Respiró profundo. Lo había decidido, iba a saltar. Los miedos habían quedado atrás, ahora solo quedaba ella, Tily y la montaña. El sol salía por el horizonte, desafiándolas a que no iban a ser lo suficientemente valientes. Pero ella sabía que el arte que practicaba era puro método y precisión. Se agarró con fuerza al cuello de Tily, contó hasta tres y saltó.
El viento rasguñaba su cara. Mirando abajo, pudo ver todo su pueblo del reino Aire: el monasterio, su casa, el mercado. Todo estaba desierto. Estaba en control.
Tily y Ailas Alinak parecían el mismo cuerpo, sincronizadas para pertenecerles a la diosa de la luna. La otra montaña del Valle se empezaba a divisar. Ailas respiró con angustia; no quería que la diversión terminara, pero sabía que no podía exponer a Tily más que una vez al día. Su especie era particularmente especial, y extremadamente cazada. Claro que era difícil de hacerlo porque solo era visible para aquellos dignos de su visión.
Aterrizaron con gracia. Había tomado años de entrenamiento hacerlo sin que ninguna se lastimara. Se escuchó un sonido entre los arbustos. Tily se asustó y tiró a Ailas de su cuerpo mientras se escondía en las profundidades del bosque.
- Ahí estas. Te estuve buscando por todo el bosque.
Ailas estaba lastimada pero como no quería demostrarlo se levantó como si nada. Parada en frente de ella estaba su prima y mejor amiga, Serafina Alinak. No podía haber estado despierta hace mucho sin embargo todo su aspecto indicaba lo contrario. Seguro había pasado media hora buscándola en el bosque, pero ni una mecha de pelo rubio estaba fuera de lugar. Ailas envidiaba eso, ella siempre era lo apropiado, lo correcto. Incluso cuando se portaba mal, se portaba perfectamente mal, mientras que Ailas era lo más parecido a un animalito del bosque que podías encontrar en un humano.
- Estaba meditando. Me gusta meditar en el bosque. ¿Cómo me encontraste?
- No podía dormir y pasé por tu casa pero no estabas en tu cama así que seguí las huellas que llevaban a la entrada del bosque y ahí empecé a merodear. Tengo suerte de que te encontré honestamente. Si tus papas se enteran...
- Si, si, ya se. No es la primera vez que tengo un castigo
- Pero hoy es un día importante y van a estar más rígidos.
Tenía razón. Hoy no era un día como cualquier otro. Hoy era el cumpleaños número 15 bajo el regimiento de la luna de Ailas. Los planes estaban dispuestos hace días. No pensaba que su cumpleaños fuera un número tan importante. La edad le era indiferente, porque pensaba que la misma no dependía de los números sino de las experiencias. Su edad la hacía sentir más chica de lo que realmente era.
Una vez que llegó a su cabaña, se deslizo por la ventana y pretendió estar dormida. En el camino había tomado esencia de Tomamillia, cuyo aroma daba una sensación parecida a la que sentía cuando estaba en el aire: adrenalina y riesgo pero mezclado con onzas de calma y pureza. La Tomamillia se usaba para aliviar golpes leves pero sus efectos (muy frecuentemente alucinógenos) eran delicados, por eso los adultos la desalentaban. Debajo de las sabanas, Ailas cortó un tallo y aspiró, esperando que con sus efectos el dolor de su cuerpo disminuyera.
Las alucinaciones se hicieron esperar pero llegaron. Estaba a campo abierto en el lomo de Tily. Era de noche, había un lago en el medio con un barco del mismo tamaño en donde un capitán de ojos negros como el cielo la miraba sin decir nada pero transmitiendo mucho. No conocía a ese hombre pero su sonrisa, llena de promesas de peligro, era demasiado real como para ser de su invención.
- Ailas!
La visión se cortó de repente. Frente a ella estaban los ojos apremiantes de sus padres. El día iba a ser interminable, sobre todo con el dolor en su espalda.
