-Muchas gracias por todo, yo le prometo que en cuanto pueda le pagare hasta el último centavo - le dije sonriendo avergonzada al hombre de cabello negro. Después de llevarnos a desayunar nos ha llevado al hospital por Elisa y después a casa.
-No te preocupes por nada ¿vale?- me dijo con una media sonrisa en sus labios, negué con la cabeza y volví a insistir pero el siguió negándose, hasta que acepte su ayuda y volví agradecer, cuando se dirigía a su auto recordé algo. -!León! - se giro a verme de inmediato - esta mañana usted me llamo por mi nombre ¿como lo supo? - me miro a los ojos y sonrió un poco - ¿Y como sabes tu el mío Alexandra? - recordé de inmediato donde lo supe, una sombra de temor y vergüenza se apodero de mi mirada. - en la estación de policías- dije con la voz plana y el rostro serio. Se percato de lo que pasaba por mi mente, se acercó nuevamente a la puerta de mi casa y se detuvo a pocos pasos de mi. - Ahí mismo supe el tuyo - dijo poniendo su mano sobre mi hombro. Sus ojos se dirigieron a su mano y luego a mis ojos, quitó rápidamente su mano y agachó la mirada. - Este sábado abre la feria, yo pensaba llevar a Emma y me preguntaba si querrían acompañarnos - Marcos a mi lado, me miro a los ojos con un poco de ilusión, verlo así después de estos últimos días me hizo aceptar casi de inmediato - asentí con la cabeza y León sonrió un poco. - Entonces paso por ustedes el sábado a las 17:00. Ahora tengo que ir por Emma al colegio, espero que Elisa se recupere pronto. Hasta el sábado - se dio la vuelta y se dirigió a su auto, le dijimos adiós con la mano y entramos a casa. Elisa se encontrana dormida, la medicación era demasiado fuerte y la mantenía dormida. Marcos y yo nos encontrábamos muy cansados, pero debía conseguir algo de comida. Le pedí a marcos que cuidara de su hermana mientras iba a comprar algo para comer. Busque entre algunos cajones hasta que encontré el anillo de compromiso que me dio Fernando, era una baratija, no me darían mucho por el, pero mis hijos necesitaban comer.
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Alexandra
RandomLos cardenales han marcado siempre su cuerpo. Golpeada por la mano que al principio la acariciaba. Sembrando dolor en las pequeñas pupilas de sus hijos, recogiendo el odio a su presencia.