Rod Kimball firmó el recibo de la carta certificada y la abrió mientras Alison, su mujer, cumplimentaba una receta. Cuando el cliente se hubo marchado, ella corrió a su lado.
-¿Quién envía una carta certificada? -preguntó con preocupación al tiempo que se la arrebataba y, girando sobre sus talones, regresaba al mostrador sin darle tiempo a advertirle del contenido.
Abatido, Rod observó que el rostro de su mujer enrojecía y seguidamente empalidecía mientras leía la misiva de dos páginas. Luego la dejó caer sobre el mostrador.
-No puedo volver a pasar por aquello -gritó ella con voz trémula-. Dios mío, ¿piensan que estoy loca?
-No te alteres, cariño -dijo Rod.
Reprimiendo una mueca de dolor, bajó del taburete de la caja registradora y agarró las muletas. Veinte años después del atropello con fuga que lo había dejado lisiado, el dolor formaba parte de su vida. Pero algunos días, como este frío y húmedo de finales de marzo en Cleveland, Ohio, eran más severos que otros. El dolor estaba grabado en las líneas de alrededor de sus ojos y en el cierre firme de la mandíbula. Su cabello, antes moreno, sé había teñido de gris casi por completo. Rod sabía que aparentaba más de cuarenta y dos años. Renqueando, se acercó a Alison. Desde el otro lado del mostrador, con su cuerpo de metro ochenta y dos descollando sobre la figura menuda de ella, sintió una necesidad abrumadora de protegerla.
-No tienes que hacer nada que no quieras hacer -declaró con firmeza-. Rompe esa carta.
-No. -Meneando la cabeza, Alison abrió el cajón del mostrador y metió la carta-. No puedo hablar de esto ahora, Rod.
En ese momento el tintineo de la puerta les informó de que un cliente estaba entrando en la tienda y Rod regresó a la caja.
Cuando Rod y Alison se casaron, él era un quarterbarck novato de los New York Giants. Lo había criado su madre soltera, que trabajaba cuidando a un inválido para mantenerlo. Su padre, un alcohólico sin remedio, había muerto cuando Rod tenía dos años. El día que firmó su primer gran contrato, los periodistas deportivos coincidieron en que tenía una gran carrera por delante. Alison y él tenían entonces veintidós años y él había estado loco por ella desde que eran niños. De hecho, cuando estaban en el jardín de infancia había anunciado a toda la clase que algún día se casaría con ella.
La familia de Alison nunca había tenido dinero. Su padre dirigía el departamento de frutas y verduras de un supermercado. Alison pudo ir a la universidad gracias a una combinación de préstamos estudiantiles y un trabajo a media jornada. Vivía en un barrio modesto de Salem Ridge, no muy lejos de la mansión de Rod Kimball. Había perdido la oportunidad de conseguir una beca para estudiar en la universidad.
Él le propuso matrimonio oficialmente el día que le ofrecieron el gran contrato con los New York Giants, dos meses después del asesinato de Betsy Powell. Se atrevió a hacerlo, en gran parte, porque sabía que Alison quería estudiar medicina y dedicarse a la investigación. Él le prometió que le pagaría los estudios, que iría de puntillas por la casa cuando estuviera estudiando y que no le importaría retrasar la llegada de los niños hasta que ella se sacara él doctorado que tanto ansiaba.
En lugar de eso, tres semanas después de la boda Rod sufrió un accidente y Alison pasó buena parte de los siguientes cuatro años junto a su cama, ayudándole a recuperarse. El dinero que Rod había ahorrado de su única temporada con los Giants se acabó enseguida.
Alison pidió más préstamos y regresó a la universidad para estudiar farmacia. Su primer empleo le surgió cuando su primo, mayor que ella y sin hijos, la contrató para trabajar con él en su farmacia de Cleveland.
-También hay trabajo para ti, Rod -dijo el primo-. Mi ayudante se marcha. Se ocupa de todos los pedidos que no tienen que ver con él,medicamentos y se ocupa de la caja registradora.
Tanto Alison como Rod agradecían poder largarse del estado de Nueva York, donde siempre parecían tropezar con especulaciones sobre la muerte de Betsy Powell. A los pocos años de mudarse a Cleveland, su primo se jubiló y ellos se quedaron al frente del negocio. Ahora tenían un amplio círculo de amistades y nadie les preguntaba sobre el asesinato de la Gala de Graduación.
El apodo de《Rod》había surgido porque, en sus años de universidad, un periodista deportivo había comentado que en el campo de fútbol corría como un rayo. Después del accidente, Thomas 《Rod》Kimball había conseguido que ese apodo no se convirtiera en fuente de comentarios irónicos.
