Miré mi primer desayuno en años. Me senté frente al tazón, cogí la cuchara que estaba al lado de éste y comencé a comer. Los cereales estaban crujientes y eran muy dulces y deliciosos, demás que la leche le daba más sabor. Eduardo me miraba de vez en cuando, luego de que su padre saliera de la cocina para poder ir a trabajar.
Una vez que hubiera terminado, él se levantó, tomó mi tazón y lo dejó dentro del lavaplatos. Me sonrió.
—Bien. Tenemos veinte minutos antes de la primera clase, y de aquí a la escuela son como diez minutos en auto. Llegaremos bien —se encogió de hombros.
Me tomó de la mano y me dirigió a la sala, dónde él cogió su mochila y yo la mía. Sacó las llaves de su auto de su bolsillo delantero de la chaqueta y abrió la puerta.
—¡Ya nos vamos, mamá!
—¡Bien! ¡Cuídense!Eduardo salió, sin soltarme la mano aún, y se dirigió a su auto luego de cerrar con firmeza la puerta de entrada. Abrió el auto y me abrió la puerta del copiloto.
—Las damas primero —dijo haciendo una mueca graciosa.
Reí tímidamente sin decir ni una palabra. Me acomodé en el asiento de cuero frío y dejé la mochila vacía a un lado. Luego de que él se subiera, hizo partir el motor y nos pusimos en marcha.
Luego de dos minutos por los senderos cubiertos de nieve aún no derretida, subimos por la carretera y sentí como Eduardo aumentaba la velocidad de apoco.
El camino fue mayormente silencioso. La radio estaba apagada y solo escuchábamos las ruedas sobre el asfalto, el motor y nuestras respiraciones. Me acomodé contra la puerta, mirando por el rabillo del ojo de vez en cuando el serio perfil de Eduardo, sus azules ojos sumidos en pensamientos que no conocía. En ningún momento descubrió que yo le miraba.
La escuela se veía ya, cuando aún quedaban once minutos para la primera clase. Eduardo estacionó el auto junto a uno rojo y uno blanco. Quitó las llaves, se bajó con su mochila en la mano y me ayudó a mi luego a bajarme. Cerró la puerta y cerró el auto para luego volver a tomarme la mano. Me coloqué mi mochila en un hombro y, antes de comenzar a caminar hacía la entrada me detuvo y me miró fijamente.
—Yo te estaré mirando cuando no esté contigo, aun que tú no me puedas ver, ¿vale? No dejaré que nadie te moleste, estaré cerca de ti.
—Eduardo … —quise protestar, pero con su expresión dura, ojos firmes y la mandíbula apretada supe que era mejor no hacerlo— Bien… Agg, gracias…
—No hay porqué —me sonrió y comenzó a caminar sin soltarme la mano y manteniendo nuestros dedos firmemente unidos.A medida que nos acercábamos hacía la entrada, las personas se nos quedaban mirando. Algunos murmurando a las personas a su lado y solo mirándo completamente impresionados, porque, claro, ¿cuándo se habrán imaginado a mi caminando de la mano con un chico? Nunca. La incomodidad comenzaba a aparecer en mi rostro, mientras disimuladamente intentaba soltar el agarre de los dedos de Eduardo sobre los míos. Él no me dejó.
Me –prácticamente- arrastró por los pasillos hasta llegar a mi casillero, dónde dos chicos estaban apoyados, hablando y riendo. Eduardo resopló, antes de carraspear la garganta. Ambos voltearon a verle y su sonrisa desapareció. Sus miradas luego bajaron a mi, que estaba mirando hacía otro lado, asustada mientras tragaba sonoramente saliva.
—¿Les importaría? —señaló mi casillero. Ellos se miraron y, sin decir ninguna palabra, avanzaron a pasos rápidos, dejando al descubierto la palabra ‘’puta’’ con plumón escrita sobre la pared azul de éste. El agarre se intensificó, tanto que comencé a pensar que Eduardo podría romperme los dedos con facilidad.
Los chicos que antes estaban allí, se echaron a correr, desapareciendo entre la multitud de personas que se habían acercado a ver el espectáculo.
Sentí a Eduardo gruñir por lo bajo, intentando hacer caso omiso a sus instintos que decían que fuera tras ellos para darles una lección. Él me miró, sabiendo que intentaba deducir la expresión de mi rostro: tranquilidad.
—Luego los buscaré para charlas con ellos —suspiró. Sacó un pañuelo que llevaba en uno de los bolsillos y comenzó a limpiar la palabra, que luego de unas frotadas, comenzaron a desaparecer.
Una vez que la mayoría de las letras hubieran desaparecido, se hizo a un lado y me soltó la mano.
—Saca tus cuadernos para que vayamos a clase —señaló.
Asintiendo, introducí mi clave antes de abrirlo y sacar los respectivos libros que necesitaba para mis siguientes dos clases y los guardé en la mochila. Volví a colocármela en el hombro y miré a Eduardo, quien me miraba.
—Vamos —dijo, pasando uno de sus fornidos brazos por mis hombros y dirigiéndome a nuestra única clase juntos: Historia.
ESTÁS LEYENDO
Sálvame
Rastgele''Haría lo que fuera por hacerlo, princesa'' ''Sácame de aquí, haz que se detengan... Haz algo'' ''Lo que sea por ti, nena'' (...) ''Yo sé como puedo salvarte'' ''¿Cómo? Dime, por favor'' ''¿Confías en mi?'' ''Si, confío en ti'' #611 in Romance - 17...