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Claire Bonner estaba sentada en una mesa del Seefood Bar del The Breakers Hotel de Palm Beach. Estaba frente al mar y observaba con distante interés las olas que rompían contra el muro de contención situado justo debajo. Lucía el sol, pero los vientos eran más fuertes de lo que cabía esperar en Florida un día comienzos de primavera.

Vestía una chaqueta nueva azul claro con cremallera. Se la había comprado tras advertir que exhibía el nombre de THE BREAKERS en el bolsillo superior. Era parte de la fantasía de pasar aquel largo fin de semana allí. Su pelo corto, de color rubio ceniza, enmarcaba un rostro semioculto por unas gafas de sol enormes. Claire raras veces se las quitaba, pero cuando lo hacía dejaba al descubierto sus bellas facciones, así como la expresión serena que le había llevado años conseguir. En realidad, un observador sagaz se percataría de que dicha expresión era fruto de la aceptación de la realidad y no de una mente en paz. Su cuerpo delgado tenía un halo de fragilidad, como si hubiese estado enferma recientemente. El mismo observador le habría echado treinta y cinco años, y en es caso habría errado. Tenía cuarenta y uno.

Los dos últimos cuatro días le había tocado el mismo camarero joven y educado, y ahora este la saludó por su nombre cuando se acercó a la mesa.

-Déjeme adivinar, señorita Bonner- dijo-. Crema de marisco y dos cangrejos moros grandes.

-Exacto- dijo Claire, al tiempo que una breve sonrisa le curvaba los labios.

-Y la acostumbrada copa de chardonnay- añadió el camarero mientras tomaba nota.

Haces algo unos pocos días seguidos y se convierte en un hábito, pensó con ironía.

Casi en el acto, el chardonnay aterrizó en la mesa frente a ella. Levantó la copa y miró en torno a la sala mientras bebía.

Todos los comensales llevaban ropa informal de diseño. The Breakers era un hotel caro, un refugio para gente adinerada. Era Semana Santa y los colegios de todo el país estaban cerrados. Durante el desayuno en el comedor, había observado que las familias con niños solían ir acompañadas de una niñera que se llevaba con mano diestra a los pequeños más inquietos para que los padres pudieran disfrutar en paz del espléndido bufet.

A la hora de comer, los clientes del bar eran en su mayoría adultos. Claire había advertido durante sus paseos que las familias jóvenes gravitaban hacia los restaurantes junto a la piscina, donde la selección de comida informal era más extensa.

¿Cómo habría sido pasar las vacaciones aquí todos los años desde la infancia?, se preguntó Claire. Luego ahuyentó el recuerdo de cuando se quedaba dormida por las noches en el teatro medio vacío donde su madre trabajaba de acomodadora. Eso fue antes de conocer a Robert Powell, claro. Pero para entonces la infancia de Claire casi había terminado.

Mientras estos pensamientos la mantenían entretenida, dos parejas todavía vestidas con ropa de viaje ocuparon la mesa contigua. Una de las mujeres suspiró felizmente:

-Es fantástico estar de nuevo aquí.

Fingiré que he vuelto, pensó Claire. Fingiré que cada año tengo la misma habitación frente al mar y que ya echaba de menos mis largos paseos por la playa antes del desayuno.

El camarero regresó con la crema.

-Muy caliente, señorita Bonner, como a usted le gusta- dijo.

El primer día había solicitado que le sirvieran la crema muy caliente y le trajeran los cangrejos de segundo. El camarero también había grabado esa petición en su memoria.

La primera cucharada de crema casi le abrasó el paladar, de modo que removió el resto, servido en un panecillo vaciado, para enfriarlo. A continuación, dio un sorbo largo al chardonnay. Fiel a sus expectativas, estaba frío y seco, exactamente como los demás días.

Fuera, el fuerte viento convertía las olas en nubes de espuma que caían como cascadas.

Claire comprendió que se sentía como una de esas olas que intentaban llegar a la orilla pero se hallaban a merced del poderoso viento. La decisión era suya. Siempre podía decir que no. Había pasado años negándose a volver a casa de su padrastro. Y detestaba la idea de hacerlo ahora. Nadie podía obligarla a salir en un programa de televisión por cable de ámbito nacional y participar en la recreación de la fiesta y de la pernoctación de hacía veinte años, cuando las cuatro amigas íntimas habían celebrado su graduación.

Por otro lado, si aceptaba participar en el programa, la productora le daría cincuenta mil dólares, y Rob, otros doscientos cincuenta mil

Trescientos mil dólares. Eso le permitiría tomarse una excedencia de su trabajo en los servicios de atención al menor y la familia. La neumonía que había sufrido en enero había estado a punto de matarla y aún sentía el cuerpo débil y cansado. Nunca había aceptado las ofertas de dinero de Powell. Ni un solo céntimo. Había roto sus cartas y se las había devuelto. Después de lo que hizo...

Querían titularlo "La Gala de Graduación". Fue una fiesta preciosa, fantástica, pensó Grace. Después Alison, Regina y Nina se quedaron a dormir. Y en algún momento durante la noche asesinaron a mi madre. Betsy Bonner Powell, la bella, vivaz, generosa, divertida y amada Betsy.

La detestaba tanto, pesó Claire con calma. Odiaba a mi madre con todas mis fuerzas, y también a su querido marido, pese a sus constantes intentos de enviarme dinero.

Asesinato en directo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora