había vuelto más denso y lleno de polvo y al lado suyo caminaban hombres resignados, ensimismados en la rutina. Nuno no sabía que era lo que quería de este trabajo, tal vez la hermosa sensación de una tortuosa rutina o el medio para volver a casa. La verdad estaba en el medio de esas dos.
A la distancia podía ver un hombre cuya postura le señalaba a Nuno que podría ser el hombre a cargo. Era joven, probablemente 15 años más chico que Nuno. Parecía un buen tipo, no tenía los ojos de un explotador, y sabía antes que dijera la primera palabra que él iba a ser el que le presentara este nuevo mundo al que se enfrentaba.
- Hola, me llamo Lenat Liebaven pero la gente me llama Len ¿vos sos Nuno Ralfoud?
- Sí, soy yo. Siempre me llamaron Nuno
- Bueno déjame que te muestro cual va a ser tu trabajo. El señor Rocheffort está en la oficina. Casi nunca sale de ahí. Me mando que te mostrara las cosas.
Había un hombre más importante que Lenat, supo Nuno. Estaba seguro que era la típica mitificación del dueño, esa figura de poder que nunca es visible ni se manifiesta para ejercer su tiranía. El mito mantenía vivo el orden de la mina.
Su trabajo iba a ser muy ordinario. Nada que saliera de lo común. Cavar hasta encontrar algo y seguir cavando. Nuno se repitió que ya era demasiado viejo para esto pero se dio esperanzas diciendo que iba a llegar a casa en menos de un año.
Esperaba que las horas pasaran rápido, que pudiera descansar, que pudiera redactar otra carta. Esperaba. No sabía bien que esperaba pero esperaba. Esperaba que las cosas simplemente pasaran, como la marea o el viento.
Hacía mucho calor adentro de las minas y se había olvidado su cantimplora de agua. Estaba cansando y se preguntaba porque era que no había dormido bien. Y sentía que su cabeza le pesaba más de lo normal.
Lenat, quien realmente resultó ser un buen hombre, hacía todo lo que pudiera para ayudarlo. No se había olvidado, lo tortuoso que había sido el primer día para él. De vez en cuando le daba unos sorbos de su cantimplora, y le daba cantos de ánimos porque el almuerzo estaba cada vez más cerca.
El peor momento fue alrededor del mediodía. Seguía con hambre, después de haberse comido su sándwich en tres bocados. Temía el momento en que la falta de comida y de sueño, empezara a jugar con su mente, ocasionándole alucinaciones febriles. No quería abusar de la ayuda de Lenat, pero los sorbos que había tomado no fueron suficientes.
Cerró los ojos un segundo. Solo un segundo que duro eternamente. Se dio el permiso de olvidarse que estaba ahí. Imagino como era su casa, su hogar. Se acordaba de cuando todo estaba bien. Cuando su hermano no tenía problemas de alcohol, su cuñada seguía viva, y sus sobrinos eran felices. Se acordó del olor a panqueques hechos por su cuñada a la mañana que nunca pudieron hacer después. Se acordó de su espalda vigorosa que podía alzar a sus dos sobrinos a la vez. Se acordó de su primer amor. Se acordó del último. Se acordó. Porque solo eso le quedaba; recuerdos.

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Hijos del Sol y la Luna
FantasyAntes del principio de la humanidad solo existían los dioses del sol y la luna, los primeros amantes del universo. Centurias después de su primer encuentro amoroso, procrearon cuatro hijos: agua, tierra, aire y fuego. Los hermanos eran posesivos e...