¿Qué es la culpa?

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Hay árboles. De todos los tamaños, de todas las especies. Está alrededor de ellos y es un mundo totalmente ajeno, no significa que lo necesite todavía. Todavía no lo necesita porque todavía es demasiado confuso todo, no logra alzar la vista por lo que todavía no presiente la sombra de ninguno de esos árboles, ni siquiera el viento meciendo sus copas.

¿Es feliz? Creo que no sabe lo que significa pero no importa porque esa sonrisa sigue brillando.

Todo es inespecífico, yo no soy capaz de datar ni ordenar exactamente esos fotogramas. Por aquel entonces no nos conocíamos, yo sólo recuerdo una bruma multicolor lejana y desordenada, muy caótica, pero no por ello debe ser malo.

Hay rutina y la rutina ayuda al orden. Es algo que tampoco entiende ni le presta ni una ínfima parte de su atención. Le gusta pintar, dibuja todo lo que ve, o al menos lo que entiende. Los rasgos visualmente más llamativos, adora todos los colores, incluso el blanco de las nubes, de la espuma que llega a la orilla del mar... pero no sabe cómo pintar con él.

Lo que si aprecia, y de forma muy cálida, es el arropo de árboles más grandes, árboles con los que convive cada día, o que ve cada cierto tiempo. No sabe que son árboles, solo sabe que los quiere a todos, se siente en armonía, siente que es así como deben ser las cosas, ni más ni menos.

Intenta cazar esos momentos alegres que se esfuman con el viento que trae la pleamar, pero pronto descubre que es algo que sí le hace daño. Es algo que sobrepasa sus pobres habilidades, pobres, dada su tempranísima edad.

Un hecho ocurre un día, y es algo que le hará contemplar el mundo de otra forma para siempre, no es una forma mala, solo distinta. Abuelo Juan (más bien bisabuelo Juan), al que sabe que quiere, lo sabe porque es muy dulce y eso anchea aún más su sonrisa; está muy enfermo. No sabe toda la información, todos los grandes y sabios árboles guardan esa información y no se atreve a preguntar, no quiere portarse mal.

Abuelo Juan se muere, eso le dicen, pero tampoco lo entiende. Árboles mayores que parecían inquebrantables hasta por el paso de una ciclogénesis, ahora se derrumban a lágrimas. También se siente triste pero no sabe porque. 

Le explican que no va a volver, que estaba muy enfermo y ahora ya no sufre más, está en un lugar mejor. ¿Entonces por qué están tan tristes? No entiende nada. 

Algún árbol más ajeno, no recuerdo cuál exactamente, le habla sobre el cielo, sobre la ascensión de los árboles "buenos" cuando ya no viven más tiempo. ¿Cómo? Piensa, piensa, piensa, piensa, pero nada tiene sentido. Nota una confusión tan nueva como aterradora. La lógica le dice que si entierran a un árbol para que descanse en un lugar mejor, ese lugar debe ser bajo tierra, sin ninguna duda. 

Un día hace un dibujo en la parte de atrás de un cartón de tabaco, está con Papá, pero él está ocupado. En el dibujo aparece su familia, su casa, y un enorme árbol solitario. Por debajo de éste, por debajo del suelo y del campo se ven sus raíces. Más abajo, en un lugar cálido como la madriguera de un tejón, totalmente enraizado, hay una mesa del bar. Allí está Abuelo Juan jugando al dominó con otros amigos. No está enfermo, sonríe.

Todos los demás árboles grandes y sabios se muestran sorprendidos con el dibujo, sigue sin entender nada, algunos sonríen por su precoz creatividad ingenua, otros se asustan y puede percibir un sentimiento de preocupación. Se extraña, se confunde.

¿Se siente culpable? ¿Qué es eso? Dicen que la curiosidad mata al gato. Ese día su sonrisa se apaga por un instante, un instante que no es curioso, es pensativo. No es malo, y no lo necesita todavía.

La timidez de los árbolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora