Dieciocho: Un voto de silencio

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No puedo creer que haya reprobado ese estúpido examen de física, es más, no entiendo porque tienen que dar física en los colegios. Debería haber materias que si valgan la pena, que nos enseñen a vivir. Pero no, parece que es más interesante lo que dijo Newton. ¿Lo que yo diga, en un futuro también será interesante? Si fuera así, entonces pensaría muy bien que decir; sobre todo ahora, justo que estoy sentado al lado de esta extraña chica en la parada del bus.

Creo que me está ignorando, no voltea si quiera a preguntar qué hago mirándola. Podría simplemente mirar a otro lado, pero no puedo hacerlo, quiero que hable. Soy tan insistente.

—¿Me puedes decir la hora? —dije, es muy tonta la pregunta, pero no pienso lo suficiente en estos momentos.

Ella mueve su cabeza hacía mi y luego niega, no dijo nada. En mi vida nadie se ha negado a decirme la hora, que fraude. Alguien toca mi brazo y es ella, señala mi reloj en perfecto funcionamiento de mi mano derecha; me guiña un ojo. Me han descubierto, soy ridículo.

Abro los ojos para fingir sorpresa, aunque no, en realidad si estoy sorprendido de no haberme dado cuenta de eso, pienso muy bien que decir, esta vez no puedo volver a meter la pata, no diré nada que me haga quedar como un tonto.

—No sé leer la hora —arquea una ceja ante mi respuesta y rueda sus ojos mientras suelta un suspiro. —Lo sé, soy patético. Eso ha sonado terrible, además de que es un reloj digital —digo en voz alta. Me mira y sonríe, más no se ríe, es silenciosa.

Ya he quedado mal, ahora nada puede salir peor. No tengo nada que perder.

—Me ha ido terrible en un examen de física hoy —confieso, ella apoya su mentón en su mano apoyada en su pierna para mirarme directamente. Al menos me presta atención. —No tengo esperanzas de si quiera pasarlo. Bueno en realidad si la tengo, es tan fastidioso apostar con uno mismo ¿sabes? Te haces creer que siempre hay una oportunidad.

Asiente, la brisa sopla su cabello y este se alborota por encima de su rostro. Lo empieza a quitar y lo ata en una cola.

—¿Qué opinas tu? ¿Crees que lo pase?

Se encoge de hombros, es obvio que no lo sabe. Ni yo mismo lo sé.

Su teléfono empieza a sonar. Ahora si dirá alguna palabra. Agarra su teléfono y lo coloca en su oreja por unos minutos y luego cuelga. ¿Qué llamada es esa? ¿Ni un Hola?

—Ruta trece —gritan por los parlantes. Es mi autobús, me levanto cogiendo mi mochila. Agito la mano en su dirección en despedida y ella cohibida también lo hace. Una cosa es cierta, no me estaba ignorando.

La gente empieza a juntarse en la puerta del vehículo para subir, y me permito verla una última vez. Notó como permanece sentada, quizás nunca más vuelva a verla. El autobús fácilmente se llena, los asientos están completos y el conductor arranca.

—Ya vendrá otro —choco su hombro mientras miro como el autobús se va.

Había caminado hasta aquí abandonando la fila para poder descubrir porque esta tía no habla. ¡Dios, que bruto! Es obvio que es muda. Debo usar mis clases del alfabeto mudo que dieron en el colegio, no pensé que lo usaría alguna vez.

Con mis agilidades mímicas le digo "Hola" en señas, al mismo tiempo que me doy cuenta que si fuera sorda no hubiese entendido todo lo que dije antes. Un experto dándose cuenta que mete la pata cinco segundos después de haberlo hecho.

—Ya sé que está claro que no eres sorda, pero que me dices de muda, ¿eres muda? —Lo niega —Entonces pruébamelo —le reto.

Forma una sonrisa ladeada de superioridad y vuelve a negar. Se ve que no cederá, no piensa hablarme. Que ironía, tantos años deseando que mi madre dejara de hablar para que no me fastidiara, y aquí estoy rogando que una desconocida lo haga.

Coleccionista de HistoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora