En ese momento tenía sensaciones encontradas. Estaba bajo la ducha y pensaba en lo fantástico que había sido el día de ayer, en todas las ilusiones que me generaba la simple idea de tener una prótesis. La verdad, nunca había pensado en eso de una forma tan real, llevaba años juntando para conseguirla, pero siempre había sido un sueño muy distante, muy lejano.
El Dr. Carson me había animado bastante, sabía que con mi amputación transfemoral —o sea, por encima de la rodilla— era un poco más difícil adaptarse a una prótesis. Eso me lo habían explicado desde pequeña. Al no tener la rodilla, la pierna ya no posee la fuerza necesaria para que la persona logre levantarse sola, no como en el caso de aquellos que tienen amputaciones por debajo de la rodilla. La prótesis no proporciona potencia de elevación, por tanto, siempre me habían dicho que antes de usarla debía conseguir fuerza en las otras extremidades: en la pelvis, en el torso y en los brazos. Esa fuerza sería necesaria para lograr ponerme de pie con un dispositivo protésico.
El Doctor Carson dijo que la fuerza adicional en el muslo y en la pelvis era fundamental para lograr que la prótesis funcionara sin peligro, ya que las personas con amputaciones transfemorales que usan prótesis tienen mayores riesgos de sufrir caídas y lesiones, y deberían dominar una serie de actividades antes de usarlas. Por supuesto que yo ya dominaba esas actividades que el Doctor me citó, debido a que llevaba años manejándome con mis brazos y mi torso. Él me preguntó si era capaz de desplazarme sin ayuda, acostarme, levantarme o ir al baño sola. También me preguntó si podía levantarme sin ayuda de una silla y si era capaz de caminar una distancia —de al menos ocho o diez metros— entre barras paralelas o con andador.
Eso último no lo sabía, aunque creía que sí. Yo me movía casi siempre con la silla y dentro de casa iba desplazándome sin ella, pero no sabía cómo sería moverme con las barras paralelas. Para ir haciendo esa evaluación e ir probando la prótesis adecuada para mí, tendría que venir por un cierto tiempo —al menos dos veces a la semana— a la clínica, y Bruno se había ofrecido para llevarme y traerme. Todo eso era emocionante, podía cerrar los ojos e imaginarme a mí misma caminando con esas prótesis, estando a la altura de Bruno, pasándole la mano y dejando que él cruzara sus brazos en mi cintura mientras yo me aferraba a sus hombros, como una pareja normal.
ESTÁS LEYENDO
La chica de los colores ©
Teen FictionHISTORIA PUBLICADA POR NOVA CASA EDITORIAL EN MARZO DE 2017. GANADORA DE LOS WATTYS 2016 CATEGORÍA COLECCIONISTAS. LIBRO N°1 SERIE "AMOR EN UN MUNDO INCLUSIVO" TODO LOS DERECHOS RESERVADOS. PROHIBIDA SU ADAPTACIÓN, COPIA, TRADUCCIÓN TOTAL O PARCIAL...