CAPITULO XV EN ESPERA

3 0 0
                                    

Al recobrar mis sentidos noto que estoy extendido sobre el lecho de mi celda, donde parece que

reposo desde hace treinta horas.

No estoy solo. El ingeniero Serko se encuentra a mi lado. Ha hecho que me prodigasen los

cuidados que mi situación requería, y me ha cuidado él mismo, supongo que no como a un amigo,

sino como a un hombre del que se esperan indispensables expli-caciones, presto a desembarazarse

de él si el interés común lo exige.

Bastante débil todavía, me sería imposible dar un paso. Poco ha faltado para que fuera víctima

de la asfixia en el fondo del estrecho compartimiento del Sword, al hundirse éste. ¿Estoy en situación

de responder a las preguntas que el ingeniero Serko arde en deseos de dirigirme, y que se relacionan

con la pasada aventura? Sí...; pero guardaré una reserva extrema.

Ante todo, me pregunto qué habrá sido del teniente Davón y de la tripulación del Sword.

¿Habrán perecido en el choque estos valientes ingleses?

¿Estarán sanos y salvos como nosotros? pues supongo que Tomás Roch ha sobrevivido.

La primera pregunta que el ingeniero Serko me dirige es la siguiente:

- Explíqueme usted lo que ha pasado, señor Hart.

- ¿Y Tomás Roch?- he preguntado a mi vez.

- En perfecto estado de salud... ¿Qué ha pasado?- insiste con imperio.

- Ante todo, dígame usted qué ha sido de... los otros.

- ¿Qué otros?- responde Serko, cuyos ojos me miran de mala manera.

- Los hombres que se han arrojado sobre mí y sobre Tomás Roch; los que nos han

amordazado..., arrastrado..., encerrado... no sé en dónde.

El mejor partido que puedo tomar es sostener que he sido víctima de una sorpresa aquella

noche, de una brusca agresión, en la que no he tenido tiempo de reconocer a los autores.

- Esos hombres...- responde el ingeniero Serko.-

Ya sabrá usted cómo ha terminado el asunto para ellos... Pero antes quiero saber cómo han

pasado las cosas.

En el amenazador tono de su voz al hacerme la pregunta por tercera vez, comprendo las

sospechas de que soy objeto. Y no obstante, para poder acusarme de estar en relaciones con el

exterior, preciso sería que el barrilillo que contiene el documento que dejo transcrito hubiera caído

en manos de Ker Karraje, cosa que no es posible, puesto que ha sido recogido por las autoridades de

las Bermudas. Así, pues, la acusación no tendría na-da serio a mis ojos.

Limítome, pues, a contar que la víspera, a eso de las ocho de la noche, me paseaba por el

ribazo, después de haber visto a Tomás Roch que se dirigía a su laboratorio, cuando tres hombres me

sujetaron por la espalda. Amordazáronme, vendaron mis ojos y me sentí arrastrado, y descendido

después por una especie de agujero con otra persona, en cuyos gemi-dos creí reconocer a mi antiguo

Julio Verne
 Ante La BanderaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora