CAPITULO X KER KARRAJE

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La celda que ocupo está situada a unos cien pasos de la habitación del Conde de Artigas, una de

las últimas de Bee-Hive. Ya que no deba partirla con Tomás Roch, pienso que lo menos estaré cerca

de la de éste, puesto que así es preciso si se quiere que el guardián Gaydón continúe prestando sus

cuidados al pensionista de Healthful-House. Pronto lo sabré.

El capitán Spada y el ingeniero Serko viven aparte, en las proximidades del palacio de Artigas.

¿Un palacio? ¿Porqué no darle este nombre si la vivienda ha sido decorada con cierto arte?

Manos hábiles han tallado la roca, de modo de figurar una fachada ornamental. Una ancha puerta de

acceso al interior. La luz penetra por varias ventanas abiertas en la roca y que cierran vidrieras de

colores. El interior comprende varias habitaciones: un comedor, un salón alumbrado por una gran

ventana, todo dispuesto de forma que el renuevo del aire se efectúe de un modo perfecto. Los

muebles son de diferente origen, de formas muy fantásticas, con las marcas de fabricación francesa,

inglesa y americana. Evidentemente, su propietario gusta de la variedad de esti-los. La repostería y

la cocina están en celdas anejas, tras Bee-Hive.

Por la tarde, en el momento en que salía con la firme intención de obtener una audiencia del

Conde de Artigas, le veo que sube de las orillas del lago.

Sea que no me ha visto, o que no quiera hablarme ha apresurado el paso, y no me ha sido

posible al-canzarle.

- Es preciso, sin embargo, que me reciba- me he dicho.

Acelero el paso y me detengo ante la puerta de la habitación, que acababa de cerrarse.

Una especie de diablo, de origen malayo, muy obscuro de color, aparece en seguida en el

umbral, y con voz ruda me ordena que me aleje.

Resisto a la orden, o insisto repitiendo dos veces esta frase en buen inglés:

- Prevén al Conde de Artigas que deseo ser recibido por él ahora mismo.

Como si me hubiera dirigido a las rocas de Back-Cup. Este salvaje no comprende, sin duda, una

palabra de inglés, y no me responde más que con un aullido amenazador.

Me acomete la idea de forzar la puerta, de gritar de modo que el Conde me oiga. Pero, según

toda probabilidad, esto no produciría más resultado que provocar la cólera del malayo, la fuerza del

cual de-be ser hercúlea.

Dejo, pues, para otro momento la explicación que se me debe, y que, mas tarde o más temprano,

obtendré.

Yendo por la parte Este de Bee-Hive, pienso en Tomás Roch. Me causa mucha sorpresa no

haberle visto aun durante este primer día.

¿Acaso será víctima de una nueva crisis? Esta hi-pótesis no es admisible, pues, a juzgar por lo

que me ha dicho, el Conde de Artigas hubiera llamado a Gaydón.

Apenas he andado un centenar de pasos, me encuentro con el ingeniero Serko.

Siempre de buen humor este irónico personaje, se sonríe al verme y no procura evitar mi

Julio Verne
 Ante La BanderaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora