DÍA 9

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Tarde vario tiempo en reaccionar completamente. Al principio mis ojos no se abrieron completamente, pero mis párpados lograron percibir un poco de luz y movimiento del otro lado de ellos. Fui abriendo lentamente los ojos, hasta que percibí que del otro lado de ellos estaba Mark y el sargento Janson.

Me dolía todo mi cuerpo, pero más que nada, mi pierna.

Me levanté, incorporando y recargándome donde sea que estuviera -pareciera ser un bosque- y miré a ambos. Janson ya llevaba puesto un uniforme -supongo que debía ser de repuesto, pues verlo en ropa interior era demasiado traumante para mí- y Mark comenzó a tocarme la frente verificando mi temperatura.

-Alex, quédate conmigo. No te vayas por favor, ya no- Mark estaba realmente preocupado y de repente me ayudó a incorporarme.

Me levanté y me tambaleé un rato, después caí sobre mis rodillas y vomité todo lo que tenía en mi estomago -¿A qué te refieres con que no me vaya de nuevo?- Me limpie la boca con la manga.

Mark agachó la cabeza. Yo no entendía nada. Mark se limpió la mejilla, ¡estaba llorando! Y se giró. El sargento Janson fue el que continúo la charla.

-Anoche... Comenzaste a convulsionar. Tuvimos que drogarte y caíste en un sueño muy profundo. Afortunadamente, la droga pasó. Despertaste a plena madrugada pero comenzaste a tomarte la pierna izquierda- Señala donde tenía el piquete que la Ministra Kaya me había hecho- y a rascarte desenfrenadamente hasta que te sacaste sangre. Mucha. Pareciera que te desangrarías si no te hacíamos un torniquete...

Pareciera que al decir la última palabra hubieran golpeado la herida pues ahí estaba la banda, totalmente roja. Era muy poca la tela que aún quedaba blanca.

-...Afortunadamente dejó de sangrar. Y pues... Aquí estamos, soldado.- Saluda como cuando solía saludar a sus soldados, eso supongo.

Me levanté completamente, y sin titubear. Me senté en un tronco y Mark me dio un pastelito que llevaba en su mochila con un jugo de naranja muy caliente -Estar en una mochila durante más de dos días no parece ser lo más fresco que se pudiese ver- y lo absorbí. Debo admitir que me supo a gloria a pesar de lo caliente, pero me comenzó a dar un dolor terrible de estómago. Por lo que, cada vez que caminábamos tenía que ir al baño...

Llevábamos cerca de 3 horas rondando alrededor del lugar aquel. Era mala idea, ¿para qué demonios iríamos? No volveremos a entrar y salir para contarlo.

No pensé en ello, estaba demasiado ocupada pensando en mi pierna herida -en primera, por la sangre que me saqué ayer, y en segunda, por la bala que me disparó Saúl.- y pensaba en cómo estaría Saúl ahí dentro. Probablemente asustado y luchando no serían las opciones correctas.

¿Por qué lo habría hecho?

La persona que pensé que nunca me fallaría, me disparo, posiblemente si estuviera a su disposición me mataría para salvar su puto pellejo. Es seguro.

Salí de mis pensamientos en cuanto el sargento Janson dio un grito avisándonos de que muchos de sus soldados habían salido en búsqueda de nosotros.

-¡Chica, hora de irnos! Vendrán a por nosotros y a por mí.- El me tomó del brazo y de la camiseta de Mark para llevarnos a un arbusto demasiado grande como para que entráramos bien y aún sobrara espacio.

-Nadie diga una palabra-

Yo tenía una vista asombrosa, es decir... Nadie me veía pero yo tenía oportunidad de ver hacia afuera del arbusto. Principalmente lo hacía con la ilusión de ver a Saúl. Había algo realmente desesperante que a pesar de que en algún momento lo quise demasiado sentía algo de odio por él. Pero no podía hacerlo, no podía odiarlo nunca.

Días ContadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora