4 años después.
El espejo me devuelve una imagen tan nítida que hasta me suena increíble. La blancura de mi vestimenta ocupa la mayor parte del espejo. La pedrería destella claridad y luz. Mi cabello perfectamente peinado y decorado con diminutas flores blancas cae sobre mi hombro izquierdo. El maquillaje es sencillo, pero resalta las facciones de mi rostro, mis labios estan cubiertos por un rosa pálido y mis mejillas tienen un rubor completamente natural.
Y al contemplarme así, radiante, por un momento recordé todo aquello que pasó, los días que se me hicieron eternos en la cárcel, la preocupación de saber a mi hijo hospitalizado con heridas graves, mi hija sola en casa de León. Todo ese sufrimiento que, afortunadamente, duró solo un par de meses. León se encargo de mi caso logrando mi libertad. Me llevó un año curar las heridas, levantarme, aunque la muerte de Fernando siempre la llevare en mi conciencia, pero sin demasiado remordimiento.
-Mamá, ya es hora- la voz de Marcos me trajo de nuevo al presente, donde todo ha pasado, donde somos felices y nada nos preocupa mas. Fui hacía mi muchacho de 11 años, vestía un traje blanco con camisa azul, unas convrse y el cabello un tanto despeinado, lucia tan guapo. Me abrazo con cuidado para no arruinar mi vestido, pero yo no pude evitar apretujarlo de la felicidad.
-Vamos mi amor- entrelazamos nuestros brazos y empezamos a caminar hacia las escaleras.
Llegamos al jardín cubierto de arreglos florales, sillas blancas perfectamente acomodadas formando un pasillo entre si. Elisa y Emma llevan puestos unos vestidos azules y su cabello recogido en hermosas trenzas, esperaban con una hermosa sonrisa justo donde empezaba el pasillo. Las personas de las sillas se viraron a verme, se pusieron de pie y empezaron a aplaudir. En las sillas de hasta delante las ocupan mis padres. Ellos después de todo me perdonaron, al salir de prisión nos fuimos a vivir con ellos hasta hace dos años que decidí vivir con León después de un año de relación. Los ultimos días fueron una locura, solo se escuchaba la interminable discusión entre Marcos y mi padre por saber quien me entregaría, por supuesto que Marcos ganó en esta ocasión. Es quien me lleva del brazo hacia el altar.
Y al final del pasillo está él, con su traje blanco y camisa azul al igual que Marcos. Me contempla completamente pasmado y puedo ver como quita una pequeña lágrima de su ojo antes de que resbale por su mejilla.
Siento unas inmensas ganas de llorar de la felicidad, pero me contengo, y es que ver a este hombre allí, esperando por mi, como hizo todos estos años, desde que me sacó de prisión.
Unos meses después de lo sucedido me pidió una oportunidad, pero las pesadillas aun me torturaban y los recuerdos golpeaban una y otra vez. Mis hijos estaban igual o mas dañados que yo. Nos llevó un año salir a delante. Después de ese año el seguía estando allí, presente en cada momento mas difícil. Nuestros hijos se volvieron inseparables y decidí empezar de nuevo. Meses después de iniciar nuestra relación me volvían atormentar los fantasmas del pasado, estaba tan enamorada de León pero me era tan difícil intentar tener intimidad. Era imposible dejarme llevar sin que los recuerdos de sus asquerosas manos sobre mi cuerpo vinieran a mi mente. Pero la paciencia y amor del hombre que me espera con su rostro extasiado al final de pasillo me curaron todas las heridas.
Mi hijo pone mi mano sobre la de León al final del recorrido y se marcha guiñandonos un ojo y sonriendo picaramente. Leon y yo nos miramos a los ojos y los vemos llenarse de agua, sonreímos como colegiales sonrojandonos de la felicidad. Llegamos hasta aquí, al final de cuentas la vida no es tan mala como lo parece, al contrario, cada día se empeña en demostrarnos quien no debe estar con nosotros, pero solemos ser demasiado ingenuos para entender lo que trata de decirnos, hasta que un día se cansa y nos enseña las cosas duramente. Así aprendí yo a valorarme y a cuidar de los míos. Pero ¿había necesidad de llegar a eso?
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Alexandra
DiversosLos cardenales han marcado siempre su cuerpo. Golpeada por la mano que al principio la acariciaba. Sembrando dolor en las pequeñas pupilas de sus hijos, recogiendo el odio a su presencia.