1. Makgeolli

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Makgeolli, bebida prodigiosa.

Dulce licor de arroz que ardía en sus entrañas y proporcionaba color a sus mejillas; uno más sonrosado que el habitual...

—No pierdes nada por intentarlo —sugirió Alya—. Lo peor que puede ocurrir es que te diga que no; en cuyo caso, tu situación actual no cambiaría mucho.

Su amiga sonaba muy convincente. Mucho más que de costumbre.

—Piénsalo —insistió—, ¿y si te dice que sí? Se ha fijado en ti, eso es indiscutible.

Y tenía razón. Por alguna causa que desconocía, desde que la fiesta había comenzado, había pillado a Adrien observándola en varias ocasiones con muy poco disimulo. No eran imaginaciones suyas, cada vez que se había propuesto localizarle, sus ojos se habían encontrado. Eso sí, en ningún momento se había atrevido a mantenerle la mirada y la había desviado al instante, muerta de vergüenza.

—Vamos, ¿a qué esperas? —apremió—. La gala honorífica del instituto es solo una vez cada tres años. No tendrás una oportunidad como esta hasta dentro de mucho tiempo. ¡Ve hasta él y pídeselo de una vez!

Marinette realizó un fuerte gesto negativo con la cabeza, como si de esta manera pudiera ahuyentar la atrevida idea de Ayla. Esta, a falta de ser más persistente, la tomó por los hombros y la empujó hacia la multitud, en dirección al lugar donde Adrien se hallaba.

Con poca decisión y bastante torpeza, Marinette avanzó entre grupos de estudiantes que bailaban, bebían o parloteaban animados. El chico estaba junto a Nino, hablaba con él y otro par de chicos de primer grado.

La inseguridad la asaltó de nuevo. Viró su cabeza hacia Alya que sonrió y la animó en silencio, pulgares arriba.

Algo más decidida, pero no menos tranquila, Marinette volvió a localizar al grupo. En cuanto reparó en él, este alzó la vista y clavó sus ojos en ella; al igual que lo había hecho el resto de veces en que lo había mirado durante la noche.

Marinette dio un respingo al instante. Sintió una corriente eléctrica que le cruzó por la espalda y murió en su estómago, donde miles de mariposas aletearon a la vez. Casi instintivamente sus pies cambiaron de rumbo y esquivó al que era su objetivo principal. Sin darse cuenta, terminó junto a la mesa del cóctel, frente a las bandejas de aperitivos y fuentes con ponche.

«Disimula» se dijo a sí misma, mientras se servía un poco de bebida en un pequeño recipiente. Luego, se lo llevó a los labios con manos temblorosas y saboreó el líquido, procurando calmar su nerviosismo.

Para su sorpresa, parecía funcionar. Respiró aliviada, casi sentía una pequeña dosis de seguridad crecer en su interior. Su amiga llevaba razón, no se presentaría ninguna oportunidad como aquella hasta dentro de mucho tiempo. Tenía que volver a intentarlo.

«Puedes hacerlo Marinette. Que no te venza el pánico».

Como si el hecho de pensar en ella hubiera servido para invocarla, Alya llamó su atención en ese momento. Estaba a unos cuantos metros de distancia, pero sus aspavientos con los brazos señalando tras suyo, no le pasaron desapercibidos. De seguro era su forma de regañarla, frustrada por todos los intentos fallidos de pedirle a Adrien bailar.

No podría haber estado más equivocada. La apacible voz del joven la sobresaltó por la espalda. Por supuesto, su amiga solo le había estado advirtiendo de que se acercaba.

—Marinette —pronunció su nombre—, tengo que decírtelo: estás preciosa. Buena elección con el color del vestido. El rojo es tu color. —Le guiñó el ojo, en actitud cómplice.

Todos los gatos caen de pieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora