6. Doppelgänger

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La primera vez que escuchó hablar acerca de los miraculous tenía menos de cuatro años. A los seis, ya había aprendido todo lo que se podía saber sobre ellos; a los siete, estaba completamente obsesionada con sus poderes; a los ocho, su madre le defraudó...

—¡Haz que vuelva! ¡Por favor, mamá! ¡Haz que vuelva!

Nathalie lloraba desconsolada, abrazada al cuerpo sin vida de Jules, el que había sido su perro: Un beagle de doce años. El animal la había acompañado desde el día en que ella llegó al mundo; nunca existieron mejores amigos.

—Lo lamento, cielo. Pero no puedo hacer nada —dijo su madre, cabizbaja—. Ya eres lo suficiente mayor para enfrentarte a estas situaciones. Debes aceptarlo.

Jules había muerto a causa de una enfermedad en su vejez. Hacía varios meses que arrastraba las dolencias y finalmente, incapaz de continuar, su corazón se había detenido.

—¡No! —Un torrente de lágrimas le recorría por las mejillas—. Tú puedes arreglarlo. Sé que puedes, mamá. Tienes ese poder. ¿Por qué no quieres hacerlo? ¿Por qué no quieres salvarle?

La mujer se arrodilló junto a su hija y la abrazó, mostrándose comprensiva.

Ese no es mi poder. No puedo hacer nada por él. Lo siento mucho.

—¡Sí que lo es! Tu miraculous puede curar. Crea, repara y da vida. Sé cómo funciona. Es el más poderoso de todos.

—Ahí te equivocas, Nathalie. No es el más poderoso, ni tampoco puede dar vida. No de la forma que piensas.

La pequeña Nathalie parpadeó sin comprender.

—Mi miraculous forma parte de un ciclo —explicó—. Para poder curar, debe haber un mal que sanar; solo repara cuando hay destrucción. La vida, implica que también debe haber muerte. La naturaleza tiene su propio círculo cerrado en el que no debo intervenir.

—¿Es que la muerte no es suficiente destrucción para ti? —le reprochó la niña, temblando desconsolada.

La mujer negó con la cabeza.

—No lo es. Forma parte de la vida.

—Tú me contaste que era posible recuperar a los que han muerto.

—No así, Nathalie. —Negó con la cabeza—. Y sabes de sobra que yo sola no podría hacerlo.

—¡Entonces avisa al estúpido de tu amigo!

—¡Nathalie! —la regañó—. Sé que te parece injusto, pero no vuelvas a hablar así. Eres la siguiente en la línea sucesoria, tienes que ser consecuente con el poder de cada miraculous. Nada de lo que hiciéramos cambiaría las cosas, Jules seguiría enfermo y moriría de todas formas.

—¡Mentirosa! ¡Lo que pasa es que no quieres salvarle!

—¡Nathalie!

La niña echó a correr alejándose de su madre, ignorando sus llamadas. Estaba dolida y enfadada.

Nunca olvidó aquello.

La mujer tampoco lo hizo.

Ninguna de las dos volvió a mencionar los miraculous tras ese día. Y, aunque Nathalie creció educándose en la rectitud de las cosas bien hechas, la moral y la justicia, nunca heredó la reliquia de su madre. Tampoco se mencionó en la lectura de testamento tras su fallecimiento.

Después de aquello, a pesar de que Nathalie movió cielo y tierra, no pudo encontrar ninguno de los miraculous. Durante años de búsqueda estuvieron desaparecidos. El recuerdo de las historias que había escuchado tantas veces siendo una niña, parecían sacadas de un cuento de hadas. Habían pasado a formar parte del mundo de las leyendas.

Todos los gatos caen de pieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora