Antes de lo bueno, viene el final

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Dos meses habían pasado, aproximadamente. El profesor que le daba clases de cocina le había informado a Hatori sobre, su antes amigo, Yuu. Claro, aquel día recibió una paliza tan grande que no se podía mover, pero aún así había sido obligado a levantarse para ir a la escuela de cocina. Se miraba terrible, no hacía falta verse para saber, las miradas de horror que todos daban al verle se lo aclaraban. Ese día Yuu quiso acercarse, hablarle, pero Chaiki le ignoró con la mirada al piso. Estaba asustado de la sonrisa llena de maldad de su profesor, le odiaba, lo sabía, no había que ser un genio para descubrir aquello. Era odiado por todos. Su esposo no le quería, su familia le odiaba, no tenía amigos, ¿era eso lo que llamaban estar solo?

A cada día que pasaba su rutina se volvía más asfixiante, con esa soledad que le caracterizaba iba a todas partes. Hatori le había prohibido volver a estudiar en la escuela, aunque eso era un alivio. Pero, claro, todo lo bueno tenía algo malo. Hatori se iba a trabajar y se quedaba solamente al lado de la ventana, viendo la gente pasar, reír, sonreír, platicar, jugar, pelearse, veía a la gente... siendo humanos. Ese pensamiento siempre se le quedaba, junto con la siguiente pregunta: ¿soy yo un humano, también? Él no se reía como las personas que pasaban afuera, tampoco sonreía tan a menudo, sólo cuando Hatori le traía un regalo cada año por su cumpleaños, tampoco podía pelear por que obviamente perdería ante Hatori. No tenía aquellas emociones que veía en las personas que pasaban en su ventana. Sólo le quedaba el miedo, el miedo que sentía casa vez que Hatori lo golpeaba, cada vez que se molestaba y amenazaba con hacerle mil y un cosas que seguramente le cumpliría.

Su mente estaba en blanco en aquel momento donde su cuerpo estaba siendo corrompido, el dolor le había entumecido las piernas. Claro, no lo había dicho, pero Hatori había querido intentar hacer algo de bondage, aunque, según el mismo Hatori, habían iniciado con lo simple, y lo poco doloroso. ¡Pero todo era mentira! Dolía, dolía terriblemente.

Jadeó al sentirlo salir de su interior, se aferró a las sábanas y cerró los ojos con fuerza. Estaba tan asustado, pero tan asustado que no le importaba llorar con fuerza frente a su agresor. Quiso preguntar el por que le hacia eso, a duras penas podía soportar el sexo normal, ahora con esos "instrumentos" podía menos.






Cuando volvió a estar solo, no miraba nada, su vida estaba en un punto específico de la habitación, sin embargo, no le prestaba la ni la más mínima atención. Estaba en el sofá de su casa, esperando cruelmente su destino. Esperado que aquello que siempre quiso, soñó, anhelo, se hiciera verdad. Aunque con eso de sintió como una niña que espera a su príncipe azul.

Estúpido.

Idiota.

Inútil.

Débil.

Tonto.

Desgracia.

Todas esas palabras le describirían, pero sólo sería una pequeña parte de la larga lista.

¿Qué era lo que estaba haciendo ahí? Podía decir que ya había visto toda si vida, ya sabía lo que sería del mañana y le era totalmente desagradable, asqueroso, repugnante. Pero era aquello lo que se merecía, ¿no? Se lo había ganado por el simple hecho de ser él. Merecía morir. Pero Hatori era bondadoso y amable por extenderle la vida. ¿Debía replicar de eso? No, sería estúpido si le estaba haciendo un favor.

Se levantó del sofá, con pesadez. Cerró los hombros un instante, y miró el reloj que estaba en la pared.

—Aún tengo tiempo —susurró a la nada.

Con paso lento se encaminó a la cocina. No quería hacerlo, pero si no lo hacía tendría que volver a la rutina de siempre y eso era algo que no quería. Estaba harto de todo pero si replicaba todo sería aún peor, Hatori le haría arrepentirse de sus propias palabras. De un mueble bajó de la cocina sacó una caja y la dejó sobre la mesa, temblando. Para aquel punto llevaba sin darse cuenta. Estaba totalmente agobiado de lo que sucedía en su cabeza. Era la decisión más difícil que había que tomar, según él. Aunque no quería hacerlo, debía hacerlo. Para librar a todos de ese monstruo que era.

Tomó un cuchillo, se pudo ver en el reflejo de éste todo lloroso y con una expresión de temor, al no saber que era lo que le esperaría más allá de esa vida. ¿Tendría paz al fin o por haberse condenado el mismo viviría en un ciclo repetitivo
Por toda la eternidad? Trataba de pensar que sería lo primero, que no viviría condenado con su destino, que sería libre. Dejó de verse en el objeto y lo puso sobre su piel, la deslizo sin llegar a hacerse daño. Estaba asustado. Respiró hondo intentando calmar sus espasmos y finalmente comenzó a deslizar el cuchillo sobre su brazo haciendo presión. La sangre empezó a brotar con fuerza en cada corte que hacia. ¿Por qué le dolía tanto el pecho al hacerlo? A nadie le iba a importar su muerte, sólo sería otro chico más del monto que ya habían hecho eso. Seguramente estaría en las noticas unos días y después sería olvidado como todos y todo, dejaría de tener sentido, dejaría de existir para dar un último paso a la libertad.

Soltó el cuchillo, le dio una última ojeada a su reflejo en éste: estaba tembloroso y con espasmos seguidos. No se distinguía muy bien su cara por la sangre que manchaba en artefacto. Los ojos le pesaban cada vez más, conforme el ardor en su brazo se hacía más intenso. ¿Qué iba a hacer? Quería arreglar su error y pedir disculpas, pero nadie lo haría.

Comenzó a gritar desesperado por ayuda. ¿Por qué lo hacía si nadie iría a salvarlo? Incluso si Hatori llegaba y lo veía seguramente lo dejaría morir, no sin antes decirle que era un cobarde. Y tenía razón, eso era. Estaba huyendo de todo lo que alguna vez conoció.

Dejó de gritar cuando le fue difícil, estaba perdiendo la conciencia y extrañamente ya no sentía dolor. Era un lugar cálido donde podría descansar, así que simplemente... Se dejó morir.

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☆〜(ゝ。
Epílogo

Doméstico (Yaoi/gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora