-Tienes que calmarte, iremos a buscarlo - dijo León cerca de mi oído. Deje de forcejear y me vire a verlo.
-Llevanos a casa por favor - susurre suplicante. Asintió con la cabeza y cogió a las niñas en brazos, nos dirigimos rápidamente al auto. La tensión era palpable, la angustia se apoderó de mi. Las lágrimas salían de vez en vez pero las quitaba rápidamente de mi rostro. Una calle antes de llegar a casa le pedí a León que se detuviera, bajé del auto junto con Elisa, me acerqué a la ventanilla para darle las gracias.
-Alexandra, ¿en verdad estas segura de que no quieres que te acompañe? - negué rápidamente, volví a agradecer y me dirigí a casa. El sol casi estaba oculto, el frío de la noche empezaba a notarse. Con mi hija en brazos camine a toda prisa hasta estar de pie frente a mi puerta, mis manos temblorosas deslizaron la llave dentro de la cerradura y abrí torpemente. Un silencio ensordecedor inundaba la casa, Elisa apretó su agarre un poco asustada. Empecé a mencionar el nombre de mi hijo con la voz temblorosa, escuché un gemido como respuesta, me fui corriendo en su dirección, entre rápidamente en su habitación y deje a Elisa sobre su cama. En la cama de junto, envuelto entre las mantas se encontraba Marcos. Empecé a quitar las mantas y los gemidos y sollozos aumentaban, al destaparlo completamente me lleve una mano a la boca para sofocar el gemido que brotó de mi garganta. Sus labios estaban tan hinchados, el cuello de su camiseta contenía la sangre que logró limpiar de su boca, su ojo estaba completamente rojo e hinchado y una herida de unos dos centímetros estaba abierta en su frente sobre su ojo derecho. Temblaba frenéticamente y era incapaz de articular palabra. La puerta de mi habitación fue azotada con fuerza y unos pasos firmes se acercaban hacia nosotros.
-¿donde estas, maldita puta? - Elisa de un salto llegó a la cama de Marcos y se acurrucó a su lado, su hermano hoy no tenia fuerza para defenderla pero aun así ella se sentía segura a su lado. La puerta se abrió de golpe. En el umbral estaba él. Con el rostro enfurecido y los ojos rojos se acercó a mi. Me puse de pie de inmediato y al ver su mano dirigirse a mi con el cinturón enrollado en la muñeca me vire rápidamente como reflejo, el cinturón impacto en mi espalda con una fuerza descomunal. Un gritó se escapó de mi garganta, abrí los ojos y mire a mis hijos, Marcos sacó las fuerzas que ya no tenía para lograr atraer a su hermana hacia su pecho. Elisa tapó sus oídos por petición de su hermano y las mantas casi alcanzaban a cubrirlos. Otro golpe y otro y no se cuantos mas impactaron mi espalda, estaba ya de rodillas en el piso sintiendo desfallecer. De pronto los golpes pararon y sentí que sus pasos se dirigían a mi pero no se detuvieron, pasó a mi costado yendo en dirección de la cama donde se encontraban mis hijos, arrebato a Elisa de los brazos de Marcos quien ya fue incapaz de luchar, había agotado todas las fuerzas que un niño de 7 años podría tener. Elisa empezó a gritar muy asustada, pataleaba en el vano intento de zafarse pero no podría contra la fuerza de su padre. Salió de la habitación con ella en brazos aun luchando y gritando. Me levante haciendo un esfuerzo sobrehumano, mi espalda parecía quebrarse en cada mínimo esfuerzo, el dolor era insoportable, empecé a caminar lo mas rápido que pude hacia la puerta. Guiada por los gritos de Elisa llegue al salón carente de muebles. Lo siguiente que vi fue una verdadera aberración, la ira empezó a calentar mi cuerpo y mi cabeza, la tolerancia empezó a esfumarse cuando vi a Fernando tomando de los cabellos a Elisa quien lloraba desesperada y completamente aterrorizada, de pie frente a ella mantenía la cremallera abierta, de su boca salían las mismas palabras una y otra vez: >deja de llorar y abre la boca< cuando vi que acercaba su miembro a la boca de Elisa salí corriendo en dirección de la cocina, tome el primer cuchillo que encontré y llena de rabia me acerqué rápidamente a él. Perdí la cuenta después de la décima puñalada, solo penetraba una y otra vez su espalda con el cuchillo hasta que la ira cesó. Dejé caer el cuchillo al piso junto al cuerpo. El llanto de Elisa me hizo reaccionar, trate de calmarme y le pedí que fuera a recostarse con su hermano lo cual hizo inmediatamente completamente asustada.
No sabia que hacer, mis manos estaban humedecidas de sangre. Bajo el cuerpo de Fernando la mancha carmesí crecía más y más. Unos golpes en la puerta me sobresaltaron, tocaban una y otra vez y yo no podía abrir, no debía.
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Alexandra
РазноеLos cardenales han marcado siempre su cuerpo. Golpeada por la mano que al principio la acariciaba. Sembrando dolor en las pequeñas pupilas de sus hijos, recogiendo el odio a su presencia.