Sin equivocarse, Ailas fue de acá para allá ayudando en la casa. Serafina también quería ayudar pero su papá le daba tareas en el monasterio. En cada quehacer, la imagen del capitán se le cruzaba. No estaba encantada con su ser, no era un capricho, un enamoramiento. Eso no quitaba su obvio atractivo pero no era por eso que su mente lo había creado. Tenía la sensación que algo importante iba a pasar.
Después de haber dejado la casa en orden, cada uno de los invitados entraron con platos de distintas variedades. Los invitados eran Serafina, Suprerere (el papá de Serafina y tío de Ailas) y sus padres. Faltaba Ignia Reldecs, su amigo de la infancia, pero sabía que no iba a llegar. No se lo había visto en el monasterio hace semanas. Trabajaba para el carpintero del pueblo, y todos sabían que ese trabajo era intenso y abrumador, pero era el único con el que te pagaban lo suficiente para que pudieras soñar en dejar el pueblo y recorrer el mundo.
Había más grandes que jóvenes, y eso se notaba en la solemnidad de la comida. Ailas no podía parar de pensar en el hombre de su alucinación. Encerrada en sus propios pensamientos, así fue como la comida se terminó y Serafina la llamó para llevarla al monasterio.
Normalmente Ailas faltaría a las clases del monasterio para entrenar sobre tierra con Tily, pero esta clase, dijo Serafina, se iba a tratar sobre criaturas especiales y podría usar la información. Mientras caminaba, romantizó sobre los primeros días en que su camino se entrelazó con el de Tily. Eran dos fuerzas de la naturaleza, de eso no había duda, por eso el choque entre ambas fue impactante. Si no hubiese sido porque las dos sabían que eran parte de una misma esencia, se hubiesen repelido.
El hilo de pensamientos, lleno de aventuras y deseos de olvidarse del Valle, pararon frente al regio monasterio. Ailas siempre pensó que sus columnas le daban una solemnidad que no habían merecido todavía. Pero era lo más cercano a una educación que tenía, y sus padres insistían con que no olvidara sus deberes hacia el pueblo: proteger los saberes del monasterio que llevaran al elegido del aire. Ella dudaba que, con el rigor que se impartían las clases, nadie en el pueblo se olvidara.
Esforzándose por prestar atención, anotó garabatos en su cuaderno sobre la lección. No hubo nada en toda la lección que no sabía por experiencia o folclore general: los unicornios son criaturas salvajes, cuya lágrima tiene propiedades curativas a aquellos quienes las merecen. Es por eso que son altamente buscados, torturados y asesinados cuando los captores no obtienen lo que quieren. La sangre de unicornio, no tan potente como su lágrima, también tiene cualidades curativas.
A la hora, el dolor en su cuerpo había aumentado más de lo que esperaba. Sabía que una lágrima de Tily dejaría las molestias en el pasado, pero no quería arriesgarse a exponerla. Tendría que ir por los métodos tradicionales, y eso implicaba molestar a Ignia.
Cada vez que lograba ver a Ignia, parecía que había encontrado otra nueva pasión. Pero si hay dos cosas por las cuales era conocido, eran su escepticismo hacia el amor y sus milagrosas manos.
- No te muevas tanto, que la crema no va a hacer efecto.
- Me muevo porque me duele, y si hicieras un buen trabajo buscando las hierbas adecuadas ya hubiera hecho efecto.
- No tuve tiempo. No pude ni ir a tu cumpleaños con todas las tareas que tengo.
Ailas suspiró. Sabía que tenía razón, las cosas en el taller siempre iban de acá para allá. A veces pensaba que su amigo estaba creciendo demasiado rápido y ella siempre se quedaba atrás. Todos parecían demasiado concentrados en su futuro, mientras ella seguía jugando entre nubes.

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Hijos del Sol y la Luna
FantasiAntes del principio de la humanidad solo existían los dioses del sol y la luna, los primeros amantes del universo. Centurias después de su primer encuentro amoroso, procrearon cuatro hijos: agua, tierra, aire y fuego. Los hermanos eran posesivos e...