Capítulo Cinco.

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A la mañana siguiente, me desperté con los ojos hinchados, y el cuerpo tal como si me hubieran dado una paliza la noche anterior. Lo cierto es que no había podido dormir demasiado, pasé varias horas pensando en si lo que estaba haciendo era correcto.

No quería tener problemas con mi mejor amiga, no quería que Piero tuviera problemas con su mejor amigo, pero había algo que sí quería, y era pasar tanto tiempo como fuera posible junto a él.

No era algo en su rostro, ni en su manera de hablar. Era algo en su voz, en su forma de tratar con las personas lo que lo convertía en un cofre de secretos para mí. Era tan abierto y extrovertido, pero había un toque de perspicacia, de serenidad, a veces incluso de dolor.

Ese día me arreglé rápido y tomé el bus hasta la facultad, usé los audífonos todo el camino y me limité a leer de nuevo mis apuntes para el exámen que tendría más tarde.

Durante la clase del Sr. Thompson casi me quedo dormida, y a pesar de que no soy fanática de las bebidas energizantes, tuve que salir a comprar una en la hora libre que tenía antes del exámen.

Cuando la cafeína y la taurina comenzaron a causar efecto en mí, me deshice de la lata y entré de nuevo a la facultad para un último repaso. Mi mente estaba trabajando al doscientos por ciento, y pensaba en las cosas a la velocidad de la luz.

Tres horas después, el exámen estaba terminado, salí a comer algo que me calmara un poco.

Llamé a Piero.

—¿Hola?

—Hey. —Dije resoplando.

—¿Has terminado?

—Sí, eh... Yo, justo acabo... ¿Vas a...?

—¿Está todo bien, _______? —Preguntó confundido.

—Sí, bien. Es sólo que yo bebí algo, y me siento un poco perdida. Creo que necesito ir a casa, no me siento bien.

—Voy para allá.

—No es necesario, esperaré el bus de regreso. —Respondí apresurada.

—________. Espérame fuera de la escuela, llego en cinco minutos.

­—Piero, no es.... —Y colgó, como siempre.

Recosté la cabeza en la mesa de la abandonada cafetería durante un minuto y luego respiré profundo para comenzar a caminar rumbo a la salida de la facultad.

Cuando terminé de recorrer el pasillo principal, que se sintió más como un camino de espinas, ví el jodidamente flamante auto que ayer casi se convierte en mi arma asesina.

Y ahí estaba él, con una cara de preocupación que era completamente imposible de disimular, hablando con el guardia de seguridad de la entrada de la Universidad. Me miró y resopló. Estaba usando un cardigan azul con unos jeans y un par de zapatos deportivos. Me señaló mientras hablaba con el guardia, a lo que el otro hombre giró y me miró asintiendo.

Piero se acercó rápidamente, con un paso apresurado, una vez que estuvo frente a mí, me examinó de pies a cabeza, y posteriormente hizo una mueca de disgusto.

—Por Dios, ________. Tienes un aspecto horrible.

—Gracias, Piero. —Dije, casi resoplando y sonreí débilmente.

—No puedo creer que quisieras esperar el bus de regreso a casa, el conductor hubiese pensado que el apocalípsis zombi comenzó con tan sólo ver tu cara.

—¿Puedes parar ya de hacer bromas sobre mi aspecto, Barone?

—Perdona. —Soltó una risita.— ¿Te duele algo?

—De hecho sólo me siento un poco mareada, lo mejor será ir a casa y descansar un poco.

—Entonces pongámonos en marcha. ¿Serás tan amable de permitirme tu bolsa? —Hizo un gesto y extendió la mano.

—Usualmente no acepto estas peticiones, pero por ser ésta una situación extraordinaria...—Me quité la mochila de hombro y se la dí. —Es toda suya, caballero.

Piero sonrió.

Nos pusimos en camino hacia el exterior de la facultad, y como era de esperarse, su estresantemente flamante deportivo nos esperaba. Puse los ojos en blanco y continué mi camino.

A punto estaba de abrir la puerta del copiloto, cuando Piero se adelantó y la abrió por mí, con una expresión amable. Una vez que estuve en el interior del auto, me invadió el aroma a piel, ese olor que de niña me recordaba al estudio del abuelo.

Seguía un poco perdida en mis recuerdos cuando noté a Piero dentro del auto y poniéndose en marcha hacia mi departamento.

Una parte del camino fue completamente silenciosa, entonces me entró curiosidad:

—¿Cómo hiciste para saber en donde estudio? ¿Acaso me seguiste dese casa?

—De hecho, fue más simple. —Rió. —Sólo contacté a un amigo cercano que trabaja en las Oficinas del Estado para que buscara tu nombre en las bases de datos, así que ahora sé de tu historial penal, y académico. —Exclamó con suficiencia.

—No hay mucho que ver. —Dije nerviosa. —Lo peor que he hecho fue conducir en bicicleta por una avenida en sentido contrario.

—En realidad se lo pregunté a Elizabeth, pero igual gracias por contarme tu criminal historia.

—¡Eres un tramposo! —Le grite, fingiendo enojo.

—No te avergüences. Todas las chicas lindas han hecho cosas malas alguna vez, no puedes ser la excepción. —Dijo condescendientemente.

Yo sonreí por la broma, pero segundos después me ruboricé al darme cuenta de lo que me había dicho. Preferí guardar silencio, y así fue hasta que llegamos a casa. El se detuvo, y el silencio no se rompía.

Por fin me decidí, y dije:

—Gracias por traerme, Piero. Ha sido muy amable de tu parte.

—No es nada, _______. Espero que te sientas mejor pronto, y en cuanto lo hagas, avísame, tenemos unas feas invitaciones pendientes por comprar.

—Olvidaré que las llamaste "feas", otra vez, sólo porque me has traído hasta casa. —Lo miré severamente y luego sonreí.

Él salió del auto y sacó mi mochila de la cajuela. De nuevo, se tomó la molestia de abrir mi puerta. Cuando salí vacilamos un poco antes de acercarnos y despedirnos con un simple beso en la mejilla.

Le agradecí de nuevo, y continué mi camino hacia el interior de mi edificio.

Mientras subía las escaleras, comencé a pensar en todas las cosas que tenía que hacer, en las que eran necesarias, y en las que no era tanto. En las que debía hacer hoy, y en las que podía dejar para después. Pensaba en cómo podía reducir al máximo mi carga de deberes para poder descansar y mejorar pronto, así evitaría tener que faltar mañana a la escuela.

De la medianamente larga lista de cosas y deberes que tenía pendientes, jamás se me pasó por la mente la situación con que me enfrenté al abrir la puerta del departamento tras darme cuenta de que este estaba sin seguro.

—¡_______, querida! ¡Qué gusto verte! —exclamó una voz chillona.

Nada más esto me faltaba.

I'll Follow You Into The DarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora