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Narra Harry

Eran casi las tres de la tarde cuando salí del gimnasio, todavía con la adrenalina del entrenamiento corriendo por mis venas, haciendo que mis pasos fueran más ligeros de lo que en realidad deberían ser. Mi cuerpo estaba exhausto, mis músculos reclamando descanso tras la intensa sesión, pero mi mente no podía dejar de pensar en Louis. La práctica había sido más difícil que las demás esta semana, con series interminables de ejercicios que me habían dejado drenado, pero había algo en el aire, algo que me mantenía alerta. Quizás era la emoción de finalmente verlo, después de un día lleno de rutinas que no lograban mantener mi atención. La idea de verlo me daba una energía extra, como si el cansancio simplemente no pudiera alcanzarme.

El sol aún no se había escondido del todo, pero su calor comenzaba a suavizarse mientras caía lentamente hacia el horizonte. Era uno de esos atardeceres cálidos de otoño, donde el aire fresco acariciaba la piel, pero el calor del día aún se mantenía en el aire. Las sombras alargadas de los edificios del instituto se proyectaban sobre la plaza principal mientras yo caminaba hacia la entrada. Mi mirada se desvió constantemente hacia el reloj de mi muñeca. No quería apresurarme, no quería mostrar que estaba demasiado ansioso, pero no podía evitar preguntarme si Louis ya habría terminado sus clases. Siempre me encantaba el momento en que nos encontrábamos después de la escuela, ese pequeño interludio entre los deberes del día y la promesa de una tarde tranquila.

Decidí esperar en una de las bancas cerca de la puerta principal, un lugar donde, a veces, solo necesitábamos estar cerca para sentirnos completos. Los estudiantes comenzaron a salir en grupos, algunos con sus amigos, otros con sus novias o novios. Había risas, conversaciones sobre tareas y planes para el fin de semana, pero entre todas esas voces, solo una me importaba. Miraba con atención a cada persona que salía, pero no veía a Louis. El nudo en mi estómago se apretó un poco, y comencé a preguntarme si algo había retrasado su salida, si quizás no me había visto después de clases. Mi mente comenzó a correr más rápido que mi cuerpo, acelerando pensamientos y posibilidades que no querían detenerse.

Los minutos pasaron lentamente, aunque me costaba medir el tiempo. Con cada estudiante que pasaba y no lo veía, una pequeña chispa de inquietud se encendía en mí. El flujo de gente comenzó a disminuir, y los grupos se hicieron más pequeños. Miré de nuevo el reloj, y aunque solo habían transcurrido unos minutos, la espera comenzaba a sentirse interminable. La tarde se tornaba más tranquila, pero la sensación de no saber dónde estaba Louis me hizo sentir una leve ansiedad.

Finalmente, después de unos largos minutos, tomé la decisión de entrar al edificio. La puerta crujió suavemente al abrirse, y el eco de mis pasos resonó en los pasillos casi vacíos. El aire dentro estaba un poco más fresco, el lugar tenía una sensación de calma extraña, como si todo el instituto estuviera esperando el cierre del día. Mis pasos fueron los únicos que rompían el silencio, y ese eco me hizo sentir aún más distante de lo que realmente estaba. Mientras caminaba por los pasillos, mi mente se llenó de imágenes de Louis, de su risa, de cómo siempre me hacía sentir tranquilo y completo con solo estar cerca. El edificio parecía cada vez más grande, y mi ansiedad crecía mientras me adentraba en él, con la esperanza de encontrarlo pronto.

En un momento, me detuve frente a un espejo, respirando profundamente. Intentaba calmarme, pero la inquietud seguía ahí, encendida en mi pecho. Fue entonces cuando sentí un leve toque sobre mis ojos, un par de manos suaves que se posaron de repente, bloqueando mi visión por completo.

Sonreí al instante, reconociendo ese toque. Era inconfundible, y aunque mi visión estaba completamente oscurecida, sabía que él estaba allí, detrás de mí. No había duda. La risa ligera de Louis llegó casi inmediatamente después de que sus manos cubrieran mis ojos, y esa risa tan característica me llenó de una calma inmediata, como si toda la ansiedad que había sentido hasta ese momento se disipara con un solo sonido.

Adivina quién es— dijo con un tono juguetón, y su voz llena de diversión resonó en mi cabeza, tan familiar, tan cálida. Mi cuerpo se relajó al oírla. La sensación de incertidumbre desapareció al instante, reemplazada por la comodidad y la seguridad que solo él podía darme.

