Corazón de Oro

Capítulo 3 Amistad

Después de haber tronado los dedos, con su mochila sobre el hombro Dallan apareció en un pequeño bosque, la naturaleza la rodeaba. Tiro sus pertenencias y estiro los brazos mientras la bañaba la luz, sonrío y cerró los ojos mientras escuchaba el sonido de las aves que revoloteaban cerca de ella, a lo lejos se percibía ruido del agua del río que corría y el aroma del pasto, los árboles la acompañaban y sin pensarlo más se dejó caer al suelo, golpeó el pasto con sus puños, respiro hondo y se detuvo.

Se tiró al suelo boca arriba, respiro con dificultad, saco su inhalador, lo agito y lo hizo disparar una vez, se quedó ahí hasta que su ritmo cardiaco bajo y se puso de pie. Floto a unos centímetros del suelo, mientras iba por el bosque hasta que llegó a un jardín, tenía una pequeña cerca echa de arbustos y flores. Una puerta de madera la custodiaba y llevaba a través de un camino de piedras a un hogar de un solo piso, toda estaba echa de madera, con un pórtico que recibiría a cualquier persona que pasará, pero era un bosque solitario a mitad de la nada.

Así había escogido Hermes Trimegistro ese lugar para realizar sus estudios como alquimista, decidió irse al bosque Eiríni. Cuando viajaba al lugar dieciséis años atrás, se había encontrado con una mujer en el camino, ella conocía su nombre y ofreció vender a sus cinco hijos a cambio de un pago. El maestro conmovido por el destino de aquellos pequeños reviso sus bolsillos encontrando cinco monedas de oro, ofreció una por cada uno, la madre se negó alegando que con esa cantidad solo le alcanzaría para uno.

Hermes se sintió devastado y miro a los cinco pequeños, su mirada pasó ante el rostro de cada uno, pero al ver al más pequeño, un recién nacido de no más de dos meses de edad, decidió tomarlo a él temiendo que la madre lo fuera abandonar por lo pequeño y débil que se veía. Esa noche reposo en una taberna donde cuido y tomo como su hijo a ese bebe al que puso por nombre Arquímedes, al otro día volvió al camino esperando tener suerte y rescatar a los otros, pero nunca más volvió a ver a ese mujer.

Los dos vivieron en esa casa a mitad de la nada en medio del bosque, y Arquímedes no sólo se convirtió en su hijo, fue el único alumno que tomó el maestro Trimegistro, quien fuera reconocido como uno de los mejores alquimistas por sus tratados a los que llamó la Hermética. Vivieron aislado en aquel lugar hasta que un día cuando Arquímedes tendría ocho años conoció a una niña.

Un colegio de magos envió a una de sus alumnas para tomar clases con él, fue así como Dallan, la alumna seleccionada, conoció a quien se convirtió en su único y mejor amigo en una tarde de verano cuando el castaño hablo con ella.

—¿Por nunca sonríes?

Arquímedes se acercó con un libro en mano y con una enorme sonrisa, su baja estatura lo hacía parecer un niño pequeño y frágil, la ropa que parecía quedarle dos tallas más grande tampoco ayudaba

—Por qué no se me da la puta gana —respondió la rubia sin dejar de lado el libro que leí

—No deberías de usar ese lenguaje

Dallan bajo el libro y entrecerró los ojos que se ocultaban atrás de sus anteojos ovalados, la niña de ocho años bufo y le hizo una seña obscena, antes de levantar de nuevo el enorme volumen de hechicería avanzada que estudiaba.

—¡Piérdete enano!

Soltó una leve risa —No eres más alta que yo, dudo perderme, conozco bien el bosque, ahora que si me llevas a otra parte lo más seguro es que si me pierda, solo he ido a la ciudad como cinco veces... ¡Cinco! Ese número de nuevo, conspira en mi contra

—¿Eres pendejo o sufres de algún tipo de retraso mental?

La pequeña apretó los dientes y sus ojos regularmente de color azul cielo, habían cambiado a un tono rojizo, dejo el libro a un lado, tomó a Arquímedes por el cuello y lo azoto contra el tronco de árbol, el golpe había sido tan duro que hizo caer algunas hojas que estaban a punto de desprenderse del tronco