La mañana transcurrió tranquila, pero la tarde fue movida. Tenían dos ayudantes a media jornada, un farmacéutico semirretirado y un empleado que llenaba las estanterías y ayudaba en la caja. Incluso con su ayuda fue un día de mucho trabajo y a las ocho, cuando cerraron, tanto Alison como él estaban agotados.
Para entonces caía una lluvia gélida y torrencial. Alison insistió en que Rod utilizara la silla de ruedas para ir hasta el coche.
-Los dos nos ahogaremos si intentas llegar con las muletas -señaló con cierta aspereza en la voz.
A lo largo de los años, él había reunido incontables veces el valor necesario para pedirle que lo dejara, que conociera a otro hombre y tuviera una vida normal, pero nunca había sido capaz de pronunciar las palabras. No podía imaginarse la vida sin ella ahora, igual que no había podido mientras crecían.
A veces Rod pensaba en una observación que su abuela le había hecho tiempo atrás.
《En la mayoría de matrimonios, uno de los cónyuges está más enamorado que el otro, y es preferible que sea el hombre. De ese modo, él matrimonio tendrá más posibilidades de durar toda la vida.》
Rod no necesitaba que le dijeran que, con Alison, él era el que quería más. Estaba prácticamente seguro de que ella no habría aceptado su proposición de matrimonio si él no se hubiera ofrecido a pagarle los estudios de medicina. Y después del accidente, Alison fue demasiado decente para abandonarle.
Por lo general, Rod no se permitía sumergirse en esa clase de conjeturas, pero la carta de hoy había desenterrado muchos recuerdos: la Gala de Graduación, las fotos de las cuatro chicas en todos los periódicos, el circo en que los medios habían convertido su boda.
Cuando llegaron al coche, Alison dijo:
-Déjame conducir a mí, Rod. Sé que te está doliendo.
Estaba protegiéndolo con el paraguas al tiempo que le abría la portezuela del coche, y Rod se acomodó en el asiento del pasajero sin rechistar. Era imposible para Alison sostener el paraguas y plegar la silla de ruedas al mismo tiempo. Con gran pesar, Rod observó que la lluvia acribillaba la cara y el cabello de su mujer. Una vez sentada frente al volante, Alison se volvió hacia él.
-Voy a hacerlo -anunció. Su tono era desafiante, como si esperara una réplica en contra. Al ver que él no contestaba, esperó un largo minuto antes de poner el coche en marcha-. ¿No dices nada?
Ahora Rod detectaba un ligero temblor en su voz. No tenía intención de decirle lo que estaba pensando: que con su larga melena mojada sobre los hombros parecía joven y vulnerable. Sabía que estaba asustada. No, pensó, aterrorizada.
-Si las demás aceptan participar en el programa y tú no, darás una mala imagen -dijo él con calma-. Creo que debes ir. Creo que debemos ir -se corrigió enseguida.
-La última vez tuve suerte. Puede que esta no la tenga.
Hicieron el resto del trayecto en silencio. Su casa, de una planta y diseñada teniendo en cuenta las limitaciones de Rod, estaba a veinte minutos en coche de la farmacia. Se ahorraron tener que exponerse de nuevo al aguacero porque dentro del garaje había una puerta que conectaba con la cocina. Al llegar a casa, Alison se quitó el chuvasquero, se desplomó en una silla y enterró la cara en las manos.
-Rod, estoy muy asustada. Nunca te lo he contado, pero esa noche, cuando subimos a acostarnos, solo podía pensar en lo mucho que odiaba a Betsy y Rob Powell. -Titubeó antes de proseguir entrecortadamente-. Creo que esa noche caminé sonámbula y que es posible que entrara en el cuarto de Betsy.
-¿Crees que estuviste esa noche en el cuarto de Betsy? -Rod soltó las muletas para acercar una silla a la de Alison y tomó asiento-. ¿Crees que existe alguna posibilidad de que alguien te viera?
-No lo sé.
Alison se desasió de su abrazo y volvió hacia él. Sus ojos castaños claro, grandes y expresivos, eran su rasgo dominante. Ahora, anegados en lágrimas, parecían angustiados e indefensos. Entonces Rod escuchó una pregunta que jamás había esperado que oiría de los labios de su esposa.
-Rod, ¿no es cierto que tú siempre has creído que yo maté a Betsy Powell?
-¿Te has vuelto loca? -preguntó él-. ¿Acaso te has vuelto completamente loca?
Pero la protesta le sonó débil y hueca incluso a él.
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Asesinato en directo
Mystery / ThrillerA los tres años, Timmy fue el único testigo del asesinato de su padre. Solo él pudo verle la cara al culpable. Cinco años después todavía tiene pesadillas y recuerda con ansiedad los ojos azules del asesino; su madre, Laurie, lo que más le atormenta...