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Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera. El amor jamás se extingue.

Corintios 13: 4-

Una juguetona brisa recorre la espalda de Lucia provocándole un escalofrío que le hace encoger los hombros. Con rapidez, cubre con la bufanda que rodea su cuello los trozos de piel que le quedan sin protección, y mira hacia el cielo, que comienza a teñirse de azul oscuro casi negro. Son las seis de la tarde, de un lunes cualquiera en Valencia y como lleva haciendo desde hace varias semanas, se dirige a casa de Teresa, su abuela. Una anciana de cabello plateado y mirada afable, que ha enviudado hace pocos meses. La compañía de su única nieta está siendo un gran consuelo para ella, ayudándola a enfrentarse a la pérdida de su esposo con una actitud más positiva.

Lucía se frota las manos para hacerlas entrar en calor y gira la cabeza hacia la Avenida, convertida en un hormiguero de colores metalizados y ruedas. Entre medias de todos esos coches, distingue el letrero del autobús de la línea dieciocho. Mete la mano en su abrigo y saca el bonobús del bolsillo, ocupando una de las plazas invisibles, en la cola que ya comienza a formarse.

Se abren las puertas y entra dentro del transporte público, al lado de una señora que desprende un intenso aroma a jabón. Le recuerda a su abuela y sonríe. «Ella siempre huele tan bien», piensa acercando la tarjeta naranja a una pequeña pantalla. Un sonoro pitido le hace saber que ya dispone de un viaje menos y que puede buscar un lugar donde sentarse. Alza la cara, echando un vistazo rápido al interior del vehículo. En aquel momento está casi vacío, tiene dónde elegir, pero a medida que vaya recorriendo paradas y más paradas, los asientos rojos se llenarán de caras desconocidas. Cada una de ellas con una historia que contar. Con sus preocupaciones y alegrías, siempre con la duda de que, tal vez, haya más de lo primero que de lo segundo. Lucía se coloca al lado de la ventanilla, en la parte central, y abre la mochila sacando de su interior un libro de tapas desgastadas y páginas marcadas por el paso del tiempo. Comienza a leerlo, dejándose llevar con cada palabra, disfrutando de la forma tan especial en que el escritor las enlaza.

Con diecinueve años, Lucía ama leer y escribir. Con gran sensibilidad y en la soledad de su habitación, crea maravillosas historias con las que sueña llegar a ser escritora. Que sus libros transciendan, sirviendo de ayuda, consuelo y alegría a todas aquellas personas que los lean.

Tras unos minutos inmersa en la obra de Markus Zusak, Lucía siente la punzada de una mirada clavada en ella. Aparta la vista del libro con curiosidad y observa de reojo a la persona sentada a su lado. Cuando sus ojos se encuentran, tuerce los labios en una tímida sonrisa y baja la cara de nuevo hacia el libro, regresando con rapidez a la Alemania nazi y a las ocurrencias de la pequeña Liezel. No transcurren más de un par de minutos cuando nota en su mano la calidez de una caricia. Cierra el libro de golpe, sobresaltando a su compañera de viaje, que la mira frunciendo el entrecejo y apretando los labios en una fina línea, roja como la sangre.

-Estos jóvenes... -le parece oír.

Con las mejillas ardiendo, Lucía esboza un gesto de disculpa y guarda el libro dentro de la mochila, de todos modos, no quedan muchas paradas para la suya. El autobús se detiene, una vez más, dejando subir a nuevos pasajeros. Entretenida, desliza la mirada entre ellos, varias mujeres y algunos niños pequeños que ríen. Sigue la inspección recorriendo la parte delantera hasta llegar al espejo del conductor. Allí tropieza con unos ojos marrones que la observan fijos, cargados de una curiosidad que le sorprende. Sus mejillas arden y aparta la mirada levantándose del asiento para pulsar el botón. Su parada es la siguiente. El vehículo se detiene, aplacando de manera leve el murmullo del resto de pasajeros. Las puertas negras se abren y antes de dar el primer paso, sin saber muy bien por qué, Lucía lleva la mirada hacia el espejo del conductor. Allí la espera, sonriéndole divertido. Los latidos de su corazón se disparan.

-Perdona, joven, ¿bajas? -oye a su lado, sobresaltándola.

Sin mirar a la dueña de la voz y sin poder responder siquiera, Lucía baja del autobús tan rápido como puede, caminando de manera enloquecida por la acera hasta desaparecer tras una esquina.

Siempre a la misma horaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora