¿Conocéis la sensación del miedo? ¿De la adrenalina? ¿La angustia? ¿Y la soledad? Todo ello fluyendo por todo tu cuerpo, de pies a cabeza, oyendo tu ritmo cardíaco acelerar hasta salir tu corazón del pecho y no sentirlo más, temblando del puro terror a lo que va a ser acontecido, todo con un ambiente macabro, creyendo que estás sola y a la vez no al notar que miles de ojos te observan, oír tus propias pisadas, el crujido de las ramas y el sonido de los pájaros, sombras acechándote pero sin divisar a nadie. Todo haciéndose parar el tiempo y perder la noción del mismo pero al fin y al cabo dándote cuenta de que todo aquello está transcurriendo, que no es ninguna pesadilla.
¿Habéis sentido el olor a peligro? ¿Y de la mismísima muerte? En este estado se encuentra ahora mismo la pequeña niña—quien en realidad tiene 18 años—de castaño cobrizo y ojos verdes esmeralda, cubierta con una pequeña capa roja para ocultar su identidad. Ella sólo quería evadir por segunda vez al destino, huir del peligro, pero eso supone contradecirlo. No es ningún juego, ni mucho menos una broma pesada. Al destino hay que tomarlo en serio y, lamentablemente, no hay nada que poder hacer si tu futuro ya está escrito.
Tenía que haberle hecho caso a aquel maniático de los misterios, cuyos ojos azulados te dejan "idiotizada" y miles de adjetivos más. Por no mencionar su físico, claro. Sí, se había enamorado. El problema es que él ya tenía dueña y, a su vez, ella era su amada. Una vez le dijo que no huyese de su destino; ahora lo volvía a repetir. Tenía razón, pero eso sería darle ventaja y nunca la daría porque es demasiado orgullosa para admitirlo. El problema es que ella no huiría si él permanecía a su lado, cosa que no sucedía en ese momento.
Su cara estaba cubierta de rasguños y arañazos—provocados por las sucesivas caídas con cualquier roca o raíz—, al igual que su capa desgarrada pero siempre con su capucha bien puesta y algún que otro moratón se veía en sus rodillas al ojearla. En definitiva, toda ella estaba hecha mierda. Cualquier adulto que la hubiese visto en ese momento correría en su ayuda, pero no. Ella no estaba en la ciudad rodeada de gente, no. Estaba en un lúgubre bosque—la única zona que la servía como escondite—para no poner a sus conocidos en peligro. Lo que no sabía es que había cavado sobre su propia tumba.
Se detuvo. Se agachó hasta apoyar su propio peso en las rodillas y todo el aire que había contenido en su garganta lo expulsó. Inspirar, espirar, inspirar, espirar. Lo único que hacía era eso rápido y constantemente. Tenía los pies hechos pedazos y no los sentía ya. Necesitaba descansar. Vaya si lo necesitaba, pero eso sería perder una milésima de segundo y ceder tiempo a su enemigo. Se recompuso de nuevo y con la muñeca se rozó el labio para quitarse el leve líquido rojo producido al haberse mordido el labio cuando se cayó una de las veces.
Levantó la cabeza por primera vez en toda esa noche. Miró a su alrededor. Lo único que veía a su alrededor eran árboles, árboles y más árboles. También algún que otro cuervo observándola. No dejaba de haber sombras a las que nadie pertenecía. Sentía presiones en la nuca al haber gente mirándola. Estaba loca, completamente loca, en un estado de paranoia. Estaría imaginándoselo, sería producto de su mente cansada. Pero eso sería mentirse así misma. Lo que veía era real, y tenía que repetírselo una y otra vez para convencerse de ello.
No lo admitiría, pero estaba jodida. No tenía escapatoria. No veía ni la salida. Había caído en la boca del lobo. Su depredador, el lobo feroz, estaría ahora mismo acechándola y riéndose de su estado lamentable, dándola tiempo a escapar ya que era casi imposible como se encontraba y, al final, acercándose a ella lentamente para después torturarla y finalmente matarla y marcharse con la conciencia tranquila como si él no fuese culpable de nada. Esa idea hizo que la recorriese un escalofrío y tragó saliva y se puso en marcha de nuevo. No le daría el placer de cumplir su sed de venganza asesinándola. Había escapado varias veces y esta vez no sería distinto.
ESTÁS LEYENDO
Caperucita Roja
AcakSabía que no tenía escapatoria... Acorralada. Acorralada por su lobo feroz en el temible bosque cuyo dueño era él. El hombre que había movido cielo y tierra por encontrarla con un único objetivo: acabar su sed de venganza haciéndola derramar su colo...