Hmm... no lo sé— respondí, en un tono falso de duda, mientras una sonrisa inevitable se dibujaba en mi rostro. No podía evitarlo, su presencia me hacía sentir completamente en paz.

Pude escuchar su risa suave, esa que siempre me derrite. Sus manos descendieron lentamente de mis ojos, y al girarme, ahí estaba él: su rostro iluminado por la luz del atardecer que se filtraba por la ventana del pasillo. Había algo en su mirada, algo tan lleno de vida, que me hizo olvidarme de todo lo demás. Era esa chispa traviesa en sus ojos, esa manera de sonreír que parecía decirlo todo sin necesidad de palabras. Al verlo, algo en mi interior se relajó por completo, como si el mundo de fuera dejara de existir en ese momento.

¡Soy yo, amor! ¿Cómo no pudiste reconocerme? dijo con un puchero adorable, y su expresión tan dramática me hizo reír de inmediato.

Me quedé un momento mirando su rostro, ese brillo en sus ojos, como si la respuesta a todo lo que había estado sintiendo durante el día estuviera allí, frente a mí, en su sonrisa. Fue un momento sencillo, pero significativo. Ese tipo de momentos que, aunque sean pequeños, llenan de una manera que no puede ser explicada con palabras.

Siempre sé cuando eres tú— respondí, mi voz suave y cálida, mientras mis manos llegaban a su rostro, acariciando sus mejillas con ternura. Sus ojos se cerraron brevemente al sentir mi toque, y vi cómo su respiración se hacía más tranquila, como si yo también fuera su refugio en ese momento.

Louis soltó una pequeña risa, y antes de que pudiera agregar algo más, me lancé hacia él. Lo abracé con fuerza, sintiendo cómo el peso de la preocupación de esos minutos desaparecía. No necesitábamos palabras. Su presencia era suficiente. Estar cerca de él siempre había tenido ese efecto en mí: me calmaba de inmediato, me hacía olvidar todo lo demás. Era como si el resto del mundo se desvaneciera, y solo quedáramos él y yo.

Pasaron unos minutos, y el abrazo se mantuvo, mientras yo me aferraba a él como si no quisiera dejarlo ir. El calor de su cuerpo contra el mío me hizo sentir más conectado que nunca. Estaba a gusto, tranquilo, como si no necesitara nada más en el mundo. Pero de repente, su voz rompió el silencio, llena de una chispa de emoción que me hizo levantar la cabeza.

¿Sabes? Se me ocurrió algo divertido— dijo, levantando una ceja de manera juguetona. La manera en que lo dijo, con ese tono en su voz, me hizo sentir que algo interesante estaba por suceder.

¿Qué tienes en mente?— pregunté, sonriendo ante la expectativa, la curiosidad creciendo dentro de mí.

Louis miró alrededor, asegurándose de que estábamos completamente a solas, como si estuviera por compartir un secreto que solo nosotros dos podíamos conocer. Luego, con una sonrisa más cómplice, se inclinó hacia mí y susurró en mi oído:

¿Sabías que el aula no solo es para estudiar?— su voz estaba cargada de una mezcla de sugerencia y diversión, y su cercanía me hizo sonreír aún más. Mi corazón dio un pequeño salto, y supe inmediatamente lo que quería decir.

Sin decir una palabra más, tomé su mano con firmeza y lo llevé hacia un salón cercano. Cerré la puerta detrás de nosotros, y el sonido del cerrarse de la puerta parecía sellar nuestro pequeño mundo dentro de aquel aula vacía. Aunque el lugar era común, ordinario, en ese momento se sintió especial, como si el mundo exterior no pudiera alcanzarnos. Nos miramos por un momento, y pude ver en sus ojos esa mezcla de emoción y timidez, como si estuviéramos compartiendo algo único, algo que solo nosotros dos podíamos entender.

Me acerqué lentamente a él, y la distancia entre nosotros desapareció al instante. No necesitábamos hablar. En ese espacio tan pequeño, lo entendíamos todo solo con nuestras miradas y gestos. Le acaricié el rostro suavemente, y vi cómo sus ojos se cerraban, disfrutando del contacto. Todo lo que no se decía estaba allí, entre nosotros, en cada pequeño beso, en cada mirada que compartíamos. El tiempo dejó de ser importante, y en ese momento, solo existía él, yo, y lo que éramos juntos.

Débil 🌈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora