Nubes ascendentes

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Hizo falta volver a un origen, no sin ello retrocediendo en el tiempo. Hizo falta entrar en aquella cochambrosa tienda timadora y recaer, volver a sentir ese sonido brotando de sus suaves soplidos, guiándolo a través de sus manos ahora torpes y entumecidas...

Hizo falta aquello para frenar como si de un escudo invisible se tratase, el impacto de la explosión que estaba floreciendo de manera demasiado violenta.

Sus costillas se expanden y retiene el aire dentro de sus pulmones durante una pequeña apnea que permite al oxígeno repartirse y sentirlo atravesando cada víscera, cada músculo... Para exhalar profundamente toda toxina, todo pensamiento quedando en un estado semicomatoso, en el que su mente y la mía nos encontramos...

El dolor que ese cuerpo contemporizaba, se desvanece por segundos hasta volverse insensible, y abre mis ojos con los suyos propios cerrados, suspiro, suspiramos juntos porque ese momento mágico nada ni nadie puede entrometerse ni alterar el universo.

Brilla el sol cálido asomando tímidamente entre unas nubes lejanas, blanquecinas, y la hierba está alta, tanto que cosquillea mis piernas y mis pies descalzos. El fresco olor es penetrante y embriagador.

La soledad se ve por un momento más que agradecida, los pensamientos dejan de fluir y revolucionarse en mi mente, sólo puedo concentrarme en ese instante de imperfección, de perfección.

Tumbado en el campo dejo levitar mi cuerpo sensitivo e inmaterial, que asciende en sentido ingrávido, permitiendo que la masa se invierta, que flote en una colchoneta construida por esponjosas nubes dispuestas en perfectos bloques caóticos y ráfagas de una brisa floral, y siga surcando remolinos invisibles aunque palpables, alcanzando un estado de transparencia... Un estado en el que los sentimientos y lo pensamientos forman una amplia sonrisa brillante, y todas las negaciones se bipolarizan opuestamente, como dos fragmentos magnéticos que se repelen entre sí tomando direcciones vectorialmente infinitas...



Se oyen gritos y mi voz se ahoga a la par que me precipito desde una altura incalculable... Miro hacia abajo y la hierba alta que cubría la tierra como un manto acolchado ahora está cubierta de zarzas afiladas que desgarrarán mi cuerpo sin piedad alguna...

Se oyen gritos y la velocidad se dispara, ya no puedo levitar, he perdido el control y los gritos retumban en mi cabeza...

La voz suena terriblemente angustiosa, masculina, cada vez más psicodélica, cada vez más y más conocida...

No quiero que se vaya... Pero se va... 

Sus ojos se abren y yo me difumino de nuevo como un mero espectador con los primeros rayos de luz del alba, que es luz, pero está nublado... Llueve y graniza y la tristeza del monocromatismo la envuelve...

Por si fuera poco hace frío y lo perros ladran...

Hoy tiene que salir de casa, y eso la asusta... Pero se abrigará bien y lo hará.

La timidez de los árbolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora