5AM

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5 AM.

Dicen que las 5:00 a.m es la hora muerta. No ha amanecido todavía, pero tampoco sigue siendo oscuro el cielo. Algunas personas duermen, otras, están vagando por las calles.
Algunas de estas personas que vagan miran al cielo con una pizca de esperanza en sus ojos, pidiendo deseos a veces imposibles de ser cumplidos, o simplemente absurdos e incoherentes; Las personas que duermen sueñan con un mundo donde no sean juzgadas, o criticadas, que en sí, es lo mismo.

Había una chica.
Ella, sin embargo, caminaba por las calles cada madrugada a la misma hora.

A esa hora.

A las 5:00 a.m.

Buscando un escape para su vida.

Una tragica vida, que ella misma quisiera acabar.

Aquella chica que daba lentos y cortos pasos por la cuidad dormida y silenciosa, pensaba en que podría hacer para acallar sus voces.

O simplemente para que dejaran de molestarle.

Tal vez, también para callarse a sí misma.

Se consolaba. Porque nadie lo hacía.
Daba pequeños sollozos hacia alguna parte de las aún oscuras calles. La luna era la única acompañante que tenía, entendía su dolor y soledad.
Entendía lo rota que se encontraba. Y sin recriminarle, caminaba a su lado, junto con las sombras que ella misma creaba para no sentir el vacío.
El vacío que pudo completar, pero que jamás logró.
Quizás, nadie fue suficiente para callarle sus voces.
O quizá, porque nadie le mencionó lo linda y especial que era.
Y entonces ella moría cada vez más.
Caía cada vez más profundo.
Tal vez ya no podía ser salvada.
O simplemente se cansó de intentar salvarse.

Caminaba a las cinco en punto de la madrugada, sola y sin esperanzas. Los sueños que tenía se habían convertido en pesadillas y los momentos felices se esfumaron.
Escribiendo en paredes de cristal con un lápiz de metal con punta afilada, cada letra está causando un daño a las paredes, no demasiado grave para romperlas, pero si tan doloroso como para herirlas de por vida. Así me sentía yo, herida, perdida.

Entonces sigo caminando por una calle solitaria, ha llovido y por ende el frío viento de la madrugada se inunda por mi espina dorsal haciéndome estremecer, así es como el dolor y todo tipo de tragedia entra en mi vida, como el frío entra en mi piel, como congela mi corazón y lo deja de piedra, sin sentimientos, sin sentido alguno para seguir latiendo.
Me siento ahogada, incluso cuando no estoy nadando. Me siento culpable de todo el daño que me he causado a mí misma, me siento vacía porque mi vida acabó.

Mis pies pisan el pavimento con dureza, lágrimas sin permiso comienzan a rodar por mis mejillas empapando completamente a estas mismas y ahí es cuando ya no puedo más y me tiro al suelo, parezco ser un cristal arañado, un cristal al que lo han golpeado y sin más, caigo como una pluma.

Duele muchísimo saber que me he roto y que ya es demasiado tarde para arreglarme, duele saber que me perdí y que ya no puedo encontrarme. No era fácil darse cuenta que las cosas habían cambiado, de hecho, todos se imaginan que estoy bien, que estoy perfectamente. Pero no es así, ellos no ven con más detenimiento en mis ojos, cualquiera que me viera diría que estoy destruida, simplemente destrozada.

¿Qué haría yo para recuperarme, si de igual forma ya no podía encontrarme?

Me levanté, me sacudí y seguí caminado, a lo lejos divisé un puente y detenidamente me imaginé cayendo, Sonreí pesadamente y poco a poco acortaba la distancia entre la vida y la muerte, acortaba la distancia entre poder escapar y caer, acortaba el tiempo de indecisión y aumentaba el ya decidido paso hacia la venidera muerte, hacia la caída, hacia el lugar sin retorno, sin vuelta atrás, sin decisiones que volver a tomar, por que para ese entonces ya no sería algo palpable, algo vivo.
Di el último paso y caí.

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