Capítulo 3

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Harry sonríe con satisfacción, para después abrirme la puerta del copiloto invitándome a entrar. Me sorprende un poco la caballerosidad con la que lo hace, y sobretodo el rostro serio y comprometido que tiene pintado cuando subo. Espero a que él se acomode en su asiento, así que nos venimos abrochando el cinturón de seguridad casi al mismo tiempo; se vuelve a poner el gorro naranja y luego arranca.

Enciende su estéreo casi al momento. La primera canción que empieza es Skinny love de Bon Iver, cosa que me extraña: como no soy fan de la canción me mantengo en silencio, sólo ateniéndome a escucharla. A Skinny love le sigue Penny lane de The Beatles, canción que reconozco, aunque no me sé la letra. Es cuando esta segunda acaba que comienza a sonar Sweet disposition de The temper trap y entonces, por mera inercia, mis labios empiezan a moverse siguiendo las palabras, aunque sin que mis cuerdas vocales dejen salir algún sonido.

—Esa es buena. —lo escucho decir con un hablar pausado y carraspeado. —Tengo un tatuaje inspirado en uno de los versos en mi brazo.

—    ¿De veras? —pregunto en verdad asombrada; lo examiné por casi treinta minutos, aunque se escuche aterrador, y jamás noté tatuaje alguno.

—    Sip. —la manera en que afirma es infantil, como si se tratase de alguien de cinco años, aunque me parece divertido. Me mira de reojo y luego sonríe. Debería haber cientos de adjetivos para describir su sonrisa, pero en ese momento no soy capaz de encontrar alguno. En ese momento las palabras para describirlo no me importan, porque están siendo opacadas por las sensaciones. —Te lo mostraría, pero no estaría siendo un conductor responsable.

Por mucho que intento contenerme no puedo evitar enseñar una sonrisa. Y eso me hace detestar a Harry Styles un poco, porque detesto la forma en que sonrío.

Transcurridos unos minutos suena el won’t stop to surrender final, unos segundos instrumental, y la canción acaba. Mi móvil suena de repente, aunque no se trata de una llamada, sino de un mensaje de texto. Lo ignoro.

            —Entonces, ¿Es cierto que te estás quedando en esa mansión tan escalofriante…?

—    ¿Qué? No. Silbey no es para nada escalofriante. Es enorme, sí, pero no da tanto miedo una vez que te acostumbras. —Su comentario me extraña un poco. — ¿Cómo es qué…?

—    ¿…Que sé que te quedas ahí? —añade, completando mi pregunta. — He ido un par de veces, a las fiestas que han organizado Will y Cesc. Me llevo bien con ambos, y noté que llegaste con ellos a la fiesta.

—    ¿Fueron ellos los que te pidieron que me llevaras?

—    No. Pero te veías bastante molesta cuando casi chocas conmigo en las escaleras. — Se muerde el labio inferior, enchuecando su boca levemente, mientras sus largas y marmóreas manos giran el volante con destreza al llegar a una curva. —Y luego vi que Josh Miller te seguía.

—    ¿Qué tiene Josh?

—Nada, supongo. —dice, encogiéndose de hombros. — Pero se notaba a leguas lo tomado que estaba, así que supuse que él te había hecho enojar.

Echo mi cabello castaño hacia atrás y aspiro algo de aire. No pretendo hacer quedar mal a Josh, así que simplemente afirmo ligeramente con la cabeza esperando que Harry no lo note, para luego recostar mi cabeza sobre el respaldo del asiento.

— ¿Siempre acostumbras rescatar a las chicas en aprietos? —inquiero; mi cabeza todavía pegada al asiento, pero con la mirada fija en su perfil.

            —Con frecuencia, sí. —sus ojos verdes se sesgan ante su amplia sonrisa. —Sobre todo si encuentro a la chica interesante.

Don't let me goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora