Inicio.
Era una mañana gris, el sol se escondía entre las nubes, dejando ver el día oscuro, el pasto del jardín estaba húmedo, dando a entender que había llovido esa noche. Sentada en aquel jardín estaba la joven Mackenzie Evans, mirando con los ojos entrecerrados a su vecino, el señor Peter, quien cortaba el pasto tranquilamente sin saber que algo le ocurriría cualquier momento.
Mackenzie tenía una habilidad especial, no quería pensar que fuese un don, porque simplemente le parecía una tortura, ella podía ver más allá que la visión normal del ser humano; podía saber con anticipación el momento justo cuando alguien en su entorno sufre un accidente de gravedad. Ella las llama visiones, ya que, son imágenes que aparecen en su mente anticipando los sucesos que ocurrirán, con tan solo tocar alguna parte del cuerpo, automáticamente tiene una visión de lo que le ocurrirá a esa pobre persona.
Cuando era niña solo eran pesadillas, iniciaban con un recuerdo feliz y terminaban con alguna escena sangrienta que la hacía despertar aterrorizada y muerta de miedo. Su madre, Sydney Evans, pensaba que la causa de tales pesadillas fueron por los canales de televisión que su esposo hacía ver a su única hija; hasta que un día lluvioso, la pequeña despertó de una siesta llorando y pidiendo ver a su tía, la hermana de su mamá, la señora Evans tuvo que llamar varias veces a su querida hermana hasta que le atendió un sujeto diciendo que la mujer había tenido un accidente provocado por la tormenta y que murió a los pocos minutos. Desde ese día, Sydney llevaba a Mackenzie a un psicólogo, pero este no sabía cómo tratar tal anomalía. La joven Mackenzie estaba harta de que su madre la llevase a esos lugares donde solo la llamaban "fenómeno" así que tuvo que mantenerse al margen delante de todos y hacer como si esas pesadillas nunca existiesen.
-¿Qué tal, Mackenzie?.-La voz del señor Peter sacó del trance en el que estaba la joven, ella sólo se levantó del césped, sacudiéndose el pantalón y le sonrío a su vecino.
-Estoy bien, Peter. Gracias... Por cierto, mi madre dijo que le prestó su tostador.-Dijo la castaña, evadiendo el verdadero problema, el cual, aquel hombre era ajeno.
-¡Casi se me olvida devolvérselo! Esperame unos minutos.-El señor entró a su casa rápidamente buscando el aparato que le había pedido a su vecina hace ya una semana.
La chica miró su reloj alarmada, corrió hacia el patio de su vecino y se arrodilló en frente de la podadora que, irónicamente, también era de su madre.
¿Acaso este hombre no tiene cosas propias? Pensó Mackenzie, rodando los ojos para luego examinar el aparato y buscar alguna forma de descomponerlo. Sabía que si no lo hacía, aquel señor que era su vecino desde hace 12 años, no volvería a respirar.
-Vamos, ¿Cómo puedo dañarte?.-Susurró desesperada al no conseguir alguna salida fácil. Al mirar más de cerca, encontró una conexión algo inestable ¡Bingo! Celebró internamente.
Cuando estaba a punto de cortar esa conexión, escuchó un crujido proveniente de la casa del señor Peter y antes de que pudiese pensar, la casa se vino abajo aplastando a todo y a todos los que estuviesen dentro.
Mackenzie no se movió en ningún momento, sabía de sobra que el hombre no saldría vivo, no importaba lo que intentase: el destino quería que su muerte fuese ahora.
Ya le había pasado en ocasiones anteriores. En la mitad de la secundaria, tenía una mejor amiga, la cual quería mucho porque era la única que tenía; una vez, Mackenzie tocó su cabello y las imágenes de su muerte atravesaron su mente. La chica no quería perder a su amiga, no tenía a nadie más, así que intentó impedir su fin en esta vida, sin embargo, pasó otro suceso minutos después que causó la muerte de aquella niña dejando a entender que no importaba cuanto quería salvar a una persona; moriría ese día.
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Visiones.
RandomPesadillas, muertes, miedo. Eso es lo que pasaba cada día en la vida de Mackenzie Evans. Desde que tenía uso de razón, la joven veía imágenes por la noche de las muertes de sus seres mas queridos que, para desgracia de ella, se volvían realidad. Si...