Prólogo

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El doctor Greg Moran estaba columpiando a Timmy, su hijo de tres años, en el parque de la calle Quince Este de Manhattan, no muy lejos de casa.

-Te quedan dos minutos- dijo, y se rió al tiempo que daba un impulso lo bastante fuerte al asiento para tener satisfecho a su temerario hijo, pero no tanto como para que corriera el peligro de dar la vuelta.

Años atrás había presenciado esa escena. Nadie se hizo daño porque era un columpio con barra de seguridad. Aun así, con sus largos brazos y su estatura de casi metro noventa, Greg era siempre muy cuidadoso cuando columpiaba a Timmy. Como médico de urgencias, estaba demasiado familiarizado con accidentes estrambóticos.

Eran las seis y media y el sol del atardecer proyectaba sombras alargadas sobre el parque. Soplaba una brisa fresca, un recordatorio de que el fin de semana siguiente era el día de los Trabajadores.

-Un minuto- anunció con firmeza.

Antes de llevar a Timmy al parque, Greg había hecho un turno de doce horas y la situación en el siempre concurrido servicio de urgencias había sido caótica. Dos coches repletos de adolescentes que estaban haciendo carreras en la Primera Avenida habían colisionado. Sorprendentemente, no había que lamentar víctimas mortales, pero sí tres chicos en estado grave.

Greg apartó las manos del columpio. Había llegado la hora de dejarlo frenar poco a poco. El hecho de que Timmy no hiciera el intento vano de protestar quería decir que también tenía ganas de volver a casa. Después de todo, eran los únicos que quedaban en el parque.

-¡Doctor!

Greg se volvió hacia un hombre de estatura media y complexión fuerte, con la cara cubierta por una bufanda. La pistola que sostenía apuntaba a la cabeza de Greg. Instintivamente, este dio un gran paso hacia un lado para alejarse todo lo posible de Timmy.

-Llevo la cartera en el bolsillo- dijo con calma-. Puedes cogerla.
-Papá- farfulló Timmy asustado. Se había dado la vuelta en el asiento y tenía la mirada clavada en los ojos del hombre armado.

En sus últimos momentos en la tierra, Greg Moran, de treinta y cuatro años, médico eminente, padre y marido ejemplar, intentó abalanzarse sobre su asaltante, pero no pudo escapar de la bala mortal que atravesó con infalible precisión el centro de su frente.

-¡PAPÁÁÁ!- aulló Timmy.

El asaltante corrió hasta la acera y, una vez alí, se volvió hacia el niño.

-Timmy, dile a tu madre que ella será la siguiente- gritó-. Y después irás tú.

Mary Bless, una mujer mayor que regresaba a casa de su trabajo de media jornada en la panadería del barrio, escuchó el disparo y la amenaza. Se quedó paralizada unos segundos, asimilando el espantoso suceso: la figura huyendo rauda por la esquina, la pistola colgando de su mano, el niño gritando en el columpio, el cuerpo encogido en el suelo.

Le temblaban tanto las manos que no consiguió marcar el 911 hasta el tercer intento.

Cuando le habló la operadora, únicamente acertó a gemir:
-¡Dense prisa, dense prisa, podría volver! ¡Ha disparado a un hombre y ha amenazado al niño!

La voz se le quebró mientras Timmy chillaba:
-¡Ojos Azules ha disparado a mi papá! ¡Ojos Azules ha disparado a mi papá!

Asesinato en directo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora