Capítulo Siete.

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—Mamá, puedes decirle por milésima vez a Helena que no tengo intenciones de ir a su boda. —Insistí molesta.

—Hija, no puedes dejar plantada a tu hermana en un día tan especial para ella. ¡Es su casamiento! ¡Y después de todo lo que has hecho con lo menos que puedes disculparte es asistiendo a la ceremonia! —Dijo en tono altivo, su respiración se escuchaba clamada al teléfono.

—No voy a ir, no es una buena idea. Así como tampoco fue buena idea que ella viniera hasta acá sólo por eso, ni tampoco lo fue que me llamaras únicamente por que ella está aferrada a que vaya a su boda. ¡Por Dios, mamá! Me hizo la vida imposible mientras vivimos bajo el mismo techo ¿y ahora quiere redimirse nombrándome su madrina?

—Ya eres lo suficientemente mayor para tomar tus decisiones, con lo cual no estoy diciendo que sean correctas. Es sólo que ya no puedo ir hasta tu departamento a sacarte de las orejas por el simple hecho de que no quieres asistir. Helena te enviará los detalles de la ceremonia y la recepción la semana que viene. Espero que uses el cerebro y tomes una sabia decisión, no puedes vivir peleada con los principios familiares toda tu vida.

—Sí, madre. Ahora, si me disculpas. Tengo cosas que hacer, estoy a dos meses de la graduación y me encuentro ya lo suficientemente estresada. Ten un buen día. —Y colgué.

Las cosas en casa nunca estaban bien, y aparentemente, ni siquiera ahora que estaba a un montón de kilómetros de casa, iba a ser de una forma diferente.

Elizabeth se había ido tarde esta mañana; seguía aquí incluso después de que yo había llegado de la facultad, lo cuál me puso un poco tensa pues tenía planes de hacer compras con Piero. Mis anotaciones sobre lo que necesitaba para la fiesta estaban listas, pero yo... Tenía la impresión de que nunca iba estar lista para pasar un rato con él. Había pasado tres horas frente al guardarropa pensando que era lo más adecuado para usar en una salida de compras-cena en casa. Y es que su deliberada manera de hacer planes de tan diferente esencia era algo que siempre me dejaba sorprendida.

"Eventualmente me acostumbraré", pensé.

Tres cincuenta y cinco. El reloj de la pared marcaba la hora exacta, y tenía cinco minutos cinco minutos para rehacer mi desordenada mente.

A las tres cincuenta y ocho escuché el inconfundible y casi inaudible motor detenerse bajo el ventanal que daba a la escandalosa avenida. Sentí un vuelco en el estómago. Pasé el último momento de soledad pensando en lo mordaz que resultaba el efecto de una simple salida de compras. Imagino que tal vez es el hecho de que uno nunca vislumbra ese tipo de situaciones en las que terminas organizando una fiesta con un cantante.

Un cantante de los famosos.

Uno de los jodidamente atractivos cantantes famosos.

El timbre me restableció la conciencia en la realidad, y fue entonces que me puse de pie, tomé mi bolso y abrí la puerta. Ahí estaba él: radiante, audaz, sonriente. Tenía las llaves de su auto en una mano y la otra metida en uno de los bolsillos de sus jeans.

—Hola, ________. ¿Lista para ir por tus atroces invitaciones borgoña? —Convirtió su amplia sonrisa de saludo en una media sonrisa con tinte juguetón.

—Yo siempre estoy lista, Barone. —Le giñe un ojo y salí del apartamento.

El camino en elevador fue silencioso, aunque más de una vez pillé a Piero mirándome fijamente. Decidí no hacer comentarios al respecto, y me limité a mantener mis pies en movimiento hacia el exterior del edificio.

Desde los pequeños escalones ubicados a la entrada, pude vislumbrar el auto de Piero, sobre el cuál había una persona recargada, junto a la puerta del copiloto. Tardé un par de metros en reconocer al individuo que tan concentrado en su teléfono celular se encontraba.

I'll Follow You Into The DarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora