Viejas "amistades"

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Hace bastante tiempo que estoy acá entre cajas así que ya dejé de contar los minutos. Estamos desempacando lentamente, Cantet ordena cosas donde le indico y, por suerte, no ha soltado algún intento de broma mal estructurada. Hasta ahora no pretendo que note el lío en el que se ha metido, quizá espere hasta mañana cuando lleguen Russell y Jade para tratarlo como mi "amigo" como él lo ha pedido. Me gustaría tener algo compañía al burlarme de él.

Mi estómago vuelve a rugir y el sándwich que Percy dejó ya se lo comió Cantet. No me he atrevido a ir al comedor porque me da desconfianza comer algo sin saber las condiciones en la que lo han preparado. Si acepté que mi hermano comprara algo para mí es porque él sabe cuales son las cosas a tener en cuenta en la preparación mi comida.

Y al parecer justo hoy Percy olvido precisamente eso.

—¿Quién es el Dr. Rickman? —con lentitud alzo la vista, que tenía puesta en las hojas de recordatorio amarillas, y miro a Cantet. Parece estar interesado en mi respuesta.

—Nadie en especial —contesto volviendo a lo mío.

Debo hacer el cronograma de estudios para poder tener mi tiempo en orden.

—¿Y por qué tienes que ir con él la próxima semana?

—Cuestiones personales.

—¿Estás enferma o algo por el estilo? —la curiosidad mató al gato.

Finjo seriedad y, como si me encontrara sin esperanza y derrotada, suspiro.

—Sí, sufro de Neuroinfinición.

—¿Neuroinfinición? —la expresión de su rostro se vuelve confusa —¿de qué va eso?

—Es una rara enfermedad que afecta al 0,000,001% de la población mundial. Las neuronas incontrolablemente se desproporcionan el doble de su tamaño y reproducción, esto permite que las personas que la padecen adquieran con el tiempo demasiada capacidad de almacenar y desarrollar información. Un ejemplo es la capacidad de hacer bromas sobre enfermedades que cualquier tonto desabastecido de sentido común creería.

Lo miro y por Merlín que intento no reírme pero su cara de enfadado no ayuda mucho, eso hace que suelte una carcajada que al parecer lo irrita porque bufa y comienza a apilar mis cuadernos sobre el escritorio.

—Que graciosa.

—No me halagues tanto que me sonrojo.

—Las enfermedades no son bromas —y todos dicen que la aburrida era yo —, tú más que nadie debería saberlo. De seguro irás a pedir tu medicación para esa esquizofrenia rara de la que padeces.

—Oye, no soy esquizofrenica ni nada. De hecho ni siquiera estoy enferma —levanto el mentón, orgullosa —, yo casi nunca me enfermo.

Mi madre me enseño a cuidar de mi tan bien que solía no enfrentar un resfriado en casi tres años y cuando lo hacia, ella lograba que pasara en menos de lo que canta un gallo. Tener en la familia a alguien con verdadero conocimiento de medicina era una gran ahorro de problemas y preocupaciones.

—¿Entonces por qué Lucy te programó un turno?

Esta vez si suspiro de cansancio.

—Ya te dije que era personal.

—Pero no puede ser tan malo. Además estamos intentando ser amigos ¿no? Puedes confiar en mí.

¿Puedes confiar en mí?

La Filosofía de Bonnie GoslingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora