Capítulo 33: Cambio de rumbo

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Cuando salí de la casa del tío Beto eran cerca de las nueve y media de la mañana, por tanto, llegué a casa casi a las diez. Bajé del taxi esperando encontrarme con Bruno sentado en el pórtico, pero no estaba allí. Supuse que al no encontrarme fue a su casa, quizás a descansar un poco. Después de todo, había manejado toda la madrugada.

Entré a casa y me dispuse a leer un par de cartas más. To­das eran muy extensas, de entre tres y cinco páginas. Se no­taba que la abuela Viviana no las escribía todas el mismo día, sino que iba escribiéndolas según le iban pasando las cosas. Una especie de diario en el que ella iba relatando su día o las partes interesantes de su vida, ya que las cartas se las envia­ban una vez al año.

Me quedé pensando en qué clase de amor tan inmenso se tenían para haberse escrito por tantos años, para guardar en sus corazones ese amor y dejarlo salir solo en esas palabras, en esas cartas que eran la única cosa que los unía. Quizás en esta época actual ella se hubiera separado y hubiera corrido hasta él, o él hubiera ido a buscarla. O al menos se enviarían un email a diario.

Muchos de los escritos que Bruno me había leído cobra­ban sentido en mis pensamientos. Su abuela tenía terror a olvidar los ojos de mi abuelo, tenía miedo a perder sus recuer­dos, porque él solo vivía en ellos.

Suspiré. Era una historia de amor triste, pero a la vez her­mosa, una donde el amor fue tan real y verdadero que pudo incluso más que el tiempo, la distancia y la vida misma. Quizá Bruno y yo podíamos tener algo similar, me sentía esperan­zada y tenía la certeza de que juntos éramos la mejor opción y de que no quería estar separada de él nunca más en la vida. Observé mi anillo y lo acaricié.

Pensé en las similitudes de nuestras historias, distintas clases sociales, los colores, el amor tan intenso que había crecido en tan poco tiempo. Quizás en otras épocas tampo­co hubiéramos podido estar juntos, Viviana no había tenido opción, pero Bruno estaba dispuesto a dejarlo todo por mí.

Intenté dar con él un par de veces, pero el teléfono daba apagado. Pensé que lo apagó para descansar, o tal vez se que­dó sin batería luego del viaje. Aun así me parecía extraño que no se comunicara o que no me hubiera dejado ni un mensaje diciendo que iba a dormir.

La chica de los colores